Otra manera de ver el mundo
Lejos del formato de un famoso haciendo payasadas o el relato estándar del canal de cable, el programa que emite Telefe los miércoles ahonda en la visión de una ciudad determinada a través de la mirada de argentinos que llevan años en el lugar.
Por Emanuel Respighi
Programas turísticos hay muchos y variados. Incluso, hay canales que se encargan las 24 horas de “hacer turismo televisivo” con propuestas de todo tipo, mostrando lugares a partir de su historia, su gastronomía o su movida nocturna, entre otras muchas y obvias temáticas. Sin embargo, hay sólo un programa que es capaz de “trasladar” el pulso y la cultura de las diferentes ciudades del mundo a los hogares de cada televidente. Esa es la (no tan) pequeña característica que diferencia a Clase turista (miércoles al término de Botineras, por Telefe) del resto de los ciclos del género. El docu-reality producido por Eyeworks-Cuatro Cabezas es mucho más que un programa turístico: es un espacio en el que se entremezclan las historias de vida de los argentinos que viven en el exterior y sirven de guías circunstanciales en cada envío, y el deseo por conocer ciudades y culturas lejanas de los televidentes. Clase turista de por medio, nunca Argentina estuvo tan abierta al mundo.
Suerte de síntesis de los españoles Callejeros viajeros (Cadena Cuatro) y Españoles en el mundo (TVE), dos programas que se pueden leer como sus antecedentes más concretos, Clase turista renovó la lógica de uno de esos géneros televisivos que, si bien no congrega fanáticos, siempre es bienvenido a la hora del zapping pasatiempista. Aquí no hay famosos recorriendo el mundo haciendo payasadas por el solo hecho de viajar gratis, ni la mirada de la cámara se limita a mostrar aquellos restaurantes, bares u hoteles con los que la producción acordó previamente un canjecito. Pero lo más distintivo es que pese a su nombre, Clase turista no se propone mostrar los lugares más conocidos de cada destino, sino que lleva a los ojos de los televidentes aquellos espacios urbanos que no forman parte del circuito turístico tradicional. Y la idea no es desacertada: para filmar los típicos lugares turísticos de cada ciudad están cualquiera de los demás programas del género que se pueden sintonizar a cualquier hora en el cable.
El hallazgo del programa es que, para mostrar los aspectos menos conocidos de las ciudades a retratar, Cuatro Cabezas le cedió la cámara y la narración a argentinos que por diferentes razones viven en cada una de las ciudades del mundo en las que Clase turista hace foco. En una estructura por episodio en la que cuatro o cinco compatriotas muestran su cotidianidad y a través de ella las costumbres y hábitos de cada lugar, la propuesta gana en intimidad, en una suerte de “video hogareño” en alta calidad que conquista al espectador por la familiaridad del lenguaje. Incluso, cada capítulo se enriquece con la mirada que cada “cronista” transitorio aporta, cargada de la historia personal, la formación cultural y las preferencias de cada guía anónimo. Es en ese multifacético mix en el que la suma de las partes forma una cosmovisión integral sobre el destino a reflejar. Un programa que le debe mucho al casting internacional que la producción realizó a través de redes sociales, embajadas y consulados de Argentina en el exterior.
Si el formato de Clase turista trasciende la visión turística para transmitir de manera entrelazada las sensaciones que tienen los argentinos que viven a miles de kilómetros de su tierra natal, eso se debe a que en este caso Cuatro Cabezas abandonó con acierto la edición vertiginosa y las intervenciones en pantalla que son marca registrada de su factoría en todo el mundo. Con una imagen más limpia que la que acostumbra, la productora apenas aporta en pantalla los datos básicos del cronista anónimo (nombre, edad y profesión) encargado de cada segmento, como para que el espectador tenga una pequeña referencia de quién guía el recorrido y, en todo caso, por qué elige mostrar determinado lugar y no otro. Porque para conocer realmente una ciudad no hace falta ir “al” lugar turístico, sino adentrarse en lo más arraigado de su cotidianidad.
Fuente: Página 12
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