Estuvo a la cabeza del Ballet del Colón y del San Martín. Ahora vuelve, después de 11 años, pero como invitado de Mauricio Wainrot.
En el singular camino de Oscar Araiz –un camino de medio siglo en la danza–, entre la tragedia griega y la autobiografía, median nueve cuadras. Las que separan su desgarradora visión de Las troyanas –que puso en el teatro Del Globo- de los ensayos de su introspectiva Escrito en el aire, que se verá en noviembre con el Ballet Contemporáneo del San Martín.
Mientras prepara ese estreno, que señalará su regreso a la compañía oficial del San Martín como coreógrafo invitado, Araiz transitó la breve temporada de su versión de la obra de Eurípides Las Troyanas, que marca la continuidad de la sociedad creativa del coreógrafo con el músico Santiago Chotsourian y que lo muestra, en la apelación a un clásico universal, como un artista implicado y atravesado por su tiempo.
Deja saber que prefiere las fotos tomadas en ensayo a los retratos, y los reportajes vía mail a las entrevistas personales, pero apenas se instala junto al grabador en un sillón apartado en el austero foyer del teatro abrevia esa distancia cortés.
–¿Cómo apareció el proyecto sobre Las troyanas?
–A partir de una serie de encuentros con bailarines y cantantes que hicimos con Santiago Chotsourian, trabajando en improvisación y en técnicas de Coro del Movimiento, en la emisión de la voz y el movimiento, utilizando el marco de la guerra, que es el marco de Las troyanas, como disparador. Quedamos muy enganchados con la experiencia y decidimos seguir adelante. En una segunda etapa, trabajamos sobre la música de Bartók, Santiago comenzó a hacer músicas que tenían que ver con esas células musicales.
–Más allá de la referencia a la obra de origen, el espectáculo impone una lectura cercana muy potente.
–La tragedia es tragedia porque es atemporal, porque pertenece a todas las épocas. Siempre hubo genocidios, guerras, fratricidios, siempre hubo violencia. En la obra hay un rasgo clave: la muerte de un chico, que es asesinado. Es como matar la esperanza... Y eso es un poco lo que estamos viviendo hoy. No lo digo con ninguna satisfacción apocalíptica. Es una realidad: estamos desesperanzados. Muy pocos ven la salida.
–El estreno que prepara con la compañía del San Martín tiene otro sesgo. ¿Escrito en el aire alude a la condición efímera de la danza?
–Tiene que ver con lo que hacemos, en el sentido de que el trabajo del coreógrafo y del intérprete de danza no deja un trazo visible: deja un trazo aéreo, inmaterial. Es una escritura que deja sus huellas en una zona, quizá más emocional, menos racional y más subjetiva. La obra tiene algo autobiográfico, aunque no en un sentido estrictamente personal.
–¿En qué sentido?
–Hace años que quería hacer algo revisitando material de mi repertorio. Es decir, tomando mi material coreográfico y uniendo, superponiendo, multiplicando, recortando, acelerando. La obra es como una visita por mi trabajo. Lo autobiográfico tiene que ver con eso: el trabajo está impregnado de uno, de las circunstancias en que uno lo hizo y de las personas con las que uno se conectó al hacerlo. Para mí es una experiencia introspectiva muy fuerte, que me lleva a revisitar personas, lugares, equipos, países, situaciones. El que ve la obra, si no conoce ese repertorio, tiene una visión. El que puede reconocer las citas tendrá otra. Aparecen cosas de distintas épocas, de Consagración de la primavera, Los cuatro temperamentos, Bestiario, El mar, Adaggietto, Escenas de familia, en fin: hay una nueva lectura. Hay momentos que tienen una carga expresiva muy fuerte, otros más bien formales. Aunque nunca separo una cosa de la otra. Toda forma tiene un contenido y todo contenido necesita de una forma para ser expresado.
–Vuelve a trabajar con la compañía del San Martín después de mucho tiempo.
–Hacía 11 años que no trabajaba en el San Martín. Aprecio mucho la invitación de Mauricio Wainrot, porque me da la oportunidad de volver a un lugar que considero mi casa, como es la casa de muchos que han pasado por ahí. Y se dio una química muy productiva con los bailarines, a quienes yo no conocía. Para mí es gente nueva: los descubro, me estimulan, me enamoro.
–¿Cómo vive el hecho de no tener una compañía estable?
–Por fortuna, dirijo un ballet inestable. Es un grupito que se llama Ballet de Bolsillo, por el cual, desde el 96, ha pasado mucha gente: según el proyecto pueden ser dieciocho, cinco, uno. Nos elegimos entre nosotros. No hay contrato ni obligación.
–Usted dirigió la compañía del San Martín y el Ballet del Colón. No estar al frente de una compañía oficial, ¿lo libera de cargas?
–Es una negociación: uno se libera de ciertos condicionamientos para aceptar otros. Con la gente con la que trabajo no tengo compromisos administrativos, sí un compromiso emocional y artístico que es muy fuerte y es mutuo. Me liberé de la parte burocrática, de la mentalidad funcionaria... Ser un director de compañía oficial es insano. El San Martín se salva, pero en general es nocivo... Yo tuve suficiente. Ya pagué.
Fuente: Crítica
En el singular camino de Oscar Araiz –un camino de medio siglo en la danza–, entre la tragedia griega y la autobiografía, median nueve cuadras. Las que separan su desgarradora visión de Las troyanas –que puso en el teatro Del Globo- de los ensayos de su introspectiva Escrito en el aire, que se verá en noviembre con el Ballet Contemporáneo del San Martín.
Mientras prepara ese estreno, que señalará su regreso a la compañía oficial del San Martín como coreógrafo invitado, Araiz transitó la breve temporada de su versión de la obra de Eurípides Las Troyanas, que marca la continuidad de la sociedad creativa del coreógrafo con el músico Santiago Chotsourian y que lo muestra, en la apelación a un clásico universal, como un artista implicado y atravesado por su tiempo.
Deja saber que prefiere las fotos tomadas en ensayo a los retratos, y los reportajes vía mail a las entrevistas personales, pero apenas se instala junto al grabador en un sillón apartado en el austero foyer del teatro abrevia esa distancia cortés.
–¿Cómo apareció el proyecto sobre Las troyanas?
–A partir de una serie de encuentros con bailarines y cantantes que hicimos con Santiago Chotsourian, trabajando en improvisación y en técnicas de Coro del Movimiento, en la emisión de la voz y el movimiento, utilizando el marco de la guerra, que es el marco de Las troyanas, como disparador. Quedamos muy enganchados con la experiencia y decidimos seguir adelante. En una segunda etapa, trabajamos sobre la música de Bartók, Santiago comenzó a hacer músicas que tenían que ver con esas células musicales.
–Más allá de la referencia a la obra de origen, el espectáculo impone una lectura cercana muy potente.
–La tragedia es tragedia porque es atemporal, porque pertenece a todas las épocas. Siempre hubo genocidios, guerras, fratricidios, siempre hubo violencia. En la obra hay un rasgo clave: la muerte de un chico, que es asesinado. Es como matar la esperanza... Y eso es un poco lo que estamos viviendo hoy. No lo digo con ninguna satisfacción apocalíptica. Es una realidad: estamos desesperanzados. Muy pocos ven la salida.
–El estreno que prepara con la compañía del San Martín tiene otro sesgo. ¿Escrito en el aire alude a la condición efímera de la danza?
–Tiene que ver con lo que hacemos, en el sentido de que el trabajo del coreógrafo y del intérprete de danza no deja un trazo visible: deja un trazo aéreo, inmaterial. Es una escritura que deja sus huellas en una zona, quizá más emocional, menos racional y más subjetiva. La obra tiene algo autobiográfico, aunque no en un sentido estrictamente personal.
–¿En qué sentido?
–Hace años que quería hacer algo revisitando material de mi repertorio. Es decir, tomando mi material coreográfico y uniendo, superponiendo, multiplicando, recortando, acelerando. La obra es como una visita por mi trabajo. Lo autobiográfico tiene que ver con eso: el trabajo está impregnado de uno, de las circunstancias en que uno lo hizo y de las personas con las que uno se conectó al hacerlo. Para mí es una experiencia introspectiva muy fuerte, que me lleva a revisitar personas, lugares, equipos, países, situaciones. El que ve la obra, si no conoce ese repertorio, tiene una visión. El que puede reconocer las citas tendrá otra. Aparecen cosas de distintas épocas, de Consagración de la primavera, Los cuatro temperamentos, Bestiario, El mar, Adaggietto, Escenas de familia, en fin: hay una nueva lectura. Hay momentos que tienen una carga expresiva muy fuerte, otros más bien formales. Aunque nunca separo una cosa de la otra. Toda forma tiene un contenido y todo contenido necesita de una forma para ser expresado.
–Vuelve a trabajar con la compañía del San Martín después de mucho tiempo.
–Hacía 11 años que no trabajaba en el San Martín. Aprecio mucho la invitación de Mauricio Wainrot, porque me da la oportunidad de volver a un lugar que considero mi casa, como es la casa de muchos que han pasado por ahí. Y se dio una química muy productiva con los bailarines, a quienes yo no conocía. Para mí es gente nueva: los descubro, me estimulan, me enamoro.
–¿Cómo vive el hecho de no tener una compañía estable?
–Por fortuna, dirijo un ballet inestable. Es un grupito que se llama Ballet de Bolsillo, por el cual, desde el 96, ha pasado mucha gente: según el proyecto pueden ser dieciocho, cinco, uno. Nos elegimos entre nosotros. No hay contrato ni obligación.
–Usted dirigió la compañía del San Martín y el Ballet del Colón. No estar al frente de una compañía oficial, ¿lo libera de cargas?
–Es una negociación: uno se libera de ciertos condicionamientos para aceptar otros. Con la gente con la que trabajo no tengo compromisos administrativos, sí un compromiso emocional y artístico que es muy fuerte y es mutuo. Me liberé de la parte burocrática, de la mentalidad funcionaria... Ser un director de compañía oficial es insano. El San Martín se salva, pero en general es nocivo... Yo tuve suficiente. Ya pagué.
Fuente: Crítica
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