sábado, 10 de octubre de 2009

Partida en el Viejo Almacén El Obrero

La obra de danza contemporánea cerró su ciclo de presentaciones en un centro cultural platense colmado. El proyecto que dirige Florencia Olivieri viene de recolectar buenas críticas en los teatro porteños y se prepara para continuar con la propuesta que hace dialogar, en una sola obra, la música en vivo y la danza estrambótica de nueve bailarinas.

Por Guillermina Watkins
Fotografía de Sergio Otero

La Plata, octubre 7 (Agencia NAN-2009).- Poseída por quién sabe qué fuerza extraña, una mujer de vestido rojo se sacude en una de las puntas más escondidas del escenario. Con la frente hacia el piso, no muestra su rostro, pero los retorcijones de su espalda y los cálidos dibujos que realizan sus omóplatos en movimiento muestran la incomodidad de quien, por deseo propio, necesita liberarse. Algo dentro de ella tiene que salir, mutar, cambiar y nada la detiene. Los gritos y los gemidos se escapan y resuenan sin pedir permiso.

La luz se apaga y la de rojo desaparece. En su lugar, tres mujeres se acercan silenciosamente al escenario y se acomodan en sus espacios. La música comienza a sonar desde la computadora del músico que, en vivo, maneja las variables de la danza como si fuese un titiritero. Un sonido machacante, turbio, entrecortado, hace mover a las bailarinas.

Una de ellas danza como muñeca de lata, con movimientos bruscos, fuertes. Se acomoda en el piso, demostrando elasticidad, y se vuelve a parar para dejarse caer nuevamente. Sus ojos se abren enormes cuando se contorsiona para observar al público. Mientras tanto, en cuclillas y moviéndose como un animalito sigiloso, otra se suma al escenario. Al compás de la música pega pequeños saltos aguerridos, salvajes. Detrás de ella, dos mujeres más se van acomodando, en silencio.

La luz se corta, de nuevo, durante dos segundos. Sólo queda la muñeca de lata en el piso. Dos bailarinas caminan en círculos, arrastrando sus pies, y la observan. La música va subiendo su espesor, se hace más densa y ellas, como en un ritual sagrado, comienzan a simular un acto donde una sacrifica a la otra. Pero el acto no se completa y ambas caen al suelo en un minuto de silencio.

El viaje continúa cuando otra bailarina, vestida en colores más claros, entra en escena. Mientras las demás bailan, ella, que simula no tener un brazo y una pierna, se tapa la cara. No existe. Ante tanto movimiento desencaja. Son cuatro en el escenario, pero la mujer mutilada resalta. Su condición de tal la hace diferente al resto de sus compañeras. Y sin embargo se mueve, danza.

Una nueva oscuridad inunda la sala y la mutilada sale de la escena. Los sonidos electrónicos reciben a otra mujer. Una alta, erguida, que se pasea por todo el escenario. Salta sobre las otras y se vuelve a contornear en movimientos animalescos. La música se acelera y ella continúa moviéndose como si no tuviese control de sus extremidades.

Ya sobre el final, son ocho las que ondulan al compás de la música en solos diferentes pero entrelazados. En movimientos robóticos, una por una se van acomodando para hacer una danza colectiva y la mujer de rojo vuelve a aparecer. Sus fantasmas, esas otras mujeres que bailaron durante más de 45 minutos, la rodean, la abrazan y pretenden poseerla nuevamente.

Pero la de rojo logra separarse de ellas. Ahora sus gritos no son desgarradores. Se encuentra en la punta opuesta a donde comenzó el viaje y nadie puede tocarla. Las bailarinas se van retirando de la sala, una por una, sin dejar de mirarla y contoneando sus cuerpos poseídos. La de rojo se queda sola, mirando hacia la puerta. El viaje ha llegado a su fin y ya no es más que ella misma.

Partida ha quedado su mirada al ver los cuerpos despedirse. Partidas han quedado cada una de las bailarinas quienes, dejando a la de rojo en un nuevo inicio, permitieron que ella conociera un nuevo lugar en su cuerpo. Ellas ocho hicieron de la de rojo un nuevo ser liberado.

Blog: http://partidadanza.blogspot.com
Fuente: Agencia NAN

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