jueves, 18 de marzo de 2010

Adriana Aizenberg: una señora audaz

Reestrena, en el Cervantes, el unipersonal "El misterio de dar". Y dice que el cine la descubrió de grande.


En "Las pequeñas patriotas", con Norma Aleandro, dirigidas por Helena Tritek, teníamos en escena nueve años. Allí se amplificó un elemento que es imprescindible para realizar cualquier personaje: la inocencia. Es lo que permite creer en lo que estás haciendo. En Venecia me creía que tenía noventa años, ciega, y me llevaban a Italia en un bote a ver a mi amor. De nueve años a noventa: como suele decirse, en teatro lo que hay que hacer es creerselá.

Antes no había casting. Había pruebas.

Un amigo me dice, hablando de El misterio de dar, que reestrenamos en el Cervantes: texto de Griselda Gambaro, dirección de Laura Yusem, Adriana Aizenberg como intérprete y Graciela Galán en la escenografía: póker de ases.

Mi papá era odontólogo, pero un hombre de vasta cultura. Escribía, leía mucho, pintaba, era profesor de anatomía en la Escuela de Bellas Artes: un artista. Me ayudó a venirme a Buenos Aires cuando comenté mi deseo de ser actriz. Me dijo: allá no te van a hacer declamar, te van a enseñar a poner el alma en lo que digas.

Griselda Gambaro, sin menospreciar a otros autores argentinos notables, tiene un manejo con la palabra distintivo: es una poeta. Ni mejor ni peor: tiene un rulo en el lenguaje que no hace ninguna puesta convencional. Ves lo que escribe: y si lo ves, lo creés.

Cuando fueron los de Fray Mocho a Santa Fe, con mallas negras haciendo teatro repertorio, dije: yo quiero eso. Vine a estudiar arquitectura, pero entré, en la escuela que la compañía tenía aquí, con Camilo Da Passano en interpretación. al mismo tiempo que estudiaba arquitectura. Me fui de gira con Historias para ser contadas, la primera obra de Chacho Dragún y abandoné arquitectura. Eso me terminó de decidir. En Fray Mocho aprendí de escenografía, utilería, vestuario, iluminación, todo lo que se del teatro lo aprendí ahí. Comencé a trabajar en la boletería del teatro que tenía la compañía Fray Mocho aquí, en Cangallo, que después fue Perón, y Paraná. Ahora, ahí. hay un garage.

A los 19 años hice Chéjov, Miller, Gorki. Ahora pienso que me elegían porque tenía buena dicción y hablaba fuerte. También tenía mucho amor por lo que hacía, que no era poco.

Me incorporé al teatro profesional con Ah soledad de O'Neill, con Selva Aleman, Marilina Ross, Pepe Soriano, Paco Fernández de Rosa. Un elencazo. Había un reemplazo de una mucama que hacía Elsa Berenguer. Vi la obra varias veces y alguien me dejó entrar a los camarines y me apropié de su vestuario: el delantal y el postizo. Cuando salí creían que era Elsa. Gorostiza, que ya era una eminencia y tenía canas, no lo podía creer. Me dieron el papel de inmediato. El deseo y la audacia de los veinte años.

Con Augusto Fernándes aprendí a bajar a tierra toda la teoría que tenía: me abrió un mundo. Eramos profesionales y nos convocó para trabajar cuatro horas para ver qué salía.

El cine apareció en mi vida después de los cincuenta años. Con Carlos Moreno, mi marido, compramos este departamento, después de alquilar como veinte años. ¿El secreto de un matrimonio tan largo? Nos separamos varias veces. Es la manera: este oficio genera muchas distracciones.

Con "Mundo grúa" hice la experiencia de trabajar con gente que no era profesional. Pablo Trapero nos hizo hacer una improvisación con el Rulo Margani, que era mecánico, y no me conocía. Tiramos un texto. "Anda bien la piba eh, no se cayó nunca", escucho que le dice el Rulo a Trapero.

El teatro, entre otras cosas, me aguijoneó la curiosidad. Tenía un novio que salía conmigo siempre con un diario bajo el brazo: sabía que íbamos a ir a un bar y yo me iba a perder mirando a la gente.

Fuente: Clarín

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