jueves, 29 de octubre de 2009

Milagro Sala

Imagen: archivo personal
Esta nena... hizo todo esto

La quieren demonizar, pero es un ejemplo de lucha. Cómo vive, piensa y sueña la mujer que les devolvió la dignidad a legiones de excluídos. La dirigente social que le da pelea a la pobreza.

Por Martin Mazzini
Desde Jujuy

Si Evita viviera, sería Milagro Sala. La afirmación puede sonar exagerada. Pero basta con pasar un par de días recorriendo la vida y obra de esta mujer de 46 años, líder de la organización social Tupac Amaru, para caer rendido ante la evidencia: el aspecto más indiscutible del peronismo –los hechos que les cambian la vida a los humildes– volvió a nacer, con la fuerza de un huracán, aquí en Jujuy, “El pórtico maravilloso de la patria”, según un cartel de la ruta, o una de las provincias más pobres del país, según la realidad.

¿Y de dónde sale la plata para que, además de 3.000 casas, la Tupac se haya tomado el atrevimiento de construir escuelas, un centro de salud con un tomógrafo de medio millón de dólares en el que no hay que esperar y la atención cuesta 1 peso, un centro de rehabilitación para chicos discapacitados, fábricas textiles, siderúrgicas y un parque acuático con la que probablemente sea la pileta más grande del país, cascadas y toboganes? ¿Importa tanto? Según la organización, todo eso se logró usando de manera eficiente el dinero que el Estado destina para construir viviendas, a razón de 70.000 pesos cada una. Los que acusan a Sala de montar un Estado paralelo, el senador Gerardo Morales y la corporación mediática, todavía no mostraron ninguna prueba de que sea dinero sucio: lanzaron sospechas, eso sí. La más imaginativa es que comanda un ejército de 70 mil rebeldes armados dispuestos a conseguir poder como sea.

El día que se dispararon esas acusaciones, Milagro cortó con su hiperactividad y se fue a buscar a su nieto: “Cuando vi la imagen de ella dándole de comer, me acordé de Evita, que hablaba de endurecerse sin perder la ternura. Esta mina es así”, dice el abogado de la CTA Alberto Paz.
“Meta” es la palabra que usan todos acá para cerrar una conversación, “de acuerdo, quedamos así”. Y Milagro le metió. En unos diez años, la Tupac pasó de ser un grupo de 20 militantes de la CTA que hacían ruido en las marchas y cortes de ruta a fines de los ’90 a una organización con 70 mil afiliados dispuestos a trabajar bajo el sol, ayudar a los necesitados y defender a su líder: después de las muertes dudosas y las amenazas de muerte que recibió en su teléfono, la última semana, los robustos muchachos de La Banda de La Flaca, la facción pacifista de la hinchada de Gimnasia y Esgrima, la acompañan a todos lados. La llaman “Mami”.

“¿De qué guerrilla hablan? –se indigna Sala, que en el bar de la estación de servicio frente a la sede de la Tupac pide “lo de siempre”: un cortado y dos turrones–. Es ilógico. Dicen que soy instructora de tiro: no, soy profesora de danzas folclóricas. Soy instructora de tenedor y cuchillo, de pala y pico, si hacer la guerrilla significa eso... Y tengo una sola arma, un trabuco antiguo que me regaló Germán Abdala.

–Tiene como símbolo al Che: ¿reivindican la lucha armada?

–La entiendo pero no la quiero. Amo la vida. Nuestra bandera tiene al Che, Evita y Tupac. De cada uno hemos sacado experiencias. Del Che la disciplina, de Evita la ternura, y de Tupac la recuperación de nuestra cultura.


Las imágenes de los tres íconos inundan cada rincón de los edificios construidos por la organización y los paredones en las calles y rutas, junto a leyendas como “Campesino, tu patrón no comerá más de tu pobreza”, o “Abajo el capitalismo”.

“Tengo claro que hay que seguir organizándose para matar la pobreza y ver cómo los excluidos pueden dejar de ir al comedor y volver a comer en su casa. Que el padre y la madre puedan comer en la mesa al mediodía con su familia. Ese es el sueño de la Tupac: que tengas la heladera llena.”

–¿Es lo que vivió de chica?

–Viví hasta los catorce años en mi casa. Mi mamá trabajaba como supervisora, mi papá era profesor en la Universidad Nacional de Jujuy. Un día que no fui a la escuela escucho a mi mamá discutir con mi tía, que le decía: “Le vas a tener que decir la verdad a Mila, que no sos la madre”. Yo tenía el instinto porque mis hermanos son de piel blanca. Cuando escucho eso encaro a mi mamá: “Si me enseñaste que con la mentira no se llega a ningún lado...”. Ella insistía: “Soy tu mamá”. Tuve una crisis, me fui y no volví hasta los 24. Conocí la pobreza, el hambre.
Hasta el día de hoy no sabe quién es su madre biológica. “Terminé el secundario y era directora del ballet Los Nativos Jujeños. Un día actuábamos en el teatro Mitre, el Colón de acá. Una amiga me dice: ‘Allá en la última fila está tu mamá’, la que me parió. Me apuré, me cambié rápido y cuando la fui a buscar para reconciliarme, no estaba. Me bajoneé y me prometí nunca más subir a un escenario. Ahora bailo en las fiestas, también cumbia, que reivindica a los compañeros de las villas. No sé quién es mi mamá. Pero me gustaría un día poder acariciarla, no me importa por qué me dejó.”

El Perón de Milagro, Raúl Noro, de 66 años, es su pareja desde hace una década. Abraza la causa humanista, es el nexo político, le da marco conceptual al trabajo imparable de su mujer. Masca coca de la mañana a la noche (sin bicarbonato, que afecta su corazón con by pass) y es, por ahora, el corresponsal del diario La Nación en Jujuy. “En la marcha de apoyo del otro día estaba Quebracho, la CTA, el MST, el MTL, Madres: la Flaca logró lo que nadie pudo, unir a la izquierda”, se ríe.

Antes de llevar a Veintitrés con su mujer, Noro cumple con una de sus consignas: que los periodistas vean los frutos del trabajo, previo a la entrevista. En la sede central, pasando las maquetas sobre los ritos y costumbres indígenas, hay un enorme salón para los 900 delegados de la Tupac. Al costado, una pileta climatizada bajo la leyenda: “El deporte delega virtudes, audacia y perseverancia”. Las señoras del centro vienen a hacer acqua gym a última hora. La Tupac construyó dieciocho polideportivos en distintos barrios humildes de la provincia. Otra pileta está siendo techada en el barrio Tupac Amaru, en Alto Comedero. Cruzando la calle de ripio, las topadoras y los obreros de casco blanco con el logo de la CTA y la cara de Tupac construyen el último sueño de Milagro: un parque acuático de 120 metros de largo por 60 de ancho, con un puente atravesando el agua, que en invierno tendrá botes para pasear.

“Para los chicos es como ver el mar”, dice uno de los dirigentes de la Red de Organizaciones Sociales que la Tupac forma con otras veinticinco agrupaciones. Exagera, seguro. Pero hace una semana se inauguró el Shopping Anuar, en San Salvador, y la gente hacía cola para subir a las escaleras mecánicas.

–¿De dónde viene su obsesión con las piletas?

–Cuando yo era chica había dos piletas, una que usaban los ricachones y los baños públicos donde iba la clase media. Nadie podía entrar si no pagaba. Mis hermanos son blancos, me llevaban, pero no me dejaban pasar. Entonces mi hermano no entraba. A mí me daba odio. No sabía nadar, aprendí ahora. Nos dicen que queremos hacer una revolución. Sí, construir una pileta es hacer la revolución. De mate, de cabeza. ¿Por qué los chicos humildes no pueden tener una pileta de natación? ¿En qué parte de la Constitución lo dice? Y si no lo dice, hay que hacerlo.
Milagro tiene al costado de su cama La razón de mi vida, en una edición vieja que le regaló una amiga, a la cual le cambió la tapa. Evita construyó una pileta en el hogar escuela Eva Perón, para chicos huérfanos y humildes. “Un día voy a un acto y los chiquitos transpiraban. Entonces les pregunté si usaban la pileta. ‘No, Flaca, no nos dejan entrar porque tenemos piojitos, hongos’. Entonces con los compañeros dijimos de hacer una pileta; si no sale nada, para lo que gastan los políticos.”

–¿Se siente una mini-Evita?

–No, la amo y respeto, pero me falta mucho para poder compararme. Yo hago. Y eso que es difícil. Me puteo con los médicos de la organización cuando viene un compañero y me dice que le pidieron esperar hasta el día siguiente para darle los medicamentos. Eso es de un hospital público, nosotros somos solidarios y los tenemos que entregar ya. Tenemos convenios con laboratorios: va un compañero, trae el medicamento y se lo lleva. Los aparatos son para que los chicos tengan estudios en el momento.


El Día del Niño, 70 mil chicos se juntan en una gran fiesta en la capital (en el 2007, Sala se abrazaba con Morales para la foto). La Tupac compra 150 mil juguetes –“no esas muñecas patalargas que compran los políticos sino camiones, juguetes grandes”– y los sigue repartiendo por el interior.

“Siempre les pedí a los Reyes Magos que me regalaran una bicicleta, pero nunca me regalaron. Ahora me harté de regalar bicicletas. Hago todas estas cosas para que a ningún niño o niña le pase lo que me pasó a mí”, dice, y recuerda sus años en la calle. La primera noche se metió a dormir en un hospital. “Me hice amiga de chicos en la terminal que lustraban zapatos, me dieron una caja. Vino la policía y me hizo recagar. Después conseguí un carrito, me paraba en una esquina a vender fruta y también me sacaban a patadas. Hasta que caí en la cárcel, robando en la calle. Mi mamá, mi papá y mi abuelita me iban a ver y lloraban.”

Ahí organizó su primera protesta exitosa: “Dimos vuelta las ollas porque la comida era fea. Cocinaban los jóvenes y dijimos: ‘Las mujeres vamos a cocinar bien’. Logramos comer mejor, armamos un horno, hacíamos bollos y les pasábamos comida a los chicos de enfrente. Fue una de mis primeras rebeliones”.

Después, a sugerencia de Víctor De Gennaro, Sala empezó a organizar las Copas de Leche: se trata, básicamente, de compartir lo que uno tenía y lo que no con los chicos del barrio: una taza de leche, pan, anchi (un preparado de sémola, canela y limón), lo que sea, con la colaboración de los vecinos. Para difundir la idea, Milagro recurrió a sus chicos. Los mismos que a la noche estaban tomando en la esquina, al día siguiente tocaban la puerta de las casas buscando a los chicos para tomar la merienda: “Era difícil de entender, hasta para nosotros”, dice David “Pilo” Mansilla, uno de esos chicos pesados, que pasaron por la cárcel y las drogas, y hoy es el que acompaña a Sala en su reunión con el diputado Rubén Rivarola, jefe del boque del PJ en la Legislatura provincial. “Milagro sacó a 15.000 tipos de la calle y de la droga. Es gente difícil de dirigir y los tiene contenidos. Si se cortan los planes, la provincia se incendia, o nos roban a todos”, dice el político, que se enfrenta al proyecto de ley radical para investigar los fondos destinados a vivienda.

El cerro de los Siete Colores está en Purmamarca, a 80 kilómetros de la capital. A 12, el “cantri tupaquero” es una postal tan maravillosa como la del cerro: mil seiscientas casas pintadas de colores pastel, celeste, verde, amarillo, naranja, en un terreno ondulado. Las casas (dos dormitorios, living y cocina, baño y patio) tienen agua y tendido de gas para una futura red. También, techo de machimbre y piso de cerámica, una diferencia con las del Fonavi, que se entregan en cemento alisado. Se fueron entregando a los que más las necesitaban, familias hacinadas con seis hijos, que a su vez formaban pareja y tenían hijos. Hoy, hay doscientos en lista de espera y “250 casas para entregar”, afirma Joaquín, el primo de Sala.

El marido nos pasea por el barrio, hace parar el auto y nos deja charlando con los responsables de cada lugar. Ahora estamos en el centro para chicos y no tan chicos discapacitados, que funciona en tres casas mientras se termina la construcción de un edificio primermundista, con baños a medida, barras en todas las paredes y juegos especiales. “Fuimos casa por casa buscando chicos. A algunos discapacitados los recluyen en una habitación y nunca habían tenido atención. Una mujer colla estaba esperando que su hijo cumpliera 18 años para pedir la pensión.” En una habitación, una kinesióloga flexiona las piernas de un nenito. Dos chicos con retraso hacen juegos de mesa y sillas de juguete. “La vi cuatro veces a Milagro y todas fueron positivas. ‘Ustedes pidan lo que necesiten’, nos dijo.” Entonces los médicos fueron al taller metalúrgico a pedir una camilla especial para masajes. En el taller, hombres y mujeres pliegan y cortan metales: hacen 15 puertas por día, 200 por mes. En la puerta está el colectivo que reacondicionaron como escenario móvil.
El sueldo promedio de los trabajadores está en 1.200 o 1.300 pesos: poco para Buenos Aires, mucho si se lo compara con los 150 pesos de un plan social.

El centro de salud está prácticamente vacío. Las médicas y enfermeras hablan a coro: “Acá no hay paro, atendemos a todos”. Hay consultorios de ginecología, traumatología, psicólogo, odontología, laboratorio para análisis de sangre y dos ambulancias de última generación con la imagen del Che y de Tupac. No dan turno, se atiende por orden de llegada.

“Uau”, dijo la presidenta Cristina Kirchner cuando se asomó a la fábrica textil, donde 140 obreros en dos turnos fabrican cualquier tipo de prenda, de delantales a vestidos de fiesta (la imagen está en el documental Milagro en Jujuy, de Miguel Pereira). Otra vez, las infinitas líneas de producción son como una foto de los libros sobre el auge industrial de la Argentina, en vivo. La ropa, las toallas y fundas de almohadones, algunas con los logos bordados de Tupac, se venden en un local en una esquina del centro con una estética de tienda cubana: muebles de mimbre, precios populares.

–¿Es kirchnerista?

–Como dirigente, tengo la responsabilidad de buscar la vuelta para que mis compañeros puedan comer y vivir mejor. Si vos tenés esta plata (agarra un salero de la mesa) que sirve para construir viviendas, y no los querés a los Kirchner, ¿qué hacés? ¿Dejás esa plata ahí? Yo la agarro, si no la agarra otro. Y en el camino discuto la distribución de la riqueza.

–¿Le piden algo a cambio?

–No. Nunca me pidieron nada. Pero comenzamos a armar la fábrica porque no nos vamos a pasar toda la vida construyendo viviendas. Si se termina esto, ¿vamos a ir de nuevo a cortar calles pidiendo mercadería? No, no queremos retroceder sino seguir avanzando. Y no nos interesa competir con el Estado, nos interesa estar bien.

–¿Cómo lo hace, cómo ahorran medio millón de pesos para comprar un tomógrafo?

–Cuando uno compra los materiales por mayor, queda plata. Y esa plata no va para los dirigentes. Va para los compañeros. Además, empezamos a tener ganancias de las fábricas. Eso se redistribuye para equipar el barrio. Habíamos terminado de construir ese monstruo de sede, teníamos las mesas, sillas y nos sobraba un lugar. Entonces les digo a mis compañeros: “Voy a poner plata arriba de la mesa”. Me hice prestar 50.000 pesos con mi marido y los puse ahí. Vino otro compañero y dijo “yo pongo 10.000”; otros, 5.000, todos sacando de sus ahorros. Vinieron los jubilados y sacaron 200 pesos, los estudiantes, mil, en las cooperativas hicieron vaquitas voluntarias y los comercios del centro también. Así juntamos 900 mil pesos, y con una comisión compraron el tomógrafo y todo el equipamiento. Se rindió peso por peso de lo recaudado. Pero no lo hicimos para quedar bien, sino porque tenemos necesidad de estar bien. Hoy vas a la vuelta a hacerte un estudio y te cobran 500 pesos y te dan turno dentro de dos meses.

En estos días de ataques, Milagro puso su renuncia a consideración de la asamblea, que la rechazó. “Dos veces me quisieron tirotear, estoy recibiendo amenazas en mi celular. Valoro mucho la vida pero si me matan no cambia nada. Hay muchos Milagro por todos lados. Los compañeros se han formado. Si no estoy en la provincia las fábricas funcionan, no hace falta que esté Milagro. Si mañana me quieren tirotear y la calzan bien, pasaré para otro mundo más bonito que este.”

La Tupac se opone con marchas multitudinarias a políticas como el tarifazo y apoya otras como “la ley de radiodifusión, pero no porque estemos en contra de Clarín. Va a beneficiar a los pueblos nativos que nunca se han podido expresar. Tenés lugares muy lejanos que no tienen noticias de nada, ni del canal público”.

En las escuelas de la Tupac, donde los mismos que construyen casas de día terminan la primaria y secundaria por la noche, hay tres materias especiales: Autoestima (“Cuando te discriminan tanto como mujer, como colla, te hacen creer que no sos nadie; al hacer esas cosas sentís que sos alguien”), Historia del Movimiento Obrero y de Cultura e Identidad de los Pueblos Originarios. Hacia un lado de la Gran Pileta, hay un parque con dinosaurios. En una elevación de tierra hacia el otro lado, se está construyendo una réplica del Templo del Sol de Tihuanacu: el escultor que lo diseñó está trabajando en una casa convertida en taller: “Me pusieron seis ayudantes para apurar el trabajo”, dice. Hay un problema: los maestros mayores de obra (acá no hay arquitectos, ni ingenieros) plantean que la base del centro debe ser circular en lugar de rectangular. “Meta”, dice Noro. Así se deciden las cosas en la Tupac. Así, también aprendieron a la fuerza. La primera pileta hubo que romperla: no habían contemplado el temita de cómo cambiar el agua.

–¿Cuándo empezó a reivindicar su origen indígena?

–De joven. En la época militar, la Wipala (la bandera multicolor) no existía, sólo la Argentina. Durante 517 años, nos hicieron agachar la cabeza y decir “sí, patrón”. Y no podías discutir nada a los gringos. Hoy nos podemos juntar a intercambiar cosas, empezaron a respetar nuestra cultura, presencian nuestras ceremonias de la Pachamama. En las clases de historia se cuenta de Belgrano, San Martín y Sarmiento, pero antes hubo otra historia, con mártires como Tupac Amaru, Tupac Atari, Catriel. Pretendemos que esa materia se dicte en la primaria, secundaria y la universidad de todo el país, porque es la historia de todos los argentinos.

–¿El ejemplo de Evo Morales no es un posible futuro para usted?

–Lo quiero porque representa a los pueblos originarios y lucha por el cambio social con la mentalidad del humanismo, la pacificación, la no violencia. Y recuperó lo que le pertenece al pueblo. Terminó con la discriminación. Pero siento que me falta mucho para llegar a lo que hoy es Evo. Mucho.


En el barrio Cuyaya, en la ladera de la montaña, Milagro tiene su Neverland –la mansión de Michael Jackson destinada a satisfacer los sueños de los chicos–. En la terraza, con vista al valle, en cuatro niveles, hay juegos de jardín, la infaltable pileta, bicicletas, pero también un pizarrón para los que fallan en el colegio. Cinco chicos desayunan pan con queso y mortadela: Octavio, Kevin, Mariana, Celeste y Agustina. Algunos de los hijos del corazón de Milagro (faltan dos, que están en el colegio). Tienen mamá, pero se vienen para esta casa donde circula gente todo el día. A Octavio lo expulsaron de varias escuelas por pegarle a la maestra, a los compañeros, a la mucama. Tienen que tener su pieza limpia, estudiar, meter la ropa en el lavarropas –cuenta la “mamá Milagro”–. Sus hermanos mayores ya estuvieron y hoy son dirigentes. “Toda mi vida hubo chicos en mi casa. Te llenan de alegría la casa. ¡Y son los que más disfrutan de la pileta!”.

Fuente: Veintitres

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