FRENTE A LA LAGUNA EL ENCARGADO DE UNA ESTACIÓN DE SERVICIO Y UN EXTRANJERO QUE BUSCA UNA LEY PARA PODER SEGUIR.
Crítica: "Aráoz y la verdad". Una puesta prolija y con un Brandoni en un buen momento. Pero no siempre la emotividad de los textos de Sacheri aparece en escena.
Por: Camilo Sánchez
El nuestro es un país donde el fútbol genera leyenda. Hay una épica, entre tantas, del campeonato de Independiente con ocho jugadores frente a Talleres en Córdoba, del gol de Chilavert desde su propio campo al Mono Burgos, de Riquelme que hace unos días le hace el pase gol y le niega el saludo después a Palermo que viene de romper un récord, del penal que le ataja, adelantado, Roma a Delem, en una casi final de campeonato entre Boca y Ríver.
Ese relato posible de historias también se genera en el fútbol de oficinas o en el potrero del arrabal que todavía resiste. En los barrios, por ejemplo, donde los amigos esperan que el consagrado Tito regrese del ámbito profesional para remontar un partido que viene difícil. Esa es la trama y el color que maneja como nadie Eduardo Sacheri. El autor de Aráoz y la verdad detecta los códigos de conducta que se revelan en un campo de juego, la confianza que revela un delantero que deja pasar un centro porque apuesta a que el compañero, mejor perfilado, la mande a guardar; las señales morales que puede esconder un defensor para no romperle la pierna a un adversario después de correrlo desde atrás durante cuarenta metros aunque su equipo, tras esa jugada, se vaya al descenso.
Aráoz, Diego Peretti, recala en un pueblo fantasma de la provincia de Buenos Aires, buscando una señal. Todo se le ha desbarrancado en su vida y quiere resolver, para poder seguir, un episodio que trastocó su infancia: por qué Perlassi, el ídolo de sus doce años, un defensor recio e implacable en una jugada mítica de 1971, no hace el foul necesario para que Wilde no se vaya al descenso. El chico escucha entonces que el defensor lo hizo por vendido, porque recibió una coima adversaria. Algo en Aráoz, que busca la verdad, le dice que se esconde otro secreto.
No está mal la idea de intentar un tema hondamente masculino, de los que no abundan en la escena local, y jugarla a través de dos actores de carisma, para develar señales éticas en la jugada fatal de un defensor olvidado. Pero la historia, que pondrá en escena a dos personajes que esconden, que responden para confundir, que no se atreven a reconocer los datos subjetivos que develen la verdad, entra en algunos declives de ritmo pronunciados.
A Luis Brandoni le sobra juego para ese encargado de estación de servicio que parece haberle dado la espalda al mundo. A Diego Peretti, en cambio, le toca una muy difícil: como un falso periodista, debe dar el perfil de alguien que necesita recomponer un hueco existencial de su infancia como el combustible necesario para poder seguir. No siempre da la sensación de estar tan al borde de la cornisa. La puesta de Gabriela Izcovich, que también adaptó el texto, es prolija. La escenografía de Jorge Ferrari que contiene siempre a los personajes en medio de la llanura y los diseños de iluminación de Eli Sirlin, ayudan a generar los climas apropiados.
Pero el espectáculo, finalmente, con todos los elementos a favor -historia, dirección y actores indicados- no termina de avanzar en la profundidad deseada. La emotividad y la empatía, esos elementos que suele destilar a su favor la prosa y las historias de Eduardo Sacheri, fluyen en Araoz y la verdad, sin cristalizarse en escena.
Fuente: Clarín
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