martes, 2 de marzo de 2010

Interminable baile hecho de engaños

TEATRO › MARATHON, DE RICARDO MONTI, EN EL TEATRO NACIONAL CERVANTES

Con un elenco sin fisuras, la puesta de Villanueva Cosse presenta una competencia de danza que dispara reflexiones vitales.

Por Hilda Cabrera

El engaño no es aquí el que practicaban los dadaístas respecto del público, cuando le anunciaban una escena que luego no se realizaba. Aquí el público es el imaginario de la obra y el real ubicado en la sala mayor del Cervantes. Uno y otro asisten a un montaje donde un estrafalario Animador de origen ignoto promete entretenimiento instando a las parejas de un baile de resistencia a ser consecuentes con el deseo de obtener un premio que será sorpresa durante horas, días y semanas. ¿Dónde reside la trampa? Algo adelanta ese Animador, incluso cuando define de modo poético que “bailar es disolverse en la memoria de los otros”. El hombre no está solo: tiene a modo de sirviente un guardaespaldas de rostro imperturbable, una máscara-maquillaje en la línea de las creadas por el autor y actor francés Roland Topor.

Director de esta puesta, Villanueva Cosse pone el acento en situaciones que al momento del estreno de Marathon en los Teatros de San Telmo, en 1980, y luego en el Payró (en 1982) tenían otras resonancias. En consonancia con el texto de Ricardo Monti –dramaturgo de fina escritura–, Cosse no vacila en destacar el carácter universal de los conflictos y las pasiones que dejan huella, más aún en los seres agónicos de esta historia, “gente común, de-sesperada”, como señala el Animador, cuyo poder se basa en el anhelo de esos otros por obtener una recompensa que les resuelva la vida.

La acción se desarrolla en un espacio cerrado destinado a la trampa y al rito, como corresponde a una situación sin salida. Se trata de una pieza utilizada como material de estudio y trabajada en el circuito alternativo con escasos recursos. Se supone que el propósito es también aquí dar cuenta de un entramado sensorial que debe atrapar, aun cuando no se adviertan qué hilos unen a los danzarines en crisis. Esa filigrana –característica en las piezas de Monti– es menos visible en montajes como éste de gran despliegue, del que se ocupan con excelencia artistas consagrados como Tito Egurza, creador de la escenografía y multimedia realzada por la iluminación de José Luis Fiorruccio, y Carmen Baliero, con sus composiciones originales y la selección musical. Una opción –la de Cosse– que no resta sino que suma lecturas a las palabras y los silencios de una puesta que se detiene en escenas melancólicas y ensoñaciones.

Aplicado a historias sin horizonte, el engaño se internaliza y los danzarines lo aceptan. Es así que entre ironías, humor negro y rebeliones abortadas (¿por ellos mismos?), el orden impuesto por el Animador y su guardaespaldas se convierte en rota tabla de salvación para quienes acumulan imposibilidades. Como toda puesta, también ésta es selectiva, pero no olvida lo esencial de Monti, autor de Una noche con el señor Magnus e hijos (punzante farsa sobre la tiranía, la sumisión y el mito en una familia burguesa); Historia tendenciosa de la clase media argentina; Visita (fantasmagórica y ritual); La cortina de abalorios, farsa presentada en Teatro Abierto 1981; Una pasión sudamericana (convertida en ópera); Asunción, Apocalipsis y No te soltaré hasta que me bendigas, donde los personajes suelen confrontar con los que ellos mismos fantasean. Piezas en las que se cuelan fragmentos de la historia y donde los infortunios, como en Marathon, se traducen en imágenes penumbrosas, en rastreos en torno de la seducción del poder y la agonía de los conquistadores y los desharrapados del mundo.

La risa negra y la búsqueda de un resto del negado goce de la vida no quedan afuera de esas relaciones con la historia y el mito, también presentes en La oscuridad de la razón (1993), que dirigió Jaime Kogan y donde el texto enlazaba poéticamente con elementos de la tragedia del Orestes griego y la historia sudamericana de comienzos de siglo.

En la simbología que plantea Marathon (también versión operística del fallecido Pompeyo Camps) ingresa la locura anudada al deseo de poder, cuyo espejo es aquí el malicioso Animador que interpreta Pompeyo Audivert, quien se supera a sí mismo al mostrar la tensión que le genera a su personaje el pasaje entre verdad e hipocresía. Circunstancia en la que cae también el guardaespaldas ( Montenegro), pusilánime ante la furia de los danzarines. Las interpretaciones –todas destacables– incluyen efectos cómicos ampliamente logrados a través del puro juego actoral. Es el caso de María Fiorentino en el rol de Elena García, Pepe Novoa (el poeta Homero Estrella) y –en otro tono– el de Iván Moschner, como el patético NN.

Si bien la obra se relaciona con la tiranía de quienes detentan poder, éste no parece servir a nadie. Tampoco al Animador que abre camino a la catarsis de los bailarines para diversión del público. “El cansancio de ustedes es el espectáculo”, les dice este “ladrón de miserias”. Entre tanto desdoblamiento y confesión, Marathon se convierte en pregunta: ¿cuál es el premio? ¿Cansarse para descansar?, como arriesga un personaje al promediar la obra, cuando los bailarines apenas vibran ante el deseo de salir del pozo existencial en que se encuentran y el anhelo de felicidad se esfuma. “Todos buscamos nuestro premio, aun sin saber cuál es”, dice a modo de corolario el Animador, mientras los danzarines atados a la noria del autoengaño sienten que “abandonar no es fácil, y seguir tampoco”.

MARATHON
de Ricardo Monti

Elenco: Pompeyo Audivert, Montenegro, Pepe Novoa, María Fiorentino, Martín Slipak, Irene Goldszer, Sebastián Richard, Verónica Cosse, Iván Moschner, Iride Mockert, Luis Campos, Patricia Durán, Lucía Rosso y Marcelo Fiorentino.
Música: Carmen Baliero. Coreografía: Camila Villamil. Vestuario: Daniela Taiana. Escenografía y multimedia: Tito Egurza. Dirección: Villanueva Cosse.
Lugar: Sala María Guerrero del Teatro Nacional Cervantes, Libertad 815.
Funciones: jueves, viernes y sábado a las 21, domingo a las 20.30.
Fuente: Página 12

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