Uno de los referentes del teatro de clown local invita a internarse por un rato en un mundo de relojes, metrónomos, calendarios, apuros, retrasos, recuerdos, destiempos y proyecciones. Katz juega con las dos formas de percibir el tiempo: la concreta y la abstracta.
Por Carolina Prieto
¿Se pueden abordar los temas más diversos y profundos desde la mirada ingenua y franca del clown? Marcelo Katz, uno de los referentes centrales del teatro de clown local, no lo duda. Y tal vez por ello, desde que se alejó de la Trup –la compañía que fundó con Gerardo Hochman y con la que sentó las bases del nuevo circo porteño– creó espectáculos hipnóticos sobre diferentes temas y materiales, desde textos clásicos hasta cuestiones como las ilusiones, el amor, el agua, el aire o la tierra. Obras con una trama o estructuradas como una serie de números breves sobre un mismo eje temático, las creaciones de este artista son un viaje a un mundo disparatado y onírico donde todo es posible y donde la risa surge a través de distintos recursos. Un coctel hecho de juegos de palabras, torpezas y situaciones ingeniosas en las que se cruzan lenguajes artísticos, que tocan al espectador desde la simpleza, pero que dejan la sensación de haber dado en el blanco de una fibra emotiva muy íntima. Simple y a la vez profunda.
A comienzos de este año, Katz desempolvó una obra sobre las relaciones amorosas y sexuales en Ciudad Cultural Konex (Amargo Dulzor). Desde este fin de semana, el director presenta Tempo (los vienes y sábados a las 20 en el Centro Cultural de la Cooperación, Corrientes 1543), una invitación a un mundo de relojes, metrónomos, calendarios, apuros, retrasos, recuerdos, destiempos, desfasajes y proyecciones. Cinco personajes adorables en una suerte de limbo abstracto en el que se suceden escenas insólitas, musicalizadas por un pianista en vivo y un vestuario que combina elementos antiguos y modernos. Tiempos externos e internos, concretos y abstractos para el disfrute de grandes y chicos no tan chicos.
–¿Cómo surgió la idea de trabajar a partir de la noción del tiempo?
–Hay algunos temas que son inmensamente amplios, y cuando pienso por dónde abordarlos me siento envuelto en una marejada de imágenes tan diversas que me pierdo. Esa es una de las condiciones para que sea un buen tema para mí: que me desborde y me apabulle de imágenes. Así fue que llegamos con Javier Pomposiello, con quien de-sarrollamos la idea original, a elegir el tema.
–Las distintas situaciones se hilvanan con mayor continuidad que en Amargo dulzor e integran un todo. ¿Hubo un trabajo específico en esta dirección para no limitarse a una serie de números y llegar a algo más orgánico?
–Si bien hay muchas escenas y “tempos” diversos en el espectáculo, trabajamos mucho para generar un único viaje, onírico, poético y divertido. Es por eso, por ejemplo, que están todos los clowns en escena durante el espectáculo, protagonizando o acompañando la acción y generando una gran y única coreografía. Y jugamos con dos formas de percibir el tiempo: la concreta, que tiene que ver con el reloj, las citas, los retrasos y los adelantos, y la abstracta, que se vincula con cómo cada uno percibe el paso del tiempo. Dos formas que se relacionan con las ideas de “kronos” y “kaleidos”: el tiempo cronológico tal como lo comprendemos hoy y el buen momento para que algo (el amor, la creación, la guerra, la siembra) suceda o no. La obra se mueve constantemente entre estas dos zonas.
–¿Cómo fue el proceso creativo y cómo operó la noción de tiempo en él?
–En los montajes me manejo justamente por tiempos. Una mitad del tiempo de ensayos es para probar ideas; la otra mitad, con el material ya definido, para profundizar el trabajo y hacer la puesta en escena, combinando, ligando y generando líneas que atraviesan el espectáculo desde lo actoral, la música en vivo y el arte en general. Durante el proceso nos fuimos concientizando de cuán presente está el tema del tiempo en todo lo que hacemos. Desde la respiración hasta la masticación, pasando por el sexo, las ilusiones, la música, el cuerpo. Todo está atravesado y modificado por él. Teníamos un tiempo muy preciso para cumplir con la sala, nos pusimos plazos muy concretos para ir cerrando cada etapa. Sin embargo, a la hora de la creación, hay cosas que a veces no se pueden ceñir a lo programado y ahí llega la desesperación. Sin embargo, como tantas veces en el teatro, viene un momento en que las cosas se concretan y se ponen a “tempo”.
–¿Cómo concibe el buen tempo de una obra teatral?
–En mis espectáculos, que haya un buen tempo es que la obra circule bien, alternando momentos más veloces y disparatados y otros más tranquilos y poéticos. Estas son las dos hebras con las que, en general, suelo tejer la obra. Es por eso que probamos nueve órdenes distintos de organizar las escenas, hasta que dimos con el orden definitivo. Otro elemento importante ligado al tempo del espectáculo es la capacidad de los actores de improvisar con buen timing. Hay muchos espacios en donde se puede improvisar, en busca del juego y el delirio. Pero los actores tienen que poder volver al guión a tiempo, para que la obra no se resienta.
–¿Qué motivó el uso de la típica nariz roja?
–El material nos la fue pidiendo. Empezamos los ensayos sin usar nariz, y cuando fuimos definiendo las escenas, nos dimos cuenta de que iríamos más lejos usándola. Es una propuesta para chicos a partir de los 9 o 10 años en la que jugamos con el tema del tiempo y también intentamos reflexionar sobre él. Mostrar cómo usamos el tiempo para qué corremos los que corremos y plantear otras preguntas que hacen que el público, más allá de que básicamente se divierta, también se emocione, se sienta movido en sus estructuras. Este es un mix muy potente: diversión, emoción y también irte pensando sobre algunas cuestiones.
–En general, el clown ve el mundo y a sí mismo desde el humor y la risa. ¿Existe un clown más bien tristón?
–El clown ve todo desde su filtro: espontáneo y lúdico. Claro que existe el clown triste, como el clown enojado, y tantos otros, porque el clown no es otra cosa que ponerse a uno mismo en juego. Entonces, si soy alguien triste, es muy probable que mi clown tenga rasgos tristes. Lo interesante no es negar lo que uno es, sino por el contrario aceptarlo y aprovecharlo, jugando desde los propios colores. Eso te reconcilia con vos. Uno puede ser clown desde donde está hoy. Todo es válido a partir de esa aceptación. El clown es sinónimo de presente.
–En lo que va del año, ya estrenó dos espectáculos. ¿Habrá más o se viene la preparación de los próximos?
Fuente: Página 12
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