viernes, 7 de mayo de 2010

Lito Cruz y Ana María Picchio: Los padres terribles

"Todos eran mis hijos" Tiene todos los condimentos para generar expectativas. Una de las mejores obras de Arthur Miller, estrenada en 1947 con un largo aliento de actualidad, sobre la degradación moral de la familia, con la guerra como telón de fondo. Los intérpretes explican el significado de la decadencia y la responsabilidad individual. Dirigida por Claudio Tolcachir, se estrena este domingo en el Teatro Apolo.

Por: Eduardo Slusarczuk

En el patio del Club del Progreso, ahí nomás del microcentro porteño, se respira historia. "Acá fue donde Leandro N. Alem iba a encontrarse con unos amigos el día que se suicidó, justo antes de entrar", cuenta Lito Cruz apenas llega a la cita. Y, aunque en aquellos días de 1896 la sede estaba a unas cuadras de allí, la información que da el actor es correcta.

Cuesta entonces, en ese marco, esquivar el peso que adquiere el contexto histórico a la hora de hablar de Todos eran mis hijos, la obra de Arthur Miller que, con Cruz y Ana María Picchio a la cabeza de un elenco integrado por Esteban Meloni, Vanesa González y Federico D'Elía, se estrena el domingo en el Teatro Apolo, con dirección de Claudio Tolcachir.

"Miller era un hombre comprometido con la vida, que militó en el Partido Comunista, que se negó a denunciar a sus compañeros en la época del maccartismo, en un momento en el que el realismo socialista parecía el futuro de la humanidad. Y en ese contexto, él empieza a tocar temas que son humanos, dentro de una sociedad corrupta como la de ahora, como la de todos los tiempos", explica Cruz. Y se corrige: "No es la sociedad: hay gente corrupta en todas las sociedades."

La pieza de Miller, estrenada en 1947, refleja el conflicto de una familia en la que Cruz interpreta a Joe Keller, un padre de familia respetado por la comunidad y Picchio a su esposa, Kate, quien vive con la esperanza de volver a ver a su hijo, Larry, piloto de la aviación estadounidense, desaparecido en acción. En ese cuadro, que completa la presencia de otro hijo, Chris, la llegada de dos hijos de un viejo socio de Joe, Anne y George Deever, amenaza un andamiaje familiar y social que los Keller construyeron sobre la mentira.

"La obra nos interesó porque sale de la realidad. Creo que a Miller le contaron una historia de una hija que denunció a su padre, que vendía armas. El autor cambió la hija por un hijo, e inventó que el padre no era un vendedor de armas sino que había vendido repuestos fallados para aviones", amplía el actor.

"Además -agrega Picchio-, hay un trasfondo esencial que es la guerra. El negocio de la guerra. Todo eso mezclado con una familia normal, personajes normales, que caminan por la calle, que logran silenciar una tragedia, hasta que un mínimo detalle desmorona la estrategia y provoca un enfrentamiento entre padre e hijo que nunca hubiera ocurrido de otro modo. Y estos tipos ni siquiera fueron lo suficientemente astutos como para tomarse un barco e irse a otro lado."

Como si hubieran estado seguros de que nada podía pasarles.

Picchio: Sí. Pero Kate, que tiene olfato, en un momento le dice a su hijo que es él quien tiene que ayudarlos, porque son ignorantes. "Vos nos tenés que proteger", le dice, cuando parece que empieza a sospechar que hay conexión entre la desaparición de su hijo, que nunca asume como muerte, y los repuestos comercializados por su esposo.

¿No es un intento de extender una cadena de lealtades perversas?

Cruz: Yo creo que lo perverso está en la mentira que Joe Keller dice en el juicio. Una culpa que no puede purgar. Lo interesante es cómo la madre, en un momento, recurre a Dios. Es el único momento en el que apela a algo del más allá, con el argumento de que Dios no va a permitir que un padre mate a su hijo. Ahí, la obra entra en un terreno muy interesante, porque se sale del esquema social, político y económico. Y aparece el cuestionamiento de Dios, porque, efectivamente, el hijo muere por su padre.

Picchio: De hecho, antes, la madre dice que hay cosas que Dios quiere que pasen, y otras que no. "Esto -dice ella-, Dios no quiere que pase." Lo que creo es que una madre a la que le desaparece un hijo, enseguida empieza a hablar de Dios, aunque no sea una persona con convicciones religiosas.

Para ambos artistas, la obra plantea una multiplicidad de líneas de lectura. Entre ellas, la que refiere a la responsabilidad colectiva es parte del eje en torno al cual gira todo lo demás. "Yo pienso: vos vas en un tren, y tirás una latita de cerveza. La latita le cayó en la cabeza a un tipo que fue a buscar comida, que dejó a sus hijos en la casa, con el fuego encendido, no llega, se incendia la casa y se mueren todos. Y vos, de la cerveza ni te acordás. Pero la consecuencia es eterna", grafica Cruz.

En otro plano, el enfrentamiento entre padre e hijo también adquiere una dimensión que trasciende a la historia de Miller. En este caso, para meterse en nuestro propio presente. Y pasado.

Cruz: A nosotros nos toca porque aquí también hay gente que no ha vuelto, que está desaparecida. Hay enfrentamientos entre padres e hijos. Hay hijos que descubren que su papá fue un torturador, que se cambian el apellido. Otros que los perdonan. Existe un mecanismo similar al que plantea Miller.

¿De qué modo sus historias personales intervienen en la construcción de sus personajes?

Picchio: Se remueven muchísimas cosas. Sobre todo en este momento, en el que permanentemente hay Cromañones. Este es un Cromañón más. Como dice Lito, alguien que tira la latita pensando que no va a pasar nada. Y pasa de todo.

Cruz: Imaginate que yo tengo que defender lo que jamás defendería como Lito. Y debo hacerlo como si tuviera razón. Imaginate las consecuencias inconscientes, lo que activa en vos algo que nunca defenderías en tu vida.

Picchio: Hay un momento en el que Keller miente sin descaro, y no puedo dejar de pensar: "Qué basura".

Cruz: Yo creo que nuestro contexto tiene que ver un poco con el mundo que plantea Miller, con su conocimiento extraordinario de los mecanismos internos del hombre. Las cosas ocultas, los olvidos. Como el pañuelo de Otelo. "Traé el pañuelo." "No lo tengo. Tengo otro. "Dónde está el que te di." Y se devela lo que se trató de ocultar para siempre.

Los actores destacan la dinámica que impone el texto de Miller. "No te podés quedar quieto. Yo entro con un conflicto, a los diez minutos tengo otro, y otro", describe Picchio. Y completa su compañero: "Parece una melodía. Las notas se van sumando, y cuando uno piensa que está por terminar, hay más, y más. Es una construcción bastante perfecta. Miller es un heredero de Ibsen. Casi una obra maestra."

Como toda melodía, o sinfonía, a la hora de hacerla sonar necesita de una batuta que, en este caso, se sumó al universo teatral un par de generaciones después que Ana María y Lito.

¿Cómo les resultó ser dirigidos por Claudio?

Picchio: A mí me impresionó su capacidad para adivinar lo que le está pasando al actor. Me adivina. Y cuando no estoy tocando la cuerda, me lo dice.

Cruz: Para mí fue bárbaro. Es una idea diferente de cómo podrían trabajar Carlos Gandolfo o Hedy Crilla. Está conectado con una manera de ver al actor y nombrar lo que ve. Lo extraordinario es cómo nombra lo que ve. Yo le dije: "Mirá, yo no me soporto a mí como actor, así que ayudame a desterrarme de mí". Después de tantos años, uno de los problemas es que usás las cosas que te dan resultado, y perdés las que realmente tenés. Entonces, a esta altura, que estoy por empezar los 70, quiero, por lo menos, morirme con algo nuevo.

Picchio: Y para nosotros es como decir, bueno, si Lito se deja meter la mano adentro del cuerpo y que le revuelvan todos los órganos, nosotros tenemos que entregarnos igual. Y agradecer.

Información

"Todos eran mis hijos", de Arthur Miller. Adaptación y dirección: Claudio Tolcachir.Con Lito Cruz, Ana María Picchio, Esteban Meloni, Vanesa González, Federico D'Elía y elenco.

Miércoles y jueves, a las 20.30; viernes y sábados a las 21; domingos a las 20. Teatro Apolo, Corrientes 1372.

Fuente: Clarín

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