lunes, 3 de mayo de 2010

Subnotas

El cuerpo sabio

Por Guillermo Arengo

Pavlovsky usa su cuerpo para darle forma al relato teatral. Intuyo que la clave de su arte está entre su dramaturgia y ese cuerpo magnífico para la emisión de signos, de señales, de sentidos. Una dramaturgia cargada de política y de filosofía. Un cuerpo sabio que para escribir en la escena decide utilizar un tipo de letra bien específica: la letra del presente que siempre es letra nueva. Es una letra múltiple, blanda y singular, con intuición de futuro y posibilidades de surgir en cualquier punto del terreno. Es una letra con tendencia a escaparse de las leyes preexistentes de composición escénica. Aunque hable de la historia trágica de la apropiación de niños durante la última dictadura militar, como es el caso de su obra Potestad, nada en ese presente escénico va a estar dado. Nunca es “como si” ni “como se espera” y mucho menos “como debería”. Lejos de políticas artísticas que producen obras maniqueas donde el artista y el público se paran en el lugar de la crítica que siempre es hacia el otro y nunca es hacia sí, Pavlovsky se interesa por la zona que conjuga a la víctima con el victimario. Se apasiona por esa compleja relación humana sin aplicarle juicios, a pesar de que como hombre político tiene su posición bien definida. Pero como teatrista es cauteloso y muy consciente de los niveles de representación que produce. Son niveles del presente, del estar ahí componiendo teatralidad entre el público, el tiempo, el espacio, el cuerpo, el texto y la historia. Volátil y específica teatralidad que propone desbordar las formas que producen los sentidos puramente temáticos, para inventar una especie de plástica abstracta en el escenario con entradas y salidas, rayas, puntos y líneas, ritmos altamente variables e intensidades del mismo tipo. Alain Badiou llama a eso “ideas teatro”: tan irreductibles como intraducibles. Sé que cuesta imaginar una puesta de Potestad con otro intérprete que no sea Tato Pavlovsky. Necesitaríamos un actor intempestivo que se suelte de lo histórico, arranque con las manos de la intuición fragmentos del futuro y componga con ellos el presente escénico de la obra.


El mito Potestad


Por Mauricio Kartun

¿Qué cosa hace clásico a un clásico? En la rareza de su escalafón tal vez el atributo que mejor lo resume sea su condición de sublime: su belleza en principio; una capacidad de generar emociones misteriosas (a veces un dolor inasimilable) y por sobre todo una capacidad poética para expresar en las figuras de su argumento mucho más de lo que sus propias palabras dicen.

Sostiene Gastón Bachelard que toda metáfora es un mito en miniatura. A ciertos infrecuentes bonsai de mito que son capaces de forestar una pieza teatral obedece especialmente –estoy convencido– aquella condición clásica.

Potestad es un clásico. Un clásico singular además por encarnado: un texto que en el cuerpo de su autor encuentra su soporte más solvente. Una rareza. Tiene aquella belleza y aquella emoción, pero tiene sobre todo esa entidad mítica brutal. Ahí vive su trascendencia. Más allá de cualquier otra virtud es en las metáforas y en las paradojas extraordinarias que construye donde amartilla su poder perturbador y su resonancia: en la identificación inevitable con ese cómplice cautivador, sufriente y persuasivo. Y en la tragedia inevitable que asoma de nuestra empatía inicial con su carisma. Con su imagen de médico ideal. De padre doliente. De apropiador cordial. Y en su encendido y horroroso deseo de volver y de que todo aquello vuelva.

Todo lo que explica calma y adormece. En la paradoja, como siempre en cambio, está el abismo.

Fuente: Página 12

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