viernes, 16 de octubre de 2009

“Tengo una inclinación natural a hablar de la parte podrida de las cosas"

Angélica Liddlel

Angélica Liddell

El teatro “afligido” de Liddell gana entusiastas, y eso que no es de fácil digestión. La autora, directora y actriz estrena hoy La casa de la fuerza en el Laboral de Gijón, coproducido por el Festival de Otoño de Madrid. En él ha incorporado, entre mariachis y violonchelos, al campeón de strongman de España, Juan Carlos Heredia, “El Porrúo”.

Angélica Liddell (Gerona, 1966) es una de las artistas más fieles que tiene hoy Antonin Artaud (Marsella, 1896-1948). Comparte su idea del teatro (“es lo que me impide pegarme un tiro”, dice la autora) y su visión metafísica del mundo, en la que “el mal es la ley permanente, y el bien un esfuerzo”, como predicaba Artaud.

-Leyendo la introducción sobre su nuevo espectáculo, da la impresión de que lo escribió en un momento de depresión.

-Sí, así es.

-En ella habla de que fue a un gimnasio y lo describe como “un sitio en el que no somos amados”. Pero si en los gimnasios no paran de ligar...

- Sí, mi gimnasio está lleno de actores porno gays, alegres y guapos, que desean amar y ser amados. Como todos nosotros. Pero para mí es ese lugar donde me reventaba durantes tres o cuatro horas seguidas para poder soportar la ansiedad, la angustia, para buscar alivio cuando ya no encontraba alivio en nada.

-¿Qué hay de fascinante en el horror, el dolor, la angustia...?

-Ni el horror, ni el dolor son fascinantes. La casa de la fuerza empieza con esta frase: “No hay cerro, ni selva, ni desierto, que nos libre del daño que otros preparan para nosotros”. Eso no es fascinante. Es terrible. Intento comprender por qué sufrimos, de la misma manera que intentan comprenderlo las tres hermanas de la obra Chejov. Lo fascinante no es el dolor sino la revelación que se produce cuando identificas tu propia aflicción con la de Masha, Olga, Irina, cuando descubres en otro el dolor de estar vivo. La compasión, es decir, ponerte en el lugar del otro, desemboca en fascinación, en misterio. Pero el dolor es algo indeseable. Y a veces mortal.

Si fuera una nihilista...

-Las tres hermanas no están intentando comprender su sufrimiento, simplemente sufren. Chejov se limita a describir cómo reaccionan en un momento difícil de sus vidas. La vida no es tan sencilla como para clasificarla por categorías ¿no?

-Estoy de acuerdo, la vida no es sencilla.

-¿Es su actitud nihilista?

-Si fuera una nihilista no intentaría buscarle un sentido a la vida con todas mis fuerzas, a través de mi trabajo, a través del amor, del pensamiento, de un paseo o de una conversación con un desconocido. No me esforzaría por comprender al hombre, por comprender el sufrimiento. Si fuera una nihilista carecería de rebelión, y yo funciono por rebelión, Job se rebela contra Dios y le interroga, le pregunta ¿por qué?, yo me hago constantemente esa pregunta para seguir con vida, para rebelarme contra la muerte.

-Pero ¿por qué habla tanto en su teatro de sufrimiento y dolor en vez de amor y belleza?

-Bueno, llevo toda mi vida hablando del amor. Sobre todo en mis últimas piezas, Anfaegtelse, Te haré invencible con mi derrota, y sobre todo en La casa de la fuerza. El amor es igual de complejo que la vida, con su luz y sus tinieblas. El amor es una ranchera, un bolero de Paquita la del Barrio, una declaración apasionada. Es el despecho. Es el suicidio. Pero es cierto que tengo una inclinación natural a percibir la parte podrida de las cosas. Eso me hace disfrutar más de lo bello.

-¿Transcurre su obra en un gimnasio?

-No, la obra no transcurre en un gimnasio. No hay lugares, hay vacíos. Desolación.

-¿De qué trata, realmente?

-He elegido hablar de mujeres solas, tristes, humilladas y muertas. Hablo de las distintas formas de la fuerza. La fuerza física y la fuerza espiritual. La fuerza criminal y la fuerza inocente. Y hablo de la relación de la fuerza con la soledad. El mundo está lleno de gente que es amada, pero yo he elegido hablar de los que no son amados. No puedo evitar ponerme de parte de los débiles, de los humillados. La casa de la fuerza es una canción de despecho que culmina en esa acusación oficial al Estado de México por parte de la Corte Interamericana de Derechos Humanos por no proteger el derecho de sus mujeres a vivir libres de violencia. Han viajado tres actrices desde Chihuahua para expresar toda esa indignación frente a la impunidad. No sé, hay rabia, mucha rabia en La casa de la fuerza.

-Con tanta rabia, el trabajo físico de los actores será agotador, ¿no?

-He intentado que la fuerza física y la fuerza emocional fueran unidas, que estuvieran a la altura la una de la otra. Hemos trabajado con la máxima exposición. Desde el primer ensayo les pedí a las actrices un profundo compromiso con su propio dolor y su propia fragilidad. Les pedí que rompieran la barrera del pudor espiritual. Para mí la transgresión es entrar en un estado crítico frente a lo inexplicable.

-¿Cómo espera que reaccione el público ante una obra de más de cuatro horas de dolor?

-Bueno, cuatro horas con dos intermedios es todo un clásico. Y no sé qué pasará con el público. La relación con el público siempre es una historia de enemigos, de confrontación, pero la historia de los enemigos acaba siendo una historia de amor.

-Y usted, a quien no le importa el placer estético como fin del arte, ¿espera que la obra guste a los no masoquistas?

-Jamás he buscado la belleza con tanto furor como en La casa de la fuerza. Siempre he dicho que la belleza es una de las formas de la justicia. Intento transformar el dolor, el odio y el sufrimiento en algo bello. Es un reto ético y estético. Creo que los masoquistas se aburrirán mucho. Estoy hablando de cosas demasiado serias. Estoy trabajando con actrices demasiado honestas, generosas, hermosas, y arriesgadas como para que un masoquista disfrute. Los masoquistas no se conmueven. Y mis actrices le arrancan lágrimas al hierro.

Liz PERALES

Fuente: El Cultural

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