sábado, 20 de marzo de 2010

Las guerras de Pippo del Bono

Escena del montaje ‘Guerra’, de Pippo del Bono. Foto: Cortesía FITB

Hasta el martes en el Teatro Libre de Chapinero

Por: Sara Araújo Castro

El trabajo de este director italiano y de su compañía es reconocido en toda Europa por su veracidad y fuerza.

Lo anuncian como el “niño terrible” del teatro, aunque ya no es tan niño, Pippo del Bono (1959) lo que tiene de “terrible” es la profunda sensibilidad y humanidad a la hora de hacer teatro. Una mirada compleja sobre la belleza y la vida que lo llevó a montar Guerra , una obra en la que muestra lo cerca e inherente al hombre que son las bajas pasiones, las guerras interinas que libra cada ser humano antes de llegar a las tradicionales batallas. Con esta obra, con sus películas y con sus videos, Del Bono libra otras batallas también, contra el racismo, contra la discriminación, contra los lugares comunes y contra los prejuicios sociales. Por esto se siente tan insultado cuando dicen que en su grupo de teatro sólo hay cuatro actores profesionales porque los otros dos tienen una forma de discapacidad. “Es horrendo, todos son profesionales pues la profesionalidad tiene que ver con la capacidad para llevar la propia humanidad sobre el escenario y transmitir, comunicar y además poderlo repetir continuamente incluso durante 10 años”, afirma Del Bono.

Este actor, director y autor, nacido en Varazze (Italia) trabajó en sus primeros años con la maestra alemana de la danza-teatro Pina Bausch y también se acercó a las disciplinas orientales. Del Bono, invitado al Festival Iberoamericano, habló con El Espectador de su obra y de su visión del teatro.

¿Cómo influyó Pina Bausch en su trabajo?

Fue muy importante sobre todo por la libertad creativa. Ella me dio la posibilidad de crear espectáculos más allá de un gesto. Me dio el sentido del teatro como experiencia espiritual y de la danza como forma para contar.

¿El cuerpo, las formas físicas tienen un importante lugar en su trabajo?

Sí, desde hace algunos meses estoy trabajando en un montaje titulado Cuerpos sin mentiras, que trata un poco de cómo estamos atrapados en la belleza estereotipada, pero hay otras bellezas que se pueden mostrar. En mi trabajo busco reflejar ese amar cuerpos distintos y aceptar la poesía que las formas distintas dan en una danza, sí rigurosa, pero expresada en otra estética. No es importante que todos los cuerpos sean iguales, es más, en la diferencia hay más belleza.

¿El cuerpo sobre el escenario tiene otra dimensión que en una pantalla?

Es totalmente distinto, pues en el teatro hay una relación real entre el cuerpo que está sobre el escenario y el del espectador que está sentado teniendo una experiencia física y no sólo visual, la cercanía con los otros, la respiración de los otros mientras sucede la obra. Mirar y ser mirado, está relacionado con el olor, con el cansancio, con lograr ver una zona de inconsciencia y muestra una especie de desnudez que en el cine se muestra diferente. Por eso creo que hay que recuperar lo popular del teatro, no en el sentido actual de la palabra, sino en el sentido de que el teatro debe pertenecer a la gente tal y como es. Que sea un vehículo de comunicación y que se mantenga la diversidad.

Hablando de esta naturaleza popular del teatro, cuando la prensa habla de su trabajo siempre hace referencia a la participación de ‘extracomunitarios’ (es decir, inmigrantes no europeos) o ‘actores no profesionales’...

Yo no logro distinguir a los actores por orígenes o por tipos de discapacidad. Para mí un actor es, ante todo, una persona que sube sobre un escenario con una gran sabiduría. Más que la técnica actoral, si el actor no tiene una gran humanidad no me interesa. Hay otros que tienen gran humanidad que no están dispuestos a mostrarla sobre el escenario, la humanidad es fundamental. Los gitanos que formaron parte del montaje que presentamos en Venecia tenían una gran humanidad, una gran belleza y un maravilloso talento. He encontrado horribles programas de sala que dicen que sólo cuatro de mis actores eran profesionales y los otros eran personas discapacitadas. Estas personas son tan profesionales en su trabajo como los otros. Hacen referencia a Bobó, un hombre que pasó años en un manicomio por cuenta de la ignorancia de médicos y asistentes de salud, porque es sordo pero ha construido con su cuerpo un rigor que todos quisiéramos tener. Corremos el riesgo de hacer categorías de profesionalidad basadas en temas que no responden al arte sino al modelaje.

Fuente: El Espectador

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