El jumper, icono indiscutido del erotismo de los últimos tiempos, imagen utilizada para alimentar negocios contemporáneos del estilo “Mandá CHICAS al 2020”, empapela las paredes de la ciudad. Cuatro mujeres de traste saludan con la cabeza entre las piernas. La obra se llama Chicas católicas y con esa fotografía promete mucho más que chicas en jumper: revelar las picantes tensiones entre pulsión y represión en un colegio religioso. O por lo menos es posible imaginar algo así.
Sucede que las chicas en realidad no lo son tanto –Maju Lozano debe ser la más joven del grupo, y ya ronda los 30–, y lo que vemos son adultas vestidas de colegialas, impostando voz de nenitas, en una suerte de recuerdo teatralizado de su juventud. La obra genera empatía inmediata con el público a través del humor y el calculado aluvión de referencias de época: jingles antiguos, canciones de Música en libertad, ABBA, palabras como “tarúpida”, menciones a divas de antaño tipo Natalie Wood, Silvana Di Lorenzo o Gina Lollobrigida. Chicas católicas funciona mucho más como un trabajo sobre la nostalgia para los nacidos entre los ‘50 y los ‘60, que como alguna clase de reflexión sobre el catolicismo real. Sin embargo eso pareciera perseguir. Las actrices alternan entre roles de alumna inquieta y monja represora. Hay cuatro religiosas diferentes que se van presentando a medida que las chicas crecen y en el proceso de descubrimiento de su sexualidad, las niñas se van a topar con sus rígidas y anticuadas limitaciones.
Fuente: Página 12
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