martes, 6 de octubre de 2009

Intensa experiencia escénica en una cárcel de Córdoba

Con esta función, muchos de los presos vivieron ayer su primera experiencia como espectadores de una obra de teatro Foto: Irma Montiel

Festival Internacional de Teatro del Mercosur: la antesala del FIBA que comienza hoy

Conmovidos, setenta presos aplaudieron de pie Mujer asfalto, una obra de riesgo que llegó de Mozambique y que desde pasado mañana se verá en Buenos Aires.

Por Alejandro Cruz
Enviado especial

CORDOBA.- Escena final: termina la presentación de Mujer asfalto , obra de Mozambique, en el penal San Martín. Allí, donde hace cuatro años hubo un motín sangriento, los setenta presos inmediatamente se ponen de pie para aplaudir el trabajo. El fuerte sonido rebota en el gimnasio, convertido en sala teatral a fuerza de buena voluntad. La peluca y las sandalias de taco que usa Lucrecia Paco para darle vida, alma, dolor y cuerpo a una prostituta que decide decir basta quedan desparramados en el piso como mudos testigos de una historia que fue escuchada con especial atención.

Más aplausos de esos que suenan a genuinos. Lucrecia Paco se queda mirando con los ojos llenos de lágrimas. Se acerca al músico Cheny Wa Gune y se abrazan. Manuela Soeiro, la fundadora del grupo Mutumbela GoGo, se queda en su silla observando.

Es la primera vez que Mujer asfalto se presenta en una prisión. También para muchos de los que ayer por la mañana presenciaron este espectáculo de Mozambique es la primera vez que ven una obra de teatro, aunque algunos tomen clases de actuación. "Yo quiero respirar", dice, y grita una vez, dos veces, varias veces la prostituta en un lugar en el que muchos de los acusados tienen causas pendientes por violación y diversos tipos de abuso sexual.

Lucrecia Paco construye escénicamente a una trabajadora sexual que decide alzar su voz. Terminada la función, los que toman la palabra son los que vieron el espectáculo en medio de un silencio y un grado de atención complejo de adjetivar. Uno escribe un papelito y lo lee. Otro toma el micrófono. Le sigue un compañero suyo. Se llaman Luis, Pedro y Lucas, compañeros de celda. Uno de ellos habla. Termina y pide un aplauso. Otro, Luis, toma un texto de la obra y lo hace suyo: "Yo no quiero terminar con la carne desgarrada, terminar como una fría piedra en el asfalto". Después me dice: "Es que acá, hermano, te volvés una piedra. Por eso, los gritos de esa actriz en medio de las rejas te llegan". No, agregaría, no te llegan: te perforan el cuerpo, Luis.

Lucrecia -esa bella actriz capaz de cantar, de seducir, de transitar fibras insondables que el público porteño tendrá la posibilidad de conocer a partir de mañana, en el Festival Internacional de Buenos Aires- cuenta que lo que acababa de suceder fue "una experiencia de vida". Pareciera que tiene ganas de seguir hablando, pero la voz, la que durante la función recorrió todos los registros, no le da. Cheny presenta cada uno de los instrumentos. Y hay fotos. Y hay abrazos. Y llega una abrupta despedida. ¿Qué le pasará a esa gente cuando la puerta se vuelve a cerrar? Nunca lo sabremos.

Así concluía la experiencia emotiva más intensa de estos cuatro días del Festival Internacional de Teatro del Mercosur, que, como en ediciones anteriores, inteligentemente lleva parte de su programación internacional a las prisiones de la ciudad de Córdoba. Esta vez le tocó a esta cárcel de 115 años habitada por 740 condenados, que en sus peores años amontonó a 1800 personas. Y llevó una obra de riesgo para una población carcelaria compuesta exclusivamente por varones, que ayer fueron los caballeros más sensibles y receptivos que se pueda imaginar.

Fuente: LA NACION

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