Dibujando un rectángulo, en la primera línea, de cara al público, aparecían la bajista, el líder todo terreno que responde al nombre de Moby y la corista (o voz principal). En la segunda línea, la violinista, el baterista y la tecladista. Vistos de frente, la cosa quedó así: dos mujeres-dos pelados-dos mujeres, y esa formación se iba rompiendo a veces, como cuando la tecladista Kelly Scarr (y voz, y también telonera) tomó el micrófono y se puso a cantar y arengar en la parte final -y rockera- del show, con una degeneración de "Honey" hacia "Whole Lotta Love", de Led Zeppelin; o cuando Moby ocupó la silla del batero para tocar su guitarra en la calma de "In This World", ejecutado sólo por él y su corista estrella Joy Malcolm, o cuando ella se desplazaba más del rango habitual, y siempre funkiemente, con micrófono en mano, muecas en la cara y quebraduras de cintura.
El tándem estructura-bardo (planificado) atravesó todo el show, más que como una consigna de comportamiento, como una consistente dosificación de la energía y euforia, que estalló en las tandas en que Moby decidió convertir el estadio en una pista de baile explosiva, como con la seguidilla de "Raining Again", "Disco Lies" (muy alto) y en el primer final con "The Stars". También en la última canción, "Feeling So Real", una especie de sismo controlado y épico. En estos y otros temas, el hombre se dedicó frenéticamente a las congas, y dejó el protagonismo vocal a Malcolm, como en buena parte del show, cuyo indiscutible virtuosismo fue ovacionado por el público y brilló, glorioso, en temas como "Why Does My Heart Feel So Bad?". La excepcional tecladista tuvo menos oportunidades para mostrar su mágica potencia, pero alcanzó el hipnótico "Pale Horses", uno de los elegidos del último disco, para convencernos de que deberíamos chequear su MySpace.
La puesta fue elegante: un juego de luces discotequero que armaba estelas destellantes estimulaba los clímax de colores. Austeridad y sofisticación, tal vez la calificación le calce también al maestro de ceremonias, que vestido de negro y abocado a guitarra y percusión pudo pasar de las corridas excitadas a una vocalización calma digna de un songwriter sensible, así como no escatimó los hits de todas las épocas para enfervorizar a la audiencia ("Go", "Natural Blues", etc.). También se lució como homenajeador y más de una vez: por ejemplo, atrevido, eligió "Walk On The Wild Side", de Lou Reed, para hacer una versión dulce y comunitaria, compartiendo sus emblemáticos coros con el público y sus chicas, que se combinaron generando un momento distinto. En esta canción volvió a brillar la violinista Liz Chi Yen Liew, alegre, discreta y comprometida.
Moby hizo uso de una batería de frases de demagogia empática, potenciadas (y también perdonadas) por el hecho de tener familia argentina. Pero hay un juego con lo conocido que en él parece ser productivo. En el show, las certezas se convirtieron en solidez: el hombre sabía bien lo que hacía y cómo el público podía acompañar efusivamente su propuesta.
Por Natalí Schetjman
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