Desde San Pablo, en la intimidad la compañía antes del estreno argentino de Quidam. Sandía, trailers y viajes de gravedad cero.
Para conocer el circo, hay que conocer al dueño del circo. Pero acá, mientras esperamos para ver Quidam en San Pablo (Brasil), el dueño del Cirque du Soleil no está. Tiene veinte circos como éste dando vueltas por todo el planeta, pero no está en ninguno: se fue de vacaciones al espacio exterior, quince días en un trasbordador espacial. Y se puso una nariz de payaso, hay fotos de eso. Se llama Guy Laliberté y uno de sus mejores amigos es Bono.
"Nosotros jugamos con la gravedad, y la gravedad suele ser grave. Siempr tiene más probabilidades de ganar", dice Sean McKeown, el director artístico de Quidam, mientras detrás de él empieza un ensayo. No hay redes, ni arneses en los espectáculos de la compañía. Tampoco en los ensayos. Si se cae alguno, es corta la historia: Cirque du Soleil 0, Ley de Murphy 1.
Los empleados del Cirque hablan de su jefe con afecto, pero del que se le tiene a un padre, a la mano que te da de comer y que también supo darte un buen soplamocos. "El momento más estresante de mi trabajo...", reflexiona McKeown. "El momento más estresante de mi trabajo es cuando viene a vernos el jefe."
Ningún empleado (técnico, productor o artista) se refiere a sí mismo como empleado; ellos dicen ser "una familia sobre ruedas". Tienen dos maestros del sistema educativo oficial canadiense girando junto a ellos todo lo que dura el ciclo lectivo, y los atletas cumplen horario escolar. Los más jóvenes de la compañía (el más viejo tiene 50; la más pequeña, apenas 8) incluso viajan con sus familias. "Queremos tener a los mejores del mundo, y si eso implica llevarnos a todo su grupo familiar con nosotros, también lo hacemos", aseguran. En la oficina de producción, donde una asistente cuenta treinta familiares en la nómina de invitados estables. El trailer que hace de oficina es un container con ventanitas: los black-outs están hechos con banderas de Manowar.
En el salón comedor, las cuatro chinitas de los diábolos voladores -Li Na, Huang Wangdong y las hermanas Sang Ning y Sang Jing- comen su tercer plato del día: sandía y kiwi con jugo de naranja. Cory Sylvester, un norteamericano que ejecuta su performance en la rueda alemana, explica cómo es la dieta de un artista de circo no convencional, un atleta con rutinas de extrema complejidad que se venden enfundadas en una ilusión circense. "Yo como hasta cinco veces por día, en raciones más pequeñas y equilibradas. Si como dos veces al día, me cae como una bomba y reviento en medio del acto."
Quidam es el tercer espectáculo creado por la compañía fundada por Laliberté en Montreal, Canadá, en 1984. Es, también, el tercer espectáculo de la compañía que llega a Argentina (después de Saltimbanco y Alegría): el 29 de este mes se estrena en el Complejo al Río, en Vicente López. Son 52 personajes en escena, de quince nacionalidades distintas, dirigidos mentalmente por un loco millonario. Un tipo que antes de ser millonario fue artista de la calle y debe de ser por eso que cuando se va de vacaciones prefiere ponerse la nariz de payaso y tomarse un cohete al espacio.
Danila Vieira Bim es brasileña, tiene 23 años y hace un mes que está en la compañía. Antes de entrar, tenía su propio circo callejero acá en San Pablo, con sus amigos, trabajando por nada, y rescata la tradición del circo latinoamericano y popular, y la tradición del espectáculo en sí: de la mujer barbuda del pasado a las travestis del Carnaval de Brasil. "Podés tener todo el maquillaje puesto y las mejores luces, pero si no sos un artista, no vas a conquistar a la audiencia", dice ella. "Los que vienen a vernos acá llegan fascinados con el circo, sólo porque es el Soleil, por eso para mí es fácil... porque ya lo hice en la calle, cuando no tenía nada, y lo hice igual." Danila se adaptó rápidamente al grupo. Se enamoró del chico que hace de Ringo Starr en Love, el show temático sobre The Beatles que el Cirque tiene en Las Vegas; se mudaron juntos y ahora son pareja. Entre gira y gira (más o menos tres meses sin cortes), todos tienen una semana para irse a casa.
Quidam es la historia de una niña como la del film Coraline. La niña tiene un álter-personaje en un mundo de fantasía que, en este caso, se abre cuando ella canta (la música, como en todos los espectáculos del Cirque, es tocada en vivo). El show es más teatral que los anteriores. Menos acrobático y tal vez un poco más naif; Quidam tiene un detalle que interrumpe la lectura de la obra en pos de alcanzar el grado superior de su género: la sonrisa. Un payaso que parece plomo de Slipknot mete tres actos en interacción directa con el público, que recuerdan por qué los chicos, todos (incluso los última generación), piden ir al circo.
Martín Zabala, el personaje principal, es argentino. Hizo muchos musicales, hizo La bella y la bestia en la calle Corrientes, y también otros menos recordados como Aquí podemos hacerlo de Pepe Cibrián, un espectáculo con el que Pepito intentaba demostrarle al mundo que en Argentina también se podían hacer cosas a lo grande. Sin suerte. Zabala viajó dos veces a aplicar para el papel, una en Estados Unidos y otra -la definitiva- en Canadá. Durante años, lo máximo que ha querido es estar en la tapa de un programa. "Y por fin lo conseguí, aunque el actor que aparece en la tapa es el que estaba antes. Yo soy el tercer reemplazante. Pero bueno, no importa. Lo que me pone más contento es que va a poder verme mi mamá. y se va a quedar con la boca colgando." Ley de Murphy 0, Cirque du Soleil 1.
Por Juan Ortelli
Fuente: RollingStone
Para conocer el circo, hay que conocer al dueño del circo. Pero acá, mientras esperamos para ver Quidam en San Pablo (Brasil), el dueño del Cirque du Soleil no está. Tiene veinte circos como éste dando vueltas por todo el planeta, pero no está en ninguno: se fue de vacaciones al espacio exterior, quince días en un trasbordador espacial. Y se puso una nariz de payaso, hay fotos de eso. Se llama Guy Laliberté y uno de sus mejores amigos es Bono.
"Nosotros jugamos con la gravedad, y la gravedad suele ser grave. Siempr tiene más probabilidades de ganar", dice Sean McKeown, el director artístico de Quidam, mientras detrás de él empieza un ensayo. No hay redes, ni arneses en los espectáculos de la compañía. Tampoco en los ensayos. Si se cae alguno, es corta la historia: Cirque du Soleil 0, Ley de Murphy 1.
Los empleados del Cirque hablan de su jefe con afecto, pero del que se le tiene a un padre, a la mano que te da de comer y que también supo darte un buen soplamocos. "El momento más estresante de mi trabajo...", reflexiona McKeown. "El momento más estresante de mi trabajo es cuando viene a vernos el jefe."
Ningún empleado (técnico, productor o artista) se refiere a sí mismo como empleado; ellos dicen ser "una familia sobre ruedas". Tienen dos maestros del sistema educativo oficial canadiense girando junto a ellos todo lo que dura el ciclo lectivo, y los atletas cumplen horario escolar. Los más jóvenes de la compañía (el más viejo tiene 50; la más pequeña, apenas 8) incluso viajan con sus familias. "Queremos tener a los mejores del mundo, y si eso implica llevarnos a todo su grupo familiar con nosotros, también lo hacemos", aseguran. En la oficina de producción, donde una asistente cuenta treinta familiares en la nómina de invitados estables. El trailer que hace de oficina es un container con ventanitas: los black-outs están hechos con banderas de Manowar.
En el salón comedor, las cuatro chinitas de los diábolos voladores -Li Na, Huang Wangdong y las hermanas Sang Ning y Sang Jing- comen su tercer plato del día: sandía y kiwi con jugo de naranja. Cory Sylvester, un norteamericano que ejecuta su performance en la rueda alemana, explica cómo es la dieta de un artista de circo no convencional, un atleta con rutinas de extrema complejidad que se venden enfundadas en una ilusión circense. "Yo como hasta cinco veces por día, en raciones más pequeñas y equilibradas. Si como dos veces al día, me cae como una bomba y reviento en medio del acto."
Quidam es el tercer espectáculo creado por la compañía fundada por Laliberté en Montreal, Canadá, en 1984. Es, también, el tercer espectáculo de la compañía que llega a Argentina (después de Saltimbanco y Alegría): el 29 de este mes se estrena en el Complejo al Río, en Vicente López. Son 52 personajes en escena, de quince nacionalidades distintas, dirigidos mentalmente por un loco millonario. Un tipo que antes de ser millonario fue artista de la calle y debe de ser por eso que cuando se va de vacaciones prefiere ponerse la nariz de payaso y tomarse un cohete al espacio.
Danila Vieira Bim es brasileña, tiene 23 años y hace un mes que está en la compañía. Antes de entrar, tenía su propio circo callejero acá en San Pablo, con sus amigos, trabajando por nada, y rescata la tradición del circo latinoamericano y popular, y la tradición del espectáculo en sí: de la mujer barbuda del pasado a las travestis del Carnaval de Brasil. "Podés tener todo el maquillaje puesto y las mejores luces, pero si no sos un artista, no vas a conquistar a la audiencia", dice ella. "Los que vienen a vernos acá llegan fascinados con el circo, sólo porque es el Soleil, por eso para mí es fácil... porque ya lo hice en la calle, cuando no tenía nada, y lo hice igual." Danila se adaptó rápidamente al grupo. Se enamoró del chico que hace de Ringo Starr en Love, el show temático sobre The Beatles que el Cirque tiene en Las Vegas; se mudaron juntos y ahora son pareja. Entre gira y gira (más o menos tres meses sin cortes), todos tienen una semana para irse a casa.
Quidam es la historia de una niña como la del film Coraline. La niña tiene un álter-personaje en un mundo de fantasía que, en este caso, se abre cuando ella canta (la música, como en todos los espectáculos del Cirque, es tocada en vivo). El show es más teatral que los anteriores. Menos acrobático y tal vez un poco más naif; Quidam tiene un detalle que interrumpe la lectura de la obra en pos de alcanzar el grado superior de su género: la sonrisa. Un payaso que parece plomo de Slipknot mete tres actos en interacción directa con el público, que recuerdan por qué los chicos, todos (incluso los última generación), piden ir al circo.
Martín Zabala, el personaje principal, es argentino. Hizo muchos musicales, hizo La bella y la bestia en la calle Corrientes, y también otros menos recordados como Aquí podemos hacerlo de Pepe Cibrián, un espectáculo con el que Pepito intentaba demostrarle al mundo que en Argentina también se podían hacer cosas a lo grande. Sin suerte. Zabala viajó dos veces a aplicar para el papel, una en Estados Unidos y otra -la definitiva- en Canadá. Durante años, lo máximo que ha querido es estar en la tapa de un programa. "Y por fin lo conseguí, aunque el actor que aparece en la tapa es el que estaba antes. Yo soy el tercer reemplazante. Pero bueno, no importa. Lo que me pone más contento es que va a poder verme mi mamá. y se va a quedar con la boca colgando." Ley de Murphy 0, Cirque du Soleil 1.
Por Juan Ortelli
Fuente: RollingStone
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