A los 81, protagoniza "Minetti", ensaya "Bodas de Sangre", y se estrenó un documental sobre su vida.
Por: Camilo Sánchez
Cuando Eloísa Tarruella y Marcelo Albarracín me trajeron el documental Gené, en escena, lo primero que vi fue un gran acto de amor hacia mí que me desarmó. Es raro como se inician las cosas. Alguien viene y pregunta si se pueden filmar mis clases de dirección. Uno dice que sí, sin pensarlo, y eso termina en un filme entrañable. A la salida del filme, un desconocido me dijo una cosa que no olvido: Me impresiona la manera en que lo escuchan sus discípulos.
El teatro resulta una especie de supervivencia cultural comparable a una velita encendida. Me estimula pensar en todo lo que la gente, que pide orientación, está experimentando como necesidad. ¿Por qué razón tal cantidad de gente quiere saber de qué se trata el hecho escénico?
Hemos vuelto, en el CELCIT (Centro Latinaomericano de Creación e Investigación Teatral) con Minetti, de Bernhard, junto a Maia Francia, dirigidos por Carlos Ianni. Nunca pensé que tuviera la fortuna de encontrarme con un personaje que me generara esta alegría actoral que siento: una aventura con un buen margen de improvisación.
En proporción, esta ciudad es algo muy curioso: probablemente sea el lugar con mayor oferta teatral del mundo. Hay un impulso de poner el cuerpo en escena que excede, en mucho, creo, la necesidad del público de presenciarlo. Es un lugar común decirlo, pero el teatro sigue siendo el ritual de participación de seres vivos sin intermediación mecánica. Eso lo hace insustituible y poco a poco se ha ido orientando, cada vez más, hacia lo que es esencial en él.
Verónica Oddó fue uno de los soles de esa noche ingrata del exilio. Como exiliada chilena nos encontramos en el territorio que nos dio hospitalidad, Venezuela. Me encontré con una de las personas con mayor intuición, profunda y certera, del escenario y sus leyes. Me aportó técnicas que influyeron en mi búsqueda de ese momento que en ese centro de gravedad, el cuerpo del actor, está el nudo de toda la expresividad. Empecé a modificar mi modo de enseñar, actuar y dirigir a partir ese encuentro. Sigo sintiendo que mi vida cotidiana y profesional sería muy distinta sin el encuentro con ella.
En los últimos tiempos, he visto varios muy buenos espectáculos que, por razones que ignoro, usan amplificación sonora. Una moda extraña que me hace sentir como una invasión del uso televisivo en lo teatral. Un micrófono no usado como un elemento expresivo, como la música o una luz, sino para ser oído con mayor comodidad. El fenómeno se observa en salas que han sido muy buenas en lo acústico. ¿Qué está ocurriendo? Hay algo ahí que carcome lo que el teatro tiene de insustituible: el actor vivo, frente al espectador, y ninguna otra cosa.
Estamos trabajando, con Verónica Oddó, Violeta Zorrilla y Camilo Parodi, dos actores que hace tiempo que estrenan con nosotros. El proyecto surgió a partir de trabajos que vi en Violeta, en los talleres, muy intensos. Será una especie de aventura contar Bodas de sangre con cuatro actores. Estrenaremos en julio.
El teatro tiene su misterio. Como se ha dicho, uno ama a personajes con quienes no querría cruzarse en la vida. Imaginarse una amistad como la de Horacio por Hamlet, es terrible. Ser amigo de un personaje de Pirandello, por ejemplo, es peligroso.
Todo ser humano es un fenómeno que no ha existido nunca. Un milagro único e irrepetible. Y como en lo teatral, se trabaja en la identificación del otro consigo mismo. Hay que proteger esta subjetividad: que el orientarla nunca pueda consistir en darle un modelo para imitar. No me gusta que alguien me llame maestro como evocativo, también porque me resulta difícil reconocer que uno enseña. Sólo se enseña lo que el otro ya sabe.
Por mejor tecnología que haya, la mejor manera de mover un telón es por la mano del telonero. Ninguna máquina va a generar el tiempo que un telón oportuno necesita. Aunque ya casi no existen: son grandes, caros y se necesita maestría para manejarlos.
Fuente: Clarín
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