lunes, 12 de octubre de 2009

Venezuela: "El teatro tiene que ser pernicioso"

Entrevista: Orlando Arocha director de teatro de Contrajuego

Dubraska Falcón
EL UNIVERSAL
Foto: Henry Delgado

"El teatro tiene que incomodar, molestar a la sociedad, conmover y perturbar. Piensen en Artaud, Cabrujas, Chalbaud... ¡Eran algo perturbador!"

Orlando Arocha no lo duda: el teatro venezolano se ha quedado por debajo de las circunstancias que se viven actualmente en la cultura nacional. Para el director de Contrajuego, los teatreros no han tenido la capacidad de consolidarse como un gremio sólido. Ni mucho menos han tenido la fuerza como asociación para enfrentar las decisiones que toma el Ministerio de Cultura. Sobre todo la última, que dejó sin subsidio a 23 agrupaciones de teatro en la Gran Caracas, entre ellas a siete de las compañías más longevas como Skena, Duende, Grupo Actoral 80, Theja, Contrajuego, Bagazos y Entretelones.

Todo esto sin contar, que la cartera cultural creó una cláusula, dentro de los criterios de otorgamiento de Convenio de Cooperación Cultural, que respalda la decisión de dejar sin aporte económico a estos grupos. La misma reza: “No se financiará a colectivos e individualidades cuyas conductas públicas perniciosas afecten la estabilidad psicológica y emocional colectiva de la población...”

Para Arocha eso ha sido un garrafal error. “No hemos tenido la capacidad de consolidarnos para ser un gremio sólido. Ni la capacidad de devolver la pelota y decirle al Ministerio que esa cláusula tiene que desaparecer de la mente de los venezolanos. La mesa técnica no sabe la injusticia, la cantidad de gente que dejó sin trabajo. Yo tengo derecho a exigirle recursos al Estado, pero sin condicionarme a decir lo que a ellos les convenga. ¡Eso se llama censura!”, dice.

–¿Usted habla de una censura de un Estado que le pide al Grupo Actoral 80 sacar a su director Héctor Manrique para poder disfrutar del beneficio económico?

–¡Eso es inaceptable! ¡Es indignante! Para cualquier hombre de teatro pedirle que saque a algún actor, como ya ocurrió, es inaceptable. ¡Nadie puede intervenir en eso! Quienes plantean ese tipo de cosas no conocen la actividad teatral. Incluso, son personas que detestan el teatro. Lo que tenemos que hacer es agremiarnos, endurecernos para dar una respuesta colectiva.

–¿Puede hacer un balance de la situación teatral?

–Es una situación de desesperanza. Y al hablar con la gente del teatro sabes que esa desesperanza razones: los aportes que no llegaron a los grupos importantes; la no aceptación de grupos jóvenes dentro del presupuesto del IAEM; la falta de infraestructura, de aliciente para la producción literaria. Nosotros en Contrajuego tratamos de hacer teatro de arte. Y es muy difícil no contar con aporte del privado ni del Estado. El teatro comercial tiene su propio movimiento y ha logrado vivir. Nosotros que no queremos entrar en esos terrenos, nos sentimos desechado por el Estado. Lo que hay son políticas de censura.

–¿Desde de cuándo no se implantan políticas teatrales?

–En realidad las políticas poco han existido. Todo siempre se ha quedado en una especie de lucha y batalla constante. Pero por lo menos antes existía la posibilidad de que cualquier grupo accediera al subsidio y se podía criticar. La cultura del teatro siempre ha criticado a la Cuarta República. Se han hecho obras de eso. Y de repente no podemos decir nada. Tenemos que tragarnos las palabras.

–¿Qué le critica el teatro al Gobierno de Chávez?

–Seguimos criticando que no existen políticas. Yo no quiero defender ni a unos ni a otros. A mí lo que me interesa es que hoy yo pueda tener la posibilidad de decir lo que quiera decir sin que eso cree inconvenientes. Se le critica fundamentalmente la censura. Sobretodo con esa cláusula que habla de actitudes perniciosas. Incluso, antes decía que deformábamos el lenguaje. Pero lo quitaron, quizás se dieron cuenta de que por naturaleza el teatro es una deformación del arte, del lenguaje.

–Además de perniciosos, los acusan de afectar psicológicamente a la población...

–Vamos a estar claros: el teatro debe afectar psicológicamente a la población. Si no hace eso, no sirve para nada. El Estado lo que quiere es un Disney Word. No. El teatro tiene que incomodar, molestar a la sociedad, tiene que conmover y perturbar. Piensen en Antoni Artaud, José Ignacio Cabrujas, Román Chalbaud, Eduardo Gil. ¡Eran algo perturbador!

–¿El teatro que se hace hoy está conmoviendo?

–No, no, no. No lo está haciendo. Hemos perdido eso, porque nos hemos adaptado muchísimo para sobrevivir, para salir a flote. La gente del teatro ha empezado a callarse la boca. No todos, claro. Modestamente, nosotros hemos hecho teatro de lo qué está pasando ahora como “Parece que va a temblar”. Pero ese es un compromiso que te crea problemas. Estamos ensanduchados entre un teatro comercial de evasión, que no quiere ver que políticamente nos están callando y el teatro oficial que es pura propaganda. El teatro tiene que recuperar su función de ser crítico, de molestar, fastidiar y como dicen, ser pernicioso. El teatro tiene que ser pernicioso. Es decir, pernicioso para la injusticia, para el poderoso. Eso lo dice Hamlet. Él utiliza el teatro para desenmascarar al asesino de su padre. En el Aló Presidente que se transmitió desde el Ateneo de Caracas hubo gente que se colocó al lado de Claudio, quien mató al papá de Hamlet. Y hay que decirlo con nombres y apellidos: Román Chalbaud, Miguel Isa, Eduardo Gil, Nicolás Curiel. ¿Por qué no se pronunciaron en ese momento? ¿Por qué se pusieron al lado de Claudio? Ellos tienen que estar al lado del gremio.

–¿Las obras de teatro actuales se han quedado en la risa fácil?

–La risa no está reñida con al reflexión. Eso lo demostró Molière, quien fue el mago de ‘riendo enseño y moralizo’. Creo que ese no es el problema, sino el teatro de evasión que ni siquiera se ríe. Y evidentemente hay una especie de incapacidad de los medios de comunicación de masas. Algunos lo primero que preguntan es si en la pieza trabaja alguien de la televisión. ¡Prefieren una vedette de televisión! Hemos sustituido la cultura por la farándula y por el acto cultural criollista.

–La cartelera está llena de monólogos...

–Todo teatro tiene su espacio. Lo que hay por un lado es la búsqueda del actor de televisión que eche unos cuantos chistes. Y allí se fue todo. El teatro está contaminado de eso. Allí es donde debería entrar el Estado abriendo más salas, otorgándole dinero a los teatreros para que monten piezas interesantes. La cultura teatral está por el piso. El arte sino es libre muere y esa cláusula es el decreto de muerte del arte.

–¿Ha habido pasividad por parte de los actores?

–Falta de solidaridad. Falta de gremio. De un gremio de verdad, en el que no me importe si me gusta o no tu obra, si me caes bien o no. Las diferencias que puedan existir en Skena o Contrajuego no me impiden que cuando le dicen pernicioso a Basilio Álvarez también me perjudique. ¿Alguien le ha visto la cara a Basilio de pernicioso? Eso es como para demandar al Estado por perjudicarlo. Ese es un hombre que trabaja con niños, ¿qué pueden pensar los padres de sus alumnos? Es un problema de justicia.

–¿El teatro tiene necesariamente que vivir del financiamiento del Estado?

– ¿Cuáles son los países en los que la actividad teatral es más profunda? En aquellos en los que hay un financiamiento del Estado o del privado. En Francia el dineral que gasta el gobierno en el teatro es lo que les ha garantizado a ellos tener una de las mejores programaciones. Lo mismo ocurre con Brasil, que por Ley las empresas deben apoyar a la cultura. En Venezuela, las compañías están quebradas o dicen estarlo. Y si apoyan al teatro prefieren hacerlo si está un actor de televisión por su carácter mediático. Nosotros le pagamos a los actores el 10 o el 15% de lo que se merecen. Somos unos explotados de nosotros mismos. El Estado nos da 100.000 BsF y con eso montamos cuatro obras al año. 25.000 por cada obra. ¿Cuánto les puedes pagar a tus actores, a tus escenográfos? Apenas cuatro mil por trabajar seis meses. Así que el Gobierno debe quitarse de la cabeza que ellos pagan las obras. Nosotros somos un servicio público. Somos como el servicio de luz o electricidad. Nos encargamos del alma y del corazón del pueblo.

–¿El teatro necesita de un Estado paternalista?

–No. Necesita políticas y reglas del juego claras. A la gente del teatro no le gusta el paternalismo. Además, ellos han sido paternalista con otras cosas menos con la cultura. Con ella han sido miserables. Históricamente miserables. No me vas a decir que no es miserable darle a un grupo durante cinco años el mismo aporte, con todo el dinero que ha recibido el Ministerio de Cultura. Es el problema del manejo de recursos para la libertad. ¿Por qué tienen miedo de que la gente de teatro diga sus loqueras? ¿Por qué a lo mejor puede reflejar lo que vive el país? Yo también pienso que debemos ponernos las pilas. ¿Pregúntale a la gente que cuál fue la primera reacción cuándo le quitaron el subsidio? No fue de: ‘Qué horror’. No. Todos respiramos, dijimos: ‘menos mal ya salí de eso. Ya no tengo nada que ver con ese Estado. No me van a venir a vigilar’.

–¿Cómo trabajarán ahora?

–Yo voy a trabajar. Me devuelvan o me quiten el aporte, voy a trabajar. Ahora tenemos la obra “Siete gatitas”, más cinco obras que montar. Si es suficiente el talento nuestro, pues lo vamos a probar. También se le debe hacer un llamado al público venezolano, que lo hemos acostumbrado a darle todo picadito, masticado para que lo puedan digerir. El público tiene que hacer su trabajo y defenderlo.

–¿No cree que el proyecto Panteletarte, que busca financiar la obra “Siete Gatitas” a través de la venta de pantaletas, es un paño caliente?

–No es un pañito caliente. Eso es permitir que la voz salga. Obviamente no es la solución, pero grita que aquí hay un problema y crea entre los espectadores una reflexión. La idea no es resolver la situación, es demostrar que los artistas, en un momento de crisis, responden a los llamados. De hecho, me preguntaban si era cierto que tenían que intervenir pantaletas. Pero no se negaron.

Fuente: El Universal

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