CORDOBA.- La séptima edición del Festival Internacional de Teatro del Mercosur comenzó anteayer con una variada propuesta nacional. A las 20.30, la compositora Carmen Baliero presentó Bocinas , un trabajo realizado en la intersección de dos calles en las que 19 músicos, 13 actores y más de 10 coches intentaron trasladar a una partitura parte del entramado sonoro de una ciudad con problemas crónicos de tránsito.
En línea con un trabajo que Baliero había presentando hace dos años en el FIBA, el ruido de las bocinas, de la aceleración de los coches y de sus mismas radios lograron hacer silenciar a una multitud que se reunió para darle la bienvenida al festival. Lamentablemente, problemas en la organización hicieron que en, varios momentos, la interesante idea atraviese profundos baches y situaciones un tanto caóticas por falta de una estructura o apoyo oficial al servicio de un intento poético que toma como punto de partida el mismo caos ciudadano.
Casi como en una procesión, a las 22, había que estar en el teatro Real, ubicado frente a la devaluada plaza principal. Allí, la Comedia Cordobesa, el elenco oficial más viejo del país, ofreció una particular versión de El jardín de los cerezos , la última obra de Chejov. En versión y dirección de Luciano Delprato, el mismo que el año pasado presentó una cuestionable versión de El público , de García Lorca. La obra habla del mundo de las apariencias y de cómo los personajes, representantes de distintos sectores sociales, son ganados por una pereza que les impide adaptarse a los cambios políticos y económicos. El director instala la acción en la misma Córdoba de los sesenta entre los aires pop, música que parece llegada del Festival de San Remo y violentos cambios políticos. En varios momentos, el entramado es muy atractivo. Básicamente, el trabajo de arte, el grupo de música en vivo y algunas actuaciones se transforman en elementos vitales de la puesta. Sin embargo, su extensa duración, problemas de dramaturgia y los distintos niveles interpretativos se convierten en escollos de peso.
Como terminó pasada la medianoche, fue imposible cumplir con la premisa de estar a las 23.58 (hay que reconocer que es toda una excentricidad convocar con un horario tan exacto) al brindis que preparó la gente del festival en la Ciudad de las Artes. Pero los festivales tienen la habilidad de desarrollar las facetas más hiperquinéticas, de potenciar esas zonas ocultas en la que uno tiene la certeza de que se está perdiendo algo importante en alguna zona de la ciudad. Lo peor es que al otro día siempre viene uno a contarte que ese evento al que no fuiste fue lo mejor del día (siempre pasa).
Fuente: La Nación
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