La obra es del protagonista de La fiaca, salvo por uno de los textos que fue escrito por la intérprete. Aunque fue concebida sin forma teatral, ésta se impuso. Y el “coco” del título es la cabeza, a la que apunta para sacudir convicciones.
Por Hilda Cabrera
No es el Coco, Cuco u Hombre de la Bolsa con el que se asustaba a los niños cuando se portaban mal. Cuentos para el coco se refiere a la cabeza, a la que apunta para sacudir convicciones. El coco es la cabeza y el fruto de las palmeras de un paradisíaco Arembepe, lugar cercano a Bahía, Brasil, donde estos relatos fueron escritos por el actor, autor, docente y director Norman Briski. A este artista le pertenece la casi totalidad de los textos, salvo “Entelequianos”, de la actriz Eliana Wassermann, única intérprete de esta puesta (que se ofrece en Caliban, México 1428, P.B. 5, los lunes a las 21). En Arembepe, donde los lugareños advierten a los visitantes sobre el posible aterrizaje de un coco sobre sus cabezas, Briski madrugó para escribir estos cuentos, sin imaginar entonces que los convertiría en escenas de una pieza teatral, sencillamente porque los consideraba “literatura gráfica que rechaza la obviedad y no muestra caminos accesibles a la dramaturgia, como ‘Paranauta’ y ‘Punto negro’”. Esto dice –junto a Wassermann, y en diálogo con Página/12– este artista coordinador de grupos de experimentación y de carácter popular, fundador de Octubre y del proyecto Brazo Largo, otra forma de adherir a lo que considera fundamental: “La horizontalidad del conocimiento y de la acción”.
–Pese a cómo la pensó, la literatura de Cuentos... pide escena; “Teorema”, por ejemplo.
Norman Briski: –Ese relato está ligado a una mujer que atendió a la familia de Eliana cuando ella era chica.
Eliana Wassermann: –El personaje de Juana está inspirado en una mujer que me cuidó hasta que cumplí 8 años. Norman tomó esa experiencia de mi cotidianidad y empezó a imaginar relaciones de esta mujer con mi abuelo, mi papá, mi mamá y también conmigo. Inventó el rol que interpreto y se preguntó quién podía ser Juana. Una respuesta son las Juanas que están al servicio de señoras de vida burguesa a las que dedican su vida a cambio de un sueldito.
N. B.: –Lo que hice fue desarrollar las latencias que existen en esos comportamientos que a veces se expresan y otras no, por ejemplo el deseo sexual por el personal de servicio es un clásico en las costumbres argentinas.
–Deseo que en “Teorema” quiere ser surrealista.
N. B.: –De ensoñación. Una reflexión sobre Juana sería que lo único que hizo en su vida fue servir, y desde ese lugar pensé en los mapuches del Sur.
–¿Por eso el protagonismo del viento?
N. B.: –Todos estos cuentos tienen un asidero. Aquí es el viento y mi experiencia con los vientos del Sur, y también con el personal de servicio doméstico. Esta escena es en verdad un acto amoroso: Eliana hizo su relato y yo la devolución del cuento para que ella lo interprete y abarque la historia en su totalidad.
–O sea que Eliana es parte esencial...
N. B.: –Ella es musa inspiradora. Esta forma de trabajar con los actores y las actrices también tiene que ver con mi formación política. Vengo de un peronismo de base donde lo primero que debía hacerse era escuchar al otro para entender qué estaba pasando. Había que buscar la horizontalidad, como la buscaron en literatura Rodolfo Walsh y Edgar Allan Poe.
–¿Saber escuchar es privilegio de los militantes de base y de los intelectuales?
N. B.: –Claro que no, escucha el que tiene una actitud fraternal en la vida.
–¿Y en la política?
E. W.: –La fraternidad no se activa tanto como en otras épocas. Los jóvenes de hoy somos hijos de gente como los ex presidentes Carlos Menem o Fernando de la Rúa, de personajes como los intendentes del conurbano... Con gente así nos hemos quedado sin cuerpo ideológico.
N. B.: –Pero son también hermanos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.
–A la recuperación de la democracia le siguió un período de abulia social. ¿Cuál es hoy el panorama?
N. B.: –Es cierto que hubo una época de democracia vacía, sin gracia. Mi impresión hoy –y lo digo desde mi actividad artística y social– es que estamos yendo hacia la oscuridad. Hablando puntualmente de teatro, pienso que la hiperactividad teatral de estos años es supermercadista. Las obras salen como por cesárea.
–Pero no se perdió entusiasmo...
N. B.: –El entusiasmo posmoderno existe, sin duda, pero a mí lo que me da vitalidad es el odio que me produce ver que no podemos construir un país soñado. Odio a esa gentuza que vemos haciendo política y odio la falta de coraje de nuestra sociedad civil.
–¿Consecuencia de no rebelarse ante la mentira?
E. W.: –Las escenas de Cuentos... muestran a una sociedad que acepta la hipocresía.
N. B.: –El primero de estos relatos es “Vergüenza”. En esto se acerca a Las moscas, de Jean-Paul Sartre, a la costumbre de convivir con la vergüenza de las conductas cotidianas.
E. W.: –Pero tratada con idea de rescate. Con esa escena queremos decir que por lo menos tengamos vergüenza.
N. B.: –La falta de vergüenza afecta a toda la sociedad. Estamos todos en “situación de vergüenza”, porque no somos capaces de modificar la realidad. Cuando días atrás se organizó la marcha por Honduras, sentí que se producía un hecho positivo porque importaba el atropello en contra de un país. Pero fueron pocos los que se interesaron. En algunos medios vemos cómo se desprecia todo lo que es profundo, lo que tiene densidad. Esto es parte de un juego del capitalismo que pretende rescatarse. Un ejemplo a nivel internacional es mostrar al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, como a un negro con alma de blanco.
–Semejante a lo que se ve en las películas.
N. B.: –Esa es otra ayuda del progresismo reparador de los males del capitalismo. Un progresismo que, como escribió el filósofo y crítico literario Walter Benjamin, es progreso sin memoria.
–¿Cómo nació “Entelequianos” (el único relato firmado por Wassermann)?
E. W.: –Norman me ayudó en la dramatización. Lo escribí en la época en que trabajaba en Rentas de la provincia de Buenos Aires. Estuve tres años allí, creyendo que el camino liberador era el reivindicativo. Luchaba por lograr mejoras que podían ser que nos dieran un ventilador más. Sentí que esos “logros” eran una perversión del sistema. Aquello fue casi una catarsis. Tomé conciencia de la alienación de estar ahí, porque es alienante para un empleado esperar ansioso el fin de semana y creer que en esos días es libre.
N. B.: –La película Días de furia, de Niels Müller, con Sean Penn, toca este tema. El que no se integra al sistema se siente mal y es atacado por la misma familia. Cada persona, cada chico, tiene que hacer algo útil para sostener el sistema. En ese sentido el arte se convierte en una alternativa.
–¿El joven Briski tenía conciencia de esa alienación?
N. B.: –No, siempre fui un infante. El teatro ha sido para mí un juego infantil, pero sostenido responsablemente para no perder calidad.
–¿Es o no un trabajo?
N. B.: –Uno es también responsable de no rebelarse cuando se le impone como trabajo. Vajtangov (Eugeni), el gran director de teatro ruso, se rebeló. Decía: vamos a hacer funciones cuando tengamos ganas y a nuestra manera. El periodista y escritor Vicente Muleiro –que estuvo hace poco en Caliban, viendo una obra– me dijo: “Vos estás haciendo lo que tenés ganas”. Lo dijo como si fuera un descubrimiento. Había venido a una función de Cabezas trocadas, donde está claro que no hay “especulación comunicacional”. Hacer lo que uno quiere es posible siempre que se tenga una idea para comunicar. Cuentos para el coco está hecha para que Eliana juegue mis cuentos y el suyo a la manera de un acto libertario.
–¿Qué relación hay entre esa toma de conciencia y la actitud del personaje de La fiaca, de Ricardo Talesnik?
N. B.: –En algún momento la gente explota y se rebela, o toma el camino de ese personaje que interpreté en el teatro y el cine. Ese hombre no va a trabajar, se queda en su casa, pero nos equivocamos si creemos que la antinomia es trabajar para un patrón o morirse de hambre. Cuando se estrenó La fiaca, a fines de los ’60, queríamos saber qué haríamos con nuestra vida. Eran los años en que se leía El ser y la nada, de Jean-Paul Sartre. En la bohemia que viví no nos preguntábamos por la comida.
E. W.: –Eso no es así ahora. Desde que somos chicos nos enseñan a tenerle miedo a la pobreza. Entonces una toma el primer trabajo que aparece, y si consigue estar en planta permanente siente que toca el cielo con las manos.
N. B.: –Eliana tiene una característica: la conmoción, el lugar en el que se puede tener un discurso creativo.
–Que es legítima, y acerca.
Imagen: Guadalupe Lombardo
Fuente: Página 12
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