El sismo mostró las debilidades del modelo económico. La destrucción y los saqueos sacaron a la luz que Chile es el país de mayor diferencia en la distribución de la renta de Sudamérica.
Por Alfredo Grieco y Bavio
Hace más de dos décadas, el opusdeísta Joaquín Lavín, entonces funcionario pinochetista, próximamente ministro de Educación del gobierno derechista de Sebastián Piñera, publicó una arrogante columna de opinión, “El adiós a Latinoamérica”, en la que se jactaba, no sin razones, de que Chile había dejado atrás al resto del continente por su desarrollo económico, humano y social. A punto de abandonar el poder por primera vez en veinte años, el gobierno de la Concertación que unió a socialistas y democristianos envió a los periodistas de todo el mundo un comunicado oficial por el que daba a conocer que el país había sido aceptado para integrar la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), una celosa organización de 30 países a la que se conoce oficiosamente como el “club de los países ricos”. A los méritos supuestos de la era Pinochet, al fin de la presidencia de Michelle Bachelet se añadía la perfección de su funcionamiento institucional. Después del terremoto que también fue, para un oscuro sentimiento patriótico, un récord en la escala Richter, el tsunami social que siguió, y que aún continúa, con sus cientos de muertos y cientos de miles de afectados, fue la revelación de que esas percepciones de los chilenos, aun cuando vinieran certificadas por normas IRAM más o menos internacionales, eran optimistas. El país de la mayor diferencia en la distribución de la renta en Sudamérica sufrió extra, a causa de ello, las consecuencias devastadoras del sismo.
Bicentenario al fondo. Cuando Chile festeje su Bicentenario de 2010, por primera vez desde 1958 un presidente de derecha, elegido por la ciudadanía, estará sentado en el Palacio de la Moneda, el edificio dieciochesco que es la sede del Ejecutivo en la capital Santiago. En 2009 se celebraron 20 años de democracia. La segunda vuelta electoral del 17 de enero pasado tuvo como desenlace que un colaborador de quien acabó con ella en el golpe del 11 de septiembre de 1973 cierre esas dos décadas con el poder en las manos que Augusto Pinochet juzgaba más adecuadas para ejercerlo. El sismo fue una señal de que los actos del 11 de marzo, cuando Piñera asuma la presidencia, deberán ser más sobrios de lo que la derecha anhelaba para celebrar su victoria histórica. Al mismo tiempo, el terremoto reveló que el país sobre el que gobernará Piñera era distinto al folleto multicolor que este empresario dueño de imprentas gustaba distribuir a propios y ajenos.
Fuente: * La nota completa, en la edición impresa de Veintitrés.
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