jueves, 15 de abril de 2010

Falopa en Ciudad Vieja

Ciclo jueves de miércoles

La banda de Pablo Marchetti, director de la Revista Barcelona, llega a La Plata para ofrecer su “Música de las orillas de un río marrón", bajo los influjos de Zitarrosa. Desde la medianoche, los platenses podrán descubrir “una falopa sin adulteraciones, absolutamente natural, pura canción urbana”.

Pablo Marchetti es director de la revista Barcelona, la más desopilante y lúcida mirada sobre la realidad hecha por un medio argentino; pero, además, es el líder del grupo musical Falopa, que se presenta hoy, a las 24, en Ciudad Vieja (calle 17 y 71). Se trata de un cuarteto de guitarras y un cantor que anda tras los rastros de Zitarrosa, guiados por una brújula alucinada; haciendo “música de las orillas de un río marrón” que baña caudalosamente su repertorio de humor, tiernos disparates e instantes hondos de emoción sazonados con el alegre perejil de la ironía. Su álbum debut, Falopa fue calificado con “4 estrellas” por la Rolling Stone, que además eligió al CD como uno de los 5 mejores álbumes de tango de 2009, y al tema "Yin yuta" como una de las cien mejores canciones de ese año.

–¿Con qué tipo de Falopa se va a encontrar el público, esta noche, en Ciudad Vieja?

Pablo Marchetti: –Con la mejor Falopa. Una falopa sin adulteraciones, absolutamente natural. Cinco guitarras, un cantor, música, palabras, canciones… pura canción urbana, música que viene de un río marrón. Digamos que, siguiendo la huella del gran Alfredo Zitarrosa, la columna vertebral es la milonga. Y a partir de allí vamos a algunos aires de tierra adentro (zambas, chacareras, chamamé), con un anclaje muy urbano: tango, cumbia, reggaeton. Definitivamente, no somos una banda de estilo, sino de estilos y, sobre todo, de mezcla de estilos. Con letras muy urbanas y espíritu absolutamente punk. Todas son canciones propias, con letras mías.

–¿Por qué llamaron al grupo de esa manera?

P.M.: –Se llama Falopa por la doble acepción del término, que figuran en el Diccionario argentino de insultos, injurias e improperios, publicado por Barcelona en el 2006. La primera es: “compuesto químico que altera la conciencia, droga/ Ú. en insultos clasistas: Estos negros de mierda se la pasan meta falopa y choreo y después se meten en la villa porque ahí la yuta no entra, y de invitación. ¿Pero por qué no dejás de hacerte el poeta y seguís dándole a la falopa que eso es lo tuyo, mamarracho?”. A mí me gusta más la segunda acepción: “De mala calidad. Che, la próxima vez comprá Seven up y no esa gaseosa lima-limón falopa que trajiste el otro día. U.t.c.s. Me quiero cortar las pelotas, perdí todo lo que había anotado porque ese cuaderno de mierda es una falopa y se le salieron todas las hojas”.

–Es una vindicación de lo berreta.

P.M.: –La última gran aparición de esta acepción la protagonizó Daniel Pasarella, hace algunos años, cuando fue por última vez técnico de River Plate, y le pidió a los dirigentes que le trajeran refuerzos y aclaró: traigan jugadores buenos, no jugadores "falopa". Me gusta este rescate de ciertas palabras. Barcelona es una revista falopa de papel berreta que te mancha los dedos.

–¿Se puede decir que Falopa es una continuación de Barcelona por otros medios, o tienen identidades diferentes?

P.M.: –Sí, claro, puede decirse eso. Barcelona es un proyecto absolutamente personal y Falopa también. En ambos proyectos hay una identidad mía muy fuerte. Obviamente, se trata también de lugares colectivos, en los que yo soy uno de los integrantes. Creo que, en ese sentido, mi identidad está más diluida en Barcelona. Barcelona es claramente una identidad colectiva de las diez personas que trabajamos allí. Es más, es una conjunción de una especie de Mr. Hyde colectivo, de lo peor y al mismo tiempo de lo mejor de nosotros. Hay una mezcla de bronca y creatividad, de mala leche y buen humor, de ser muy jodidos y muy solidarios al mismo tiempo. En Falopa estoy un poco más expuesto, soy más frontman. Y Barcelona surge por vocación periodística, por ganas de incidir (un eufemismo que bien podría ser reemplazado por “hinchar las pelotas”) en la vida cultural y política. En cambio Falopa, si bien tiene canciones que hablan de obsesiones parecidas, es un proyecto artístico más clásico. Nada más y nada menos que canciones.

–¿Cuál es la temática que abordan?

P.M.: –No hay una temática en particular, pero sí hay una vocación por contar historias. Historias cotidianas, contemporáneas. Hay una búsqueda de lo sobrenatural, lo lisérgico, lo insólito en lo cotidiano: una historia de unos chinos de un supermercado que arman un foco guerrillero leyendo el Libro Rojo de Mao; un policía budista que predica paz y amor; un grupo de chabones que hacen un tributo a Sabina y dan un golpe a un banco para vivir como bacanes en Madrid y cruzarse con Sabina; un grupo de amigos fisurados que homenajean a Gardel en Chacarita y, en medio de una alucinación (o no, quién sabe) Gardel se levanta de la tumba hecho un zombie… si bien hay temas más líricos, lo central del asunto es contar historias. Una de mis obsesiones personales es demostrar que hay posibilidad de relato más allá de la prosa. Y que no siempre la prosa es el mejor camino para crear un relato. Mi lugar es el de la poesía, y la canción es un lugar maravilloso para la poesía. Es la venganza de la lírica: porque la poesía la lee muy poca gente, pero las canciones tienen un público amplio. Lo mismo ocurre con lo periodístico: sirva para establecer un relato más allá de la prosa. Pero no hablo de la prosa periodística (crónica, reportaje, etc), sino de la edición: títulos, epígrafes, copetes, volantas. Creo que todo eso tiene mucho de poesía. Y ni hablar de la publicidad. Yo encuentro muchos contactos entre el lenguaje poético y el publicitario. En las formas, claro, no en el contenido, que es absolutamente antagónico. Pero las experiencias de poesía visual tienen mucho del impacto directo de la publicidad, aunque con fines nobles. Y a mí me interesa toda esa dimensión de la poesía: la de poder crear un relato por fuera de la prosa, la de la lírica (obviamente), pero también la dimensión visual y musical de la palabra.

–¿Para qué sirve en estos tiempos la sátira política?

P. M.: –Para seguir diciendo, con amargura, bronca y resentimiento, a quienes desde la prensa tienen el poder de crearnos todas estas sensaciones colectivas, que no somos boludos y nos damos cuenta de cómo se construye su relato de la realidad.

–Con la revista Barcelona han encontrado una manera de comunicarse desde la crítica y la insumisión a los lugares comunes del sistema, pero sin el empaque y el engolamiento propio de los discursos seculares de la izquierda.

P.M.: –Hay un montón de medios que ideológicamente pueden estar cercanos a lo que pensamos sobre ciertas cosas, pero es un plomazo leerlos. Está naturalizado que son cosas que leemos cinco locos que soportamos digerir algo tan aburrido. Por otro lado, hay medios que dicen cosas que están en las antípodas de lo que pensamos, pero tienen una forma excelente de construir el relato. Chiche Gelblung por ejemplo. ¿Por qué nos resignamos a que sea un plomazo aquello con lo que estamos de acuerdo?

–Mucha gente ve en Barcelona a una heredera de la revista Humor, ¿le molesta o le halaga la comparación?

P. M.: –Me halaga porque la gente que lo dice fue lectora de la revista Humor, como también lo fui yo. En general, no quieren decir: “ustedes son la misma bosta que la revista Humor”. Hay un buen recuerdo de esa revista, absolutamente bien ganado, porque marcó una época y tuvo grandes cosas. Pero yo no me siento heredero de Humor; no encuentro la genealogía de Barcelona en lo que fue la tradición de las revistas humorísticas. Si tengo que rescatar algo de Humor como referencia de Barcelona, es el suplemento que se llamaba “El amarillo”, que apareció a fines de los ‘80. Era un insert que venía en la revista, una especie de diario en dos colores, una sátira armada como un diario de periodismo amarillo; escribían Juan Martini, Gloria Guerrero, Héctor García Blanco, gente talentosísima que no firmaba las notas.

–También ha publicado, recientemente, un libro de poemas.

P.M.: –Sí, Dialecto pequeño burgués. Lo publicamos con una editorial pequeña que hicimos: Antilibros. Todo muy artesanal. Todos los libros tienen un diseño distinto, sin logo, para que también sea anti-logo. Yo incluso hice con gubias sobre el linóleo los propios sellos y sellé cada uno de los libros. Nos apropiamos también de un lugar de la producción que no es sólo la escritura. Surgió de las ganas y de la comprensión de que la poesía no es algo tan elevado que no lee nadie porque nadie la alcanza de tan elevada que es. La poesía es algo que conlleva una síntesis que tiene mucho que ver con una forma que aparentemente está en lo más bastardo de la cultura popular, como puede ser la publicidad. La poesía va a lo molecular de las palabras, básicamente tiene que ver con la sonoridad, con una síntesis que permite hacer permanente una idea a través de la musicalidad de las palabras y de un elemento visual.

–A la manera de Nicanor Parra.

P.M.: –Es un poeta que me fascina, capaz de crear un poema visual con una simple botella de Coca Cola, y poner: "Mensaje en una botella". Claro que en esa botella hay un mensaje. Podía ser una contratapa de Barcelona. Eso es concebir la poesía de otro modo, tratar de bajarla de ese pedestal a la que la subieron para hacerla inalcanzable. No casualmente el gran libro de Nicanor Parra se llama Poemas y Antipomeas y él se hace llamar anti-poeta. Vivimos en una época muy pro, y no me refiero sólo al Pro como proyecto político, sino a la instalación de la palabra pro como el deber ser, lo profesional. En una época tan pro, hay otro camino, y si no lo hay, intentaré construirlo.

Fuente: Diagonales

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