La cita freak del calendario cinéfilo llega a su décima edición y tiene un documental para recordar el recorrido. El director Elián Aguilar y la productora Ariana Bouzón hablan del buen momento del género y de lo que queda por hacer.
Por Andrés Valenzuela
Imagen: Jorge Larrosa
“Somos militantes del cine de género”, se definen Elián Aguilar y Ariana Bouzón. De modo apropiado, enfrente tienen un café típico de local de comida rápida, mucho más tétrico que cualquier película de las que se proyectarán a partir de hoy en la décima edición del festival de cine Buenos Aires Rojo Sangre (BARS). Para homenajear la primera década de la cita freak por excelencia del calendario cinéfilo –que tendrá lugar en el Monumental Lavalle, Lavalle 780– realizaron, como director y productora, un documental titulado Rojo Sangre, 10 años a puro género, que traza un panorama de la producción de films de terror y fantasía en nuestro país. Con la ayuda de otros tres productores (Jorge Tarruella, Juan Pereyra y María Sol Radice), entrevistaron a decenas de exponentes locales de esos géneros. Y al contar con el testimonio de los protagonistas de primera mano, la película de Aguilar y Bouzón resulta una puerta de entrada ideal a esta “dimensión paralela” de la cinematografía vernácula.
“El panorama es bastante alentador”, asegura Bouzón. “Quienes hacían estas películas diez años atrás, siguen haciéndolas, pese a no contar con subsidios del Incaa, y se las están arreglando para llegar al circuito industrial.” Desde hace algunos años, productores locales consiguen meter sus films en los mercados internacionales. Además, destacan que el Incaa aceptó entregar un segundo subsidio a una película fantástica: Lo siniestro. La anterior había sido El visitante de invierno, estrenada el año pasado, pero hasta ese momento hubo dos décadas en las que el género fue dejado de lado.
Este tipo de filmografía, asegura Aguilar, está recibiendo atención: “En este momento hay dos visiones muy fuertes de qué es el cine argentino. Por un lado está el festivalero, que es el que gana los subsidios, y, por otro, un montón de gente haciendo películas, contando una historia clara, de relato clásico. Si uno mira la taquilla y ve qué películas ganan, siempre son las de género: la gente busca eso”. Por algo Filmatrón (de Farsa Producciones) “ganó el premio del público del Bafici luego de que no le permitieran competir”, o suceden hechos como que “a la nueva de Farsa o la de Tetsuo Lumiere, que iban a estar en el BARS, en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata les exigieran exclusividad”.
El BARS creció con los años. Comenzó en una sala de Parque Centenario, pasó por el Centro Cultural General San Martín, la sala Tita Merello y ahora recala en la tradicional calle Lavalle. En el transcurso, el evento hasta tuvo un “hermano” trasandino, pues colegas chilenos montaron el Santiago Rojo Sangre (SaRS). Bouzón y Aguilar vieron el proceso desde afuera durante varias ediciones, hasta que empezaron a colaborar. “El festival se hace a pulmón, y como militantes del género sentíamos que teníamos que aportar lo nuestro”, declara Bouzón. A su lado, Aguilar asiente: “Lo que marca que se ganó su lugar es que la gente produce ‘para llegar a’. En el documental, muchos productores nos decían justamente que ellos calculaban sus películas para coincidir con el BARS”.
Sin embargo, tanto al festival como al género todavía le falta bastante trecho por recorrer. “Es muy casero y hecho a pulmón”, señala Aguilar. “Uno no lo ve con toda la estructura, eso no está bueno, porque las producciones están, el público responde y crece cada año, pero todavía falta ese toque para poder decir ‘éste es un festival clase A’.” ¿Cuál es la carencia? “Dinero”, responde sin dudarlo Bouzón. “Con recursos económicos podés hacer más publicidad, difusión, tenés la posibilidad de traer invitados de afuera...” Además, apunta su compañero, con más dinero se podría ampliar el espacio a las producciones del interior del país y con más publicidad acercar los films a los espectadores que no acostumbra el circuito. Esto, compara, tiene un paralelo con la propia exhibición en salas comerciales del cine de género local. “Las películas están, tienen reconocimiento en festivales extranjeros, pero cuando llegan al circuito local, las distribuidoras argentinas no conocen la dinámica de promocionar cine de género y tampoco hay plata para publicidad, entonces no le va bien comercialmente.”
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