A una cuadra del Centro Cívico. Había abierto su pantalla grande en 1981, con 800 asientos dispuestos en declive.
El arrayanes, de bariloche, se convertirá en un centro cultural
Cerró en marzo, con un promedio de veinte espectadores por función. Hubo un “abrazo” masivo convocado por Facebook para defenderlo. Laura Fenoglio, ex dueña de la chocolatería, imaginó un espacio para teatro o muestras. Abrirá en cuatro meses.
Pablo Corso
Aunque conserva intacto su encanto regional made in Patagonia, San Carlos de Bariloche no puede sustraerse a algunas tendencias globales. Una de ellas, la transición del disfrute cinematográfico a la esfera privada, disparó una pequeña revolución en la ciudad de los lagos y las montañas. El cine Arrayanes era un ejemplar en extinción: dos pisos, sala en declive, 800 butacas, pantalla grande. El único de los 56 que la empresa Coliseo aún administraba en la zona había dejado de ser rentable. Su transformación en algo muy distinto –un shopping o un reducto para el turismo estudiantil– era cuestión de tiempo. Hasta que la ex dueña de un imperio chocolatero evitó lo supuestamente inevitable. El Arrayanes no pasará más películas, pero seguirá consagrado al arte, como espacio cultural de usos múltiples.
A sólo una cuadra del Centro Cívico, sobre la calle Moreno, el cine había abierto en 1981. Fue el más popular de la ciudad, al punto de alojar hasta encuentros políticos.
Christian González Palazzo, su último administrador, explicó al diario El Cordillerano que era “el último cine en su tipo, un diseño que dejó de hacerse ya en los 80”. En los últimos años funcionó gracias a un convenio con la intendencia, pero ni tanques como Avatar o El secreto de sus ojos lograron revertir años de pérdida. La última función –con la película de los seres azules– fue el 4 de marzo. Hubo consternación generalizada y un “abrazo” convocado por Facebook. Por esos días, un periodista radial se quejaba: “En vez de abrazarlo ahora, ¿por qué no iban al cine antes?” Argumento atendible, pero contrapuesto por una lista de razones demasiado larga: el boom del VHS, el boom del DVD, el boom de las descargas vía internet. El golpe de gracia llegó con la inauguración del multicine de un shopping en la calle Onelli. Mayor oferta de películas en salas nuevas, en el contexto de una salida “para toda la familia”.
Ahí quedaron las planillas del Arrayanes, que marcaban un promedio de 20 espectadores por función. Cuando iban 80 era motivo de festejo. La lógica de las distribuidoras no ayudaba: elegían la película que llevaban al cine y se quedaban con hasta el 60 por ciento de cada entrada. Sólo alcanzaba para pagar los gastos de funcionamiento y los sueldos. El edificio ya tenía un destino de recitales con foco en los egresados, habituales inquilinos de la ciudad.
Pero apareció Laura Fenoglio, que vendió su megafábrica de chocolate hace seis años y hoy se dedica al negocio inmobiliario. “Era una pena que la última y única sala de Bariloche terminara con ese destino”, dijo a Crítica de la Argentina. “Esto servirá para mantener el nivel cultural que la ciudad tiene y merece”, coincidió Mariano González, sobrino de Roque González, ex gobernador de Chubut y uno de los fundadores del Arrayanes.
Al entrar a la sala vacía, la empresaria imaginó “un teatro y un salón de usos múltiples, con exposiciones de arte, show de tango y sala de conferencias”. El edificio será alquilado y reinaugurado en cuatro meses. Mientras los arquitectos planean un escenario más grande, ya se iniciaron los trabajos de recuperación de las butacas. El nuevo Arrayanes tendrá una sala de 300 metros cuadrados, con 600 butacas y balcones en los laterales. La iniciativa, para Fenoglio, va más allá de lo estrictamente comercial: “Hay una responsabilidad cultural: traer buenas obras de teatro o de música, según lo que la gente vaya pidiendo”. Un premio para las 3.364 personas que pidieron la reapertura por Facebook, que se enojaron cuando el abrazo fracasó o que no podían creer que se perdiera uno de los espacios culturales más importantes de la Patagonia. “Lo más impactante –reconoce la empresaria– fue la reacción de la comunidad. Cuando decidí meterme con el desafío del teatro lo hice por mí. No imaginé la cantidad de gente que estaba pensando lo mismo”.
De las películas mudas y la Fiesta de la Nieve
La relación casi centenaria entre Bariloche y el cine fue repasada por el historiador Ricardo Vallmitjana, en un artículo de la revista AVC.
En 1917, los hermanos Parsons (responsables de llevar luz eléctrica a la ciudad) hicieron sus primeras proyecciones en una casita de madera. El espectáculo mudo se vivía de otra manera: los espectadores debatían en los intervalos. En 1930 abrió el primer “cinematógrafo”, una sala con 90 butacas sobre la calle Mitre. Las funciones se anunciaban con sirenas y bombas de estruendo. En 1938 se inauguró el Central, también en Mitre, que en dos años pasó de tener 250 butacas a 700. A mediados de siglo, la competencia era feroz. En 1947 se sumó el Gran Bariloche. La sala de 900 butacas tenía telón de terciopelo rojo, paredes celestes y filetes dorados. En esa época, la familia González Palazzo, dueña de la empresa Coliseo, compró el Central y lo integró a su imponente red de 56 salas en Bahía Blanca, Río Gallegos, El Bolsón, Puerto Madryn, Trelew y Comodoro Rivadavia, entre otras ciudades. Más tarde, también adquirió el Bariloche, que en 1960 incorporó la joya del momento, el Cinemascope. El cine era un punto neurálgico de la vida social: se hacían ahí hasta los actos por la Fiesta de la Nieve. Los González inaugurarían su tercera sala, el Arrayanes, el 23 de enero de 1981. Donde funcionó el Central hoy hay un supermercado, mientras que el Bariloche fue demolido.
Fuente: Crítica
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