viernes, 26 de marzo de 2010

Cita con la mejor literatura dibujada

La meca del otaku. Para esta edición, se espera que 130.000 personas visiten la isla artificial de Odaiba, Japón, epicentro mundial del manga y el anime.

La Feria Internacional del Anime en Tokio

Al mismo tiempo que los japoneses analizan prohibir la venta de los manga a menores de edad, la más internacional de las expresiones culturales niponas tiene su reunión anual en la que autores y fanáticos celebran la vitalidad del género.

Mientras que cualquier fanático de la tecnología sabe que para encontrar realmente “lo último de lo último” hay que pegarse una vuelta por el barrio nipón de Akihabara, en Tokio, los llamados otaku –fanáticos acérrimos del manga y anime–, en cambio, tienen bien claro que las películas, series y revistas recién salidas del horno se encuentran en los pabellones del Big Sight, un edificio futurista de la isla artificial de Odaiba.

Año tras año, ahí –y en ningún otro lugar– las máximas figuras de la literatura made in Japan se mezclan con sus lectores, hacen lo imposible para soportar los gritos de histeria de sus fanáticos y también para no reírseles en la cara cuando ven a chicos y grandes vestidos de Son Gokú (Dragonball), Ranma Saotome (Ranma 1/2), Doraemon, Atom (Tetsuwan Atom) y otros héroes de acción, todos adalides del anime, la más internacional de las expresiones culturales niponas.

En toda exposición las promotoras son personajes importantes, en este caso no podían faltar lookeadas de anime.

Si hay algo que no es la Feria Internacional del Anime de Tokio es ser simplona. Esta reunión heterogénea que pone en pausa a la bulliciosa y poblada capital japonesa durante cinco días abunda en contrastes, en ejércitos de individuos que no conocen el significado de la palabra ridículo. Porque las obras que ahí se exhiben por primera vez y que siempre desembarcan con cinco o diez años de retraso por estas latitudes son más que viajes al futuro o reminiscencias de un pasado mitológico desvirtuado (y reinventado), lleno de falsos dioses, personajes de cuerpos inflados con superpoderes y ojos de una redondez absoluta en un claro homenaje a Bambi y a Mickey Mouse.

“El anime y el manga siempre han sido refugio para el japonés, una forma de abstracción de su vida real y ahora con la crisis se convierten, más que nunca, en una alternativa”, apuntó para la ocasión Ken Rodgers, profesor de la Universidad Kyoto Seika que ofrece el primer posgrado internacional en manga.

Los números revelan la importancia del evento: el año pasado, la feria atrajo a unos 130.000 visitantes que no sólo van a charlas y a cazar autógrafos; también compran revistas, videojuegos, memorabilia, todo lo que cargue encima el logo de su personaje favorito.

En esta ocasión, más de 200 compañías y organizaciones de Japón, China y el mundo exhiben sus contenidos para mantener en auge este género (e industria) que, como todo, también fue golpeado por la crisis y añora las épocas de oro cuando, por ejemplo, Dragon Ball –saga escrita e ilustrada por el gran Akira Toriyama– causó furor global y le aportó al sector unos 200.000 millones de yenes (unos 2.000 millones de dólares).

La solución tan buscada parece ser –obviamente– el 3D. “Los efectos tridimensionales son una de las vías para ganar audiencia, aunque es un camino más y no dejaremos de hacer producciones tradicionales”, comentó Kazumoto Yamashita, portavoz de Toei Animation que, como sus competidores y compatriotas, siguen apostando por el toque tradicional como clave para sobrevivir a la animación computarizada alla Disney.

El ejemplo más claro y contundente de esta elección –estilística y cultural– es Hideo Miyazaki –director y mangaka o dibujante de cómics–, un verdadero artesano responsable de perlas como La princesa Mononoke y El viaje de Chihiro, que aprovechará la ocasión para presentar Karigurashi no Arrietty, una historia basada en el libro The Borrowers de la inglesa Mary Norton.

Y así, volver a volarles la cabeza a todos.

Fuente: Crítica

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