domingo, 11 de octubre de 2009

La Patagonia con acento belga

DANZA › PATCHAGONIA, POR LA COMPAñIA LES BALLETS C. DE LA B.

La puesta creada por la argentina Lisi Estaras condensa toda la poesía y la intensidad que encubre el paisaje del sur argentino: a través de notables performances físicas y una música sugerente se convirtió en uno de los puntos altos del FIBA.

Por Alina Mazzaferro

La función no ha empezado pero ya puede verse el árbol reseco, el suelo resquebrajado, la inmensidad, la desolación y el vacío de la estepa. Alguien deambula por ahí, como perdido, porque cuando las tierras son infinitas es inútil tener rumbo. Cuando comienza Patchagonia, la pieza que en el marco del FIBA presenta la conocida compañía belga Les Ballets C. de la B. Parece raro que los extranjeros vengan a narrar aquí cuestiones patagónicas y acercarnos nuestros ritmos originarios. Sin embargo, Patchagonia (que hoy se presenta por última vez, a las 19 en el Teatro Presidente Alvear, Corrientes 1659) no podría ser una mejor postal, con aires beckettianos –por el despojo, las tediosas repeticiones, su jugueteo con el absurdo y el humor–, de aquel espacio recóndito y profundo que inspiró a Darwin y a tantos otros viajeros. La obra condensa toda la poesía y la intensidad que encubre el paisaje. Claro que no es de extrañar que la directora se haya interesado por él y lo conozca bien: Lisi Estaras, que hace diecinueve años vive en Europa y hace trece que trabaja para esa compañía, es argentina.

Patchagonia esconde la palabra Patagonia, pero también el vocablo patch que en inglés se utiliza informalmente como sinónimo de territorio, además de ser la raíz de patchwork. Y eso es precisamente la obra: un conjunto de metafóricos retazos que, al hilarlos, conforman un discurso acerca de ese lejano lugar en el mundo. Una a una, aparecen las imágenes de tierra adentro: la china rebelde, la mujer abusada, la doma de caballos, la carneada, la fiesta folklórica, el ave rapaz que devora su presa, el padre autoritario y humillador que educa a su niño para que se convierta en macho. Pero estos parches, fragmentos del imaginario local, no son evidentes ni tampoco categóricos: deben ser descubiertos, interpretados. Y quienes se ocupan de delinear esos trazos son cuatro maravillosos intérpretes: Nicolás Vladyslav realiza un extraordinario trabajo de piso, rodando, cayendo y levantándose sin cesar, impresionando por su destreza. Ross McCormack se dedica a imitar a los demás participantes y, con su histrionismo, le otorga a la obra el toque de comedia. Si los dos jóvenes son fuertes y virtuosos, Sandra Ortega Bejarano impone otro estilo y otro tempo: a veces es la muchacha lánguida, frágil y contemplativa; otras, descontrolada, desarticula su cuerpo arrítmica y arrebatadamente. Junto a ellos, Sam Louwyck pronuncia frases que podrían haber pertenecido a Billy the Kid o a algún explorador del fin del mundo.

Nada parece tener sentido pero, de pronto, todo lo tiene. La palabra y el movimiento no son literales, son siempre poéticos. Y la música en vivo –todos instrumentos de cuerdas– le otorga espesor al drama estepario. Por allí se cuelan un conocido tanguito y fragmentos del folklore argentino. Los músicos son parte de la escena. Uno de ellos, que es no vidente, toma protagonismo: camina hacia el centro del escenario para recostarse boca arriba y seguir tocando. Todo colabora, como en un patchwork, para reconstruir un único sentido: el imaginario acerca de ese espacio arrojado a las afueras del mundo. La Patagonia se revela misteriosa y cruenta, implacable e incognoscible. Un poco oscura, según la mirada de Lisi Estaras. Pero siempre irresistible como el canto de la chinita con trenzas que interpreta Ortega Bejarano.

Una vez más, los Ballets C. de la B. complacen al público local, como lo hicieron en la pasada edición del FIBA cuando vinieron con Zero Degrees. Como los bailarines de la obra de Estaras –especialmente Vladyslav y McCormack–, en aquella oportunidad fueron Akra Kham y Sidi Larbi los que brillaron por su destreza, y con la combinación del movimiento, la música y la palabra pusieron al público a pensar acerca de la identidad. Patchagonia, con los mismos recursos, produjo un efecto similar. Pero una particularidad volvió a esta obra aún más relevante: esta vez, la que estuvo en juego fue la propia identidad argentina o, al menos, una decena de elementos valiosos que participaron en el momento de su constitución.

Fuente: Página 12

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