domingo, 7 de marzo de 2010

Muriel Santa Ana: "Elegí vivir mi propia ley"

Carrera para rato. "El teatro siempre te espera", dice, fresca. A imagen de su padre, el actor Walter Santa Ana (76), espera poder seguir trabajando hasta los 80 Foto:Gustavo Saiegh

La actriz se consagra con su protagónico en Ciega a citas , la serie de televisión donde interpreta a una periodista treintañera, soltera y con sobrepeso, que debe encontrar un novio en 258 días. Aquí, analiza con humor semejanzas y diferencias con su criatura.

A bebé. Muriel huele a bebé. No se trata de una metáfora. Ni siquiera de una observación aguda y suspicaz. Nada de eso. En el preciso instante en que cruza la puerta del coqueto hotel boutique en el que nos encontramos, la fragancia se apodera del lugar y se traduce en una agradable sensación. Ella lo sabe y con cierta picardía reconoce: "Necesito sentirme fresca; así que pasé por casa y me puse colonia. Es agradable, ¿no? -pregunta, sin esperar una respuesta-. Soy muy limpia, un poco obsesiva con eso, y esta colonia me hace sentir como recién salida del baño".

Que Muriel Santa Ana (39) transmita cierta sensación de bienestar no sólo se debe a la colonia. Es que la actriz que se mete en la piel de Lucía González en Ciega a citas , en la pantalla de la Televisión Pública (ver aparte), asegura estar muy bien consigo misma y lejos de la "angustia" que muchos pueden imaginar para una mujer que está cerca de pisar los 40 años.

"Alto. Yo me siento rebién con mi edad -dice en voz alta- porque a los treinta y pico todo es posible. Ya no hay excusas. Es tu mundo, un mundo en el que podés permitirte hacer lo que quieras, porque uno ya sabe quién es y puede hacerse cargo de eso. La edad no es un dato que releve nada de nadie. Y nosotros estamos obsesionados con eso, con el paso del tiempo. Uno tiene que conocer a la gente desde otro lugar, salvo que seas un niño prodigio. Hubo un momento en que me negaba a decir mi edad, no por coquetería, sino porque me crié en un ambiente muy desprejuiciado [su papá es el actor Walter Santa Ana]; jamás mi mamá me metió en la cabeza eso de que cuando llegás a los 40 estás hecha y que si no te casaste para entonces estás en el horno. Obvio que está la cuestión del reloj biológico, pero ese es otro tema. Por suerte, ni mi hermana ni yo tuvimos que escuchar frases como las que Manucha [el personaje de Georgina Barbarossa en la tira de Canal 7] le dice a su hija Lucía: «Tenés 35 años, nena, ya se te pasó el trencito de la alegría». Es como si las mujeres naciéramos y viviéramos apuradas."

Estar sin pareja a los treinta y pico es un tema recurrente en la literatura, el cine y la televisión. En Ciega a citas , Lucía sale a la búsqueda del novio perfecto para llevarlo a la boda de su hermana y, de esa manera, ganarle una apuesta a su madre, quien cree que dentro de 258 días llegará a la noche del casamiento sola, gorda y vestida de negro. "Lucía consigue salir de esa especie de nudo emocional para transitar el camino de una madurez tardía y, así, encontrarse consigo misma y con el amor que a ella mejor le convenga. A mí me llegó el amor más tarde que al resto de mis amigas. Algunas hasta ya tienen su segundo hijo. Conocí el amor después de los 35, y estoy muy bien acompañada [su pareja es el actor y músico Julián Vilar, que ya hizo su paso por la serie en el papel de uno de esos efímeros candidatos]. Es muy lindo el amor correspondido: es el único amor. Antes tuve relaciones ocasionales de muy mala calidad, penosas, y siempre asocié la idea del amor con el sufrimiento, relacionado con comportamientos berretas. Siempre pensé que la falla estaba en mí, que yo los ahuyentaba."

-¿Cómo los asustabas?

-Qué sé yo..., me veía a mí misma como una rayada; o les decía "te amo" a los cincos minutos. Esa idea de verte con alguien y llevar el vestido de novia en la cartera (ojo, que se trata de una metáfora). Estuve muchos años sola.

-¿Lo viviste como un peso?

-Como Lucía, tenía por momentos la necesidad de hacerme invisible, de ser testigo de lo que les pasaba a los demás. Pero estaba bien, porque me organizaba, disfrutaba de las salidas con dos superamigas.

-Sin embargo, no estabas exenta de los comentarios...

-No, porque siempre hay alguien que te hace notar que estás sola a los 30, con frases como: "Nena, ¿no serás muy exigente?". También están los comentarios amorosos, al estilo: "Qué lástima que estés sola, si vos sos tan divina...". Me parece que esta es una mirada bastante femenina. No creo que lo ideal sea estar con alguien por estar, porque un nabo se lo levanta cualquiera. No hay que apurar, no hay que buscar, ni siquiera vale el esfuerzo de hablar con alguien que no te genera nada. A mí me deprimía un montón esforzarme por mantener una conversación, salvo que se diera en un ambiente de contención, como la casa de un amigo o una fiesta. La idea de no dejar de hablar, ni siquiera para ir al baño, por temor a que cuando vuelvas él ya no esté, es bastante angustiante. También creo en el rol masculino del hombre, en esa necesidad de seducción y búsqueda. Estoy convencida de que si un hombre se fija en vos y le interesás, te va a buscar. Las veces que salí al cruce no me fue bien, como a Lucía.

-Dicen que los 40 de hoy son los nuevos 20. Pero cruzar la barrera suele asustar.

-Los 40 tienen algo. Te dicen que tenés muchos años vividos y que, con suerte, tenés los mismos por delante. Es como si uno tomara conciencia del tiempo: sí, la vida es larga, pero también sabés que se termina. La verdad es que yo pensaba mucho más en la muerte a los 20 que ahora. Eran tremendas esas angustias de los veintipico: uno cree que no va a sobrevivir a nada. Con los 40, lo que se te viene a la cabeza es que dentro de diez llegás a los 50 en una sociedad que te dice que los únicos que valen son los jóvenes.

-¿En la vida del actor pasa lo mismo?

-Mi papá tiene 76 años y sigue actuando. El teatro siempre te espera. Hay actores jóvenes, muy buenos mozos, que trabajan un montón en televisión, en cine, y que me cuesta imaginármelos a los 76 arriba de un escenario. A mí me gustaría ser una actriz que si tiene ganas de seguir trabajando a los 80 pueda hacerlo. Porque yo elegí hacer algo con mi vida sin importar lo de afuera, vivir según mi propia ley, y eso es algo que vengo laburando en los últimos años. Es lo que más me copa de esta edad, porque estos son años de afirmación, en los que uno revalida hechos que comenzaron en muchos casos en la adolescencia, como el trabajo, la profesión... Es como un cierre y a la vez un volver a empezar.

-Es el camino a la adultez, aunque a muchos les pese la palabra.

-A los veintipico uno tiene cierto rechazo por la adultez, pero se trata de una buena palabra. Está mal vista, es cierto, porque el valor está en lo joven, en el espíritu adolescente. Entonces, ¿cómo no vamos tener miedo de ser grandes y de comprometernos con nosotros mismos? Los veintipico fueron muy complicados para mí. Necesitaba comprometerme y no encontraba dónde, con qué, con quién. En la práctica era imposible vivir de una manera adulta; era una fantasía. Trabajaba en una oficina, ganaba plata, salía con amigas e iba a comer a lugares lindos, de "grandes", pero a la vez vivía con mi mamá, me peleaba con ella y algunos días estaba triste porque no me hablaba. Recién me fui a vivir sola a los 26. Es una edad de muchísimo sufrimiento, porque es una fricción constante entre lo que te da miedo dejar atrás y lo que ves para tu futuro; es el momento en que tenés que vértelas con vos mismo.

-¿Recordás ese momento?

-Me viene a la cabeza uno. Beto Brandoni fue el que me recomendó para Una familia especial [la serie de Pol-Ka de 2005 con la que debutó en televisión, donde trabajó con su buen amigo Mike Amigorena]. Iba a ser un personaje chico, pero se bajó una actriz y pasé a ser coprotagonista. ¡Ni siquiera sabía cómo pararme frente a la cámara! Estaba muy nerviosa, sentía que no iba a poder; la tele era algo nuevo para mí y Beto me dijo: "Ahora depende todo de vos, yo ya no tengo nada que ver". No tuve otra opción más que vérmelas conmigo.

-Y verse uno mismo no siempre resulta fácil, más si uno tiene sobrepeso, como Lucía, y se convierte en el centro de las miradas.

-Hubo un tiempo en que estuve muy acomplejada por los kilos: me sentía mal, como una bomba a punto de estallar, pero no sólo por los kilos. No es fácil estar con sobrepeso cuando todo el tiempo te están diciendo que tenés que ser perfecta y te imponen una belleza que no es real. No me compraba ropa en los negocios como cualquier otra chica; ni siquiera me animaba a probarme nada, porque sabía que no me entraba. Por eso me vestía con ropa de los años 50. La compraba en ferias americanas, en sastrerías teatrales. Siempre usaba vestido, nunca me ibas a ver con pantalón. Hace poco más de tres años compré mi primer jean, cuando bajé de peso y me volví una más. Cuando le conté a Mike [Amigorena], me preguntó sorprendido: "¿Para qué querés ser como las demás?". Es que si uno no tuvo problemas de peso, no sabe lo feliz que te ponés cuando un jean finalmente te entra.

-¿Tenías un estilo muy definido?

-Era mi forma de vestirme; no tenía demasiadas opciones. Solía mirar películas de los años 40 y 50. Seguía de cerca el look de muchas actrices. A Ava Gardner le copié miles de modelos. Todavía tengo guardados recortes de vestidos que me quiero hacer para el día que me gane un Oscar.

Por Fabiana Scherer
fscherer@lanacion.com.ar
Fuente: La Nación

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