A pesar de la famosa foto que muestra a César Aira leyendo vestido adentro de una bañadera, a nadie se le ocurriría pensar que es el entorno idóneo para que un ser humano pase su vida a gusto (incluso uno tan fanático de la lectura como César Aira). Ese es el argumento de los conservacionistas para que los parques marinos del mundo liberen a las orcas que tienen en cautiverio, especialmente después de que una de ellas llamada Tilikum matara a su entrenadora en el Sea World de Orlando. Según los conservacionistas, los estanques donde se mantienen cautivas a las orcas son, para ellas, el equivalente de una bañadera o un jacuzzi para nosotros: una orca pesa tres mil kilos, necesita nadar un promedio de quinientos kilómetros por día (cuando no está migrando) y a eso debe sumarse la obligación de entretener a los humanos tres veces al día a cambio de un poco de pescado congelado y la casi imposibilidad de tener relaciones sexuales “normales” (son raros los parques marinos que tienen orcas machos y hembras y el traslado de un animal de un parque a otro es carísimo, además de ser necesario un estanque mucho mayor para que las orcas en cautiverio se decidan a aparearse). Lo que llama la atención es que no sean más frecuentes episodios como el de la semana pasada.
La historia de las orcas en cautiverio se remonta a 1964, cuando el Acuario de Vancouver decidió cazar un ejemplar para usar como molde para una escultura de tamaño real. Pero la orca arponeada sobrevivió y se prefirió conservarla viva que embalsamarla. Aunque murió a los 87 días de cautiverio, durante ese tiempo demostró una inteligencia y capacidad de comunicación con los humanos sólo comparable con la de los delfines, razón por la cual comenzó desde entonces la práctica de capturarlas y entrenarlas para su exhibición. Hoy hay cincuenta orcas en distintos parques marinos del mundo. Casi todas fueron capturadas en Islandia y cotizan en millones de dólares. La más famosa es Keiko, que protagonizó Liberen a Willy y cuya vida real es más cinematográfica que la película.
Atrapada en 1979 cuando tenía apenas dos años y medio, Keiko vegetó en el acuario de Rejkjavik hasta ser vendida al Marineland de Ontario. Su incapacidad para hacerse respetar por las otras orcas del acuario hizo que Marineland la vendiera de oferta a Reino Aventura, un parque marino mexicano venido a menos, cuyos estanques eran demasiado pequeños y sus aguas demasiado tibias. Keiko fue perdiendo allí toda su vitalidad y tonalidad muscular, era incapaz de permanecer más de tres minutos abajo del agua y su pellejo empezó a cubrirse de feas verrugas grises. Sus cuidadores le daban poco tiempo de vida cuando apareció por Mundo Aventura una productora de Hollywood que quería filmar un guión titulado Liberen a Willy y que venía de audicionar sin suerte a las 23 orcas que había en parques marinos estadounidenses, todas pertenecientes a la franquicia Sea World. La gente de Sea World mostró nulo interés en alquilar uno de sus animales para una película cuyo mensaje era salvar a las ballenas en cautiverio (es decir, liberarlas). Los mexicanos de Reino Aventura, en cambio, no sólo aceptaron alquilar su ballena, sino también sus deterioradas instalaciones (ideales para encarnar el cachuzo acuario propiedad del villano que maltrata al pobre Willy en la película).
Además de recaudar un kilo, la película generó una millonaria colecta espontánea para que Keiko pudiese terminar sus días en aguas abiertas, como su personaje cinematográfico. Desde Michael Jackson (que primero quiso comprar la orca para su zoológico particular) hasta el magnate Craig McCaw, dueño de Nextel, fueron muchos los famosos que pusieron la millonada que hizo falta para trasladar a Keiko a un acuario natural en la costa de Oregon, donde aclimatarlo y “desentrenarlo” antes de dejarlo en libertad. Pero era tal la muchedumbre que iba a ver a Keiko, que el acuario de Newport fue postergando su liberación (tenía más visitas diarias y más venta de merchandising que todos los Sea Worlds). Hizo falta que la Free Keiko Foundation llevase la causa a los tribunales para que el animal fuese transportado hasta Islandia (¡en un avión de guerra!) y así culminar el programa de liberación. A todo esto, Keiko ya tenía 21 años y seguía prefiriendo el pescado congelado al crudo y la compañía de humanos a la de otras orcas. Sin embargo, de a poco fue integrándose cada vez más con las manadas de su especie que llegaban cada verano a aguas islandesas hasta que, en 2002, partió con ellas. Hizo casi mil millas marinas con sus compañeras, hasta la costa de Noruega, y allí prefirió quedarse, en un amplio fiordo que se convirtió en su residencia natural hasta que murió, dicen que en paz, en diciembre de 2003.
Ese es uno de los problemas que enfrenta Tilikum, después de ultimar a su entrenadora. Además de tratarse de su tercera víctima humana (en 1991 mató a su entrenador en un acuario de la Columbia Británica y en 1999 apareció muerto en su estanque un tipo que se había colado de noche en las instalaciones del Sea World de Orlando), Tilikum tiene 31 años, la edad más avanzada de todas las orcas que han estado alguna vez en cautiverio. Sea World sostiene que es imposible que se readapte a la vida en libertad, en contra de la campaña que han iniciado la Free Keiko Foundation y PETA (la ONG que defiende el “tratamiento ético a los animales”). Es, además, altamente improbable que se pueda reunir la cantidad de dinero necesaria para la liberación (toda la movida de Keiko costó más de diez millones de dólares) por una orca que despierta muchas menos simpatías entre las almas sensibles del mundo.
Fuente: Página 12
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