martes, 11 de mayo de 2010

Mónica Cabrera

Mónica Cabrera - Foto: Lucia Merle

Una grande de los papeles chicos. Con un largo recorrido en el teatro de autogestión, su Rosa de "Tratame bien" la volvió popular. Y se ganó un lugar en "Malparida" (El Trece).

Por: Laura Gentile

La televisión la "descubrió" en el exitoso unitario Tratame bien (El Trece), como Rosa, la mucama de los Chocaklian, que lograba una presencia intensa en pantalla con mínimas apariciones. Ahora es una empleada de oficina en Malparida (a las 21.30, por El Trece), tan pesimista y escéptica como extraña y llamativa. Pero Mónica Cabrera lleva más de 30 años actuando en teatro, dando clases y generando sus propios y peculiares unipersonales.

"Empecé a actuar a los 16 años -recuerda-, yo militaba en la Federación Juvenil Comunista y para juntar dinero se les ocurrió que podíamos hacer una obra de teatro y me dijeron a mí que la dirigiera. La dirigí, la adapté, todo con mucha naturalidad", dice. Al terminar el colegio pasó a estudiar con Alejandra Boero. Estuvo 10 años a su lado, allí adquirió una formación clásica, también dio clases y fue la favorita hasta que un día decidió romper el cascarón e independizarse.

"Después de que me fui de lo de Alejandra, que prácticamente me maldijo, por esa cosa posesiva que tienen los maestros -recuerda Mónica-, fui como el hijo expulsado, la renegada, quedé sola en el universo, una paria".

Eso la convenció de que debía generar su propio camino. Este camino la llevó por el Teatro Cervantes, el San Martín y a dirigir su propia escuela. De trabajar mucho con textos clásicos, pasó a los autores

nacionales, luego llegó una etapa que ella llama "más hermética", hasta que logró una síntesis propia.

"Empecé a mezclar esa base clásica con el humor, para tener otro contacto con el espectador -explica-, buscaba una expresión más popular para comunicarme con cualquiera, con gente que nunca fue al teatro".

Así fueron surgiendo sus peculiares unipersonales: Arrabalera, El club de las Bataclanas, El sistema de la víctima, ¡Dolly Guzmán no está muerta! y Limosna de amores. "Este año se cumplen diez años desde que empecé -explica-. Por eso estoy haciendo todos los espectáculos, pero alternados en lo que llamé la Maratón Cabrera".

Esa presencia permanente en el teatro, totalmente autogestionada, le fue generando otras oportunidades. La comenzaron a llamar para hacer cine. Lo primero que hizo "en cine fue El hijo de la novia y seguí con esos personajes de segunda línea que tenían que estar bien actuados, que si el espectador saca la mirada de Norma Aleandro atrás no haya una tarada o un robot". Actuó en El abrazo partido, Las manos, Un año sin amor, El niño de barro.

Del mismo modo llegó a la televisión. Aunque no se acuerda todas las participaciones que tuvo. "Hice de adivina, de mucama, de vecina, papelitos minúsculos -define-. Hasta que hice Tratame bien pasaron 8 años". ¿No le preocupaba obtener papeles más grandes? "Quizás, por mi historia, por el momento en que empecé a hacer teatro que era teatro político, comprometido, no tengo la idea del éxito que tiene hoy un chico de 20: que se triunfa cuando se llega a un sitio". Y agrega: "Cuando no se pertenece a un grupo, se va armando un objetivo muy personal, como si estuvieras sola en el Tíbet y tenés objetivos íntimos en relación a la creación. Mi desarrollo tiene que ver con que mi expresión más íntima me represente. Y siento que los personajes que hago en televisión me expresan".

¿Y cuándo te sentiste contenta porque tu personaje hiciera una diferencia? "Siempre -responde-, yo entraba y el director decía 'la señora, ¿cómo se llama esta chica?, que se ponga ahí', y terminaban bajando para saludarme cuando me iba porque le gustaba lo que hacía, porque está vivo".

Su Rosa de Tratame bien fue el extremo de eso. La prueba de que no hay personajes chicos. Sus caras, sus silencios resonaban en lo que se estaba contando. Una especie de testigo de esa familia convulsionada. "Empecé a trabajar con lo mínimo -recuerda-, un personaje que no tiene texto, sólo pasa. Y algo que hay que hacer cuando no están los 50 libros escritos es inspirar a los autores, entonces inconscientemente empecé a inspirar a los autores a sostener esa pequeña participación para que fuera necesaria". Sus compañeros le decían "te van a escribir más". Y ella aseguraba que no hacía falta, que lo importante era la intensidad, "la gracia de este personaje es que es pimienta".«

La de los unipersonales

Los cinco unipersonales de Mónica Cabrera fueron editados por Colihue. Dos de ellos, "Arrabalera" y "El Club de las bataclanas" pueden verse en Bar&Concert Bataclana. Con ellos, intenta dar a conocer una tradición teatral, iniciada en el Juan Moreira de Pepe Podestá.

Fuente: Clarín

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