viernes, 23 de octubre de 2009

El devenir de una larga noche

"Yo voy a aprender a soportar la vida esta noche", dice uno de los personajes de Finales

Finales, de Beatriz Catani. Con Magdalena Arau, María Amelia Pena, Julieta Ranno, Matías Vértiz, Sonia Stelman y María Laura Martorell. Asistencia de dirección: Guido Ronconi. Dramaturgia y dirección: Beatriz Catani. Viernes 23 de octubre, a las 21, en La Hermandad del Princesa (Diagonal 74 entre 3 y 4), La Plata. Reservas: 4864-0259 o 156-137-4270. Duración: 150 minutos. La obra se presenta antes del estreno internacional previsto en Alemania, el 21 de noviembre, invitada especial para el Festival Spielart.
Nuestra opinión: muy buena

La nueva obra de Beatriz Catani, Finales , es una verdadera máquina escénica multiplicadora de sentidos. Se realiza en La Plata, de donde es ella, en un teatro al borde del abandono fundado en 1889. Un lujoso edificio de arquitectura neoclásica, de pasado glorioso y que hoy, ante la cruel indiferencia del Estado, subsiste gracias al esfuerzo de algunos.

Allí, en un hall del edificio, tiene lugar esta nueva propuesta de una de las voces más personales, inteligentes y talentosas de la escena local. En ese espacio despojado, un grupo reducido de espectadores se sienta en unos sillones setentistas y desvencijados en los que, a lo largo de dos horas y media, cuatro actores son cómplices de una situación (una catarata de situaciones) atrapante.

La acción comienza cuando una de ellas aplasta a una cucaracha mientras Amelia escucha en su walkman una versión litoraleña de la marcha peronista (llamativamente, el día que fui a ver el espectáculo era 17 de octubre). La acción termina cuando la misma actriz se da cuenta de que la cucaracha ha muerto; de que, después de tantas vueltas, a ese bichito con fama de bancarse guerras bacteriológicas le llegó el final. Esa misma actriz (¿álter ego de Catani?) es la que varias veces para la pelota y dice: "A ver, pensemos un poco". Y cada vez que la acción parece tomar un rumbo definido, ella alumbra otra posibilidad de pensar otra situación. Así se va organizando un discurso casi caótico, casi fragmentario, casi desordenado. "Casi" porque detrás de todo este complejo andamiaje está la mano de Catani, la misma de Los muertos , la misma de Cuerpos abanderados , la misma de Los 8 de julio , la misma que no deja cabos sueltos.

O sea, detrás de todo este acercamiento a lo real (tal como se titula el libro de Oscar Carnago en el que analiza su producción) está su obsesividad, su maniática intención de generar mecanismos lógicos que ordenen su propio discurso y su clara intención de que cada palabra pegue, rebote y se expanda en el cuerpo de cada uno de los intérpretes y en el espacio.

Conforme a estas consignas, en los cuerpos de los intérpretes (Magdalena Arau, María Amelia Pena, Julieta Rano y Matías Vértiz, más la fugaz intervención de la tenor Sonia Stelman) están estampados los acentos, los silencios, las inflexiones de voz y los gritos hasta el momento en el cual esa bendita cucaracha llega a su fin y ellos comienzan a diluirse en medio de reflexiones sobre la felicidad, sobre la alegría, sobre el dolor y sobre lo efímero de los estados del alma.

El tránsito

Claro que, más allá de las situaciones puntuales, es el largo y necesario tránsito hasta ese final lo que impacta, lo que habilita una comicidad desbocada, lo que posibilita una serie de reflexiones en medio de esos cuerpos que se la pasan saltando, corriendo y bailando al borde de sus mismas posibilidades.

"¿Alguien sabe qué está pasando?", se pregunta Julieta ante cierto desconcierto. Magdalena decide ("decidiré", se corrige) hablar siempre en futuro porque el pasado ya es algo inmodificable. Y M. V. (el único personaje un tanto desdibujado y con una interpretación de menor vuelo frente al impresionante trabajo del trío femenino), decide dedicarse a los libros fervientemente, aunque luego se dará cuenta de que ya no, de que lo suyo es otra cosa; de que ya no.

"A ver, pensemos un poco", propone Amelia. Y media hora antes de que concluya el montaje, apunta: "Demasiados sentimientos; descansemos un poco". Entonces, cada uno de ellos se acomoda en un sillón desvencijado y se toma un respiro mientras alguien de la producción acerca a los espectadores un té con galletitas y nos quedamos así, en silencio, con los ojos abiertos, tirados en el sillón mirando a la nada. De alguna manera, ellos y nosotros, todos, estamos en medio de una noche de insomnio mientras una cucaracha agoniza y cuatro personajes indagan en la idea de los finales hasta que llega, casi sin previo aviso, el final de Finales .

Alejandro Cruz
Fuente: LA NACION (27/10/07)

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