El borde silencioso de las cosas . Con Alejandra Ferreyra Ortiz, Ana Giura, Carolina Herman, Muriel Rebora, Natalia Tencer. Diseño de luces: Miguel Solowej. Diseño sonoro: Javier Bustos. Asistencia de escenografía: Alfonso Tort. Asistencia de dirección: Lucas Condró. Colaboración artística: Claudia Ganquín. Dirección de arte y fotografía: Juan Gasparini. Dirección: Lucia Russo. En el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543). Funciones: jueves, a las 20.30. Duración: 50 minutos.
Nuestra opinión: Buena
Cinco mujeres en escena asoman ubicadas en un espacio que parece pertenecerles. Objetos, ropas, colchones, mantas, delimitan el lugar que ocupan; pero no hay demarcaciones exactas que demuestren que esos materiales sean de uso particular o privado. Ellas, con pequeños movimientos, darán cuenta de un mundo interior que no siempre adquirirá la potencia necesaria como para que la platea descubra quiénes son en verdad.
Los objetos empiezan a transmutarse, dejan de pertenecer a alguien para formar parte de un caos en el que las mujeres intentan insertarse, no sin antes apropiarse de una manta, una caja, una llanta de automóvil. Ese será el instante más intenso de la experiencia. Allí, cada una dejará en claro que las pertenencias se pelan con fuerza, que quizá sean la única posibilidad que tenemos de enfrentar la vida, acompañados por algo; tal vez pequeño, invalorable para algunos, pero que afirma un posible destino aunque sea sumamente pequeño.
En el final, la imagen que se construye y que resulta verdaderamente contundente, afirmará la cuestión: un cuerpo asomará en partes recubierto de ¿basura? Simplemente entenderemos que aquello de lo que pudimos apoderarnos durante el día no sólo nos permitirá entender que una jornada más ha transcurrido, sino que la vida se ha quedado con nosotros para afirmar que existimos, aunque la pelea por obtener algo haya sido mucha.
El borde silencioso de las cosas es una investigación que forma parte del proyecto Danza y Política del Centro Cultural de la Cooperación. La propuesta muestra cierto rigor a la hora de plantear una búsqueda en la que danza y artes plásticas se dan la mano. Los resultados son dispares. Por momentos, la escenografía se impone a la labor de las bailarinas y ellas no logran superar ese mundo de desechos que parecerían invadir hasta sus propias energías. En otros, sobresale una intención acabada en la que materiales y cuerpos llegan a una síntesis muy ajustada para definir ese ámbito sombrío, que hoy resulta tan cercano a muchos argentinos. A pesar de la disparidad citada, muchas posibilidades de reflexión quedarán en el aire y no habrá más posibilidades que atraparlas.
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