viernes, 14 de mayo de 2010

Las formas del vacío

UN ELENCO POTENTE LITO CRUZ, FEDERICO D'ELIA, ANA MARÍA PICCHIO, ESTEBAN MELONI Y VANESA GONZÁLEZ EN ESCENA.

Crítica "Todos eran mis hijos" Una ajustada puesta de Claudio Tolcachir sobre un texto de Arthur Miller.

Por: Camilo Sánchez

Si en La Omisión de la familia Coleman, la obra que puso a Claudio Tolcachir en escena como autor y director, el clan habita un hogar sin ley marcado por la ausencia de padre, aquí, en Todos eran mis hijos, una de las más sólidas estructuras dramáticas de Arthur Miller, la horda socava a Joe Keller, el padre en cuestión, que es -podría decirse- victimario y víctima de la historia. Porque más allá de los rescoldos de la guerra, de la interdicción de un amor cuasi incestuoso, del policial que se destila por detrás a lo largo de toda la trama, lo que persiste en la sensación final es cómo los mejores alumnos de la plusvalía, finalmente, resultan aniquilados por el sistema que los había erigido como victoriosos. La clave del discurso que sostiene a la pieza que acaba de estrenarse en el Apolo, y de ahí tal vez su actualidad, es la manera en que el libre comercio deglute, sin más, a sus mejores alumnos. "No entiendo: yo había trabajado para que tengan todo esto", dice, consternado, Lito Cruz, de vuelta de todo, como un Joe Keller ultimado por el destino, ante la puerta cada vez más estrecha del final.

La línea de acción de Todos eran mis hijos no tiene dobleces: un hijo que no ha vuelto de la guerra, el hermano que piensa que una buena manera de enterrarlo es casarse con la que fue su novia y el padre que comienza a figurar, durante el transcurso dramático, como principal sospechoso de la muerte del fantasma ausente. La elección del espacio escénico, como un simulacro ciertamente efectivo, sigue de punta a punta la didascalia de Miller: lo que develará, también, muy pronto, la sobriedad de la puesta respecto al material dramático elegido. Una casa de las afueras en una gran ciudad de Estados Unidos, postrimerías de la segunda Gran Guerra, con un fondo azul profundo que permite jugar a la proyección de un infinito y sobre el que la luz, allí reflejada, indicará el paso de la horas.

La versión de Tolcachir hace pie en el texto y escucha muy bien los engranajes dramáticos que se escalonan y trabaja sobre cada escena en sí misma, consciente de que el rompecabezas se arma de piezas que aportan, durante su transcurso, los personajes de la obra. Por cierto que hay zonas que no terminan de potenciarse: la declaración de amor de Chris Keller (Esteban Meloni) a Ann Deever (Vanesa González) o la entrada de George Deever (Federico D'Elía), entre otros momentos, descomprimen la ilusión de completud escénica. Pero más allá de los detalles, la tensión está muy bien captada y el tiempo narrativo se demora cuando tiene que demorarse. "Tu papá no es culpable, porque si lo fuera sería responsable de la muerte de tu hermano y Dios no permite que un padre mate a un hijo", argumenta Kate Keller (Ana María Picchio), en un discurso vacilante de su propia sombra.

En otra marca propia de las obras de Tolcachir, también puede apuntarse en Todos eran mis hijos el relieve nítido que alcanzan los personajes secundarios, estructurados como para distender el abigarrado drama que los secunda. En ese sentido, las apariciones de Lydia Lubey (Marina Bellati) y Frank Lubey (Diego Gentile) logran el efecto deseado.

Todo el elenco juega su partida de sujetos divididos y atrapados en la marca de un punto ciego. Todos sostienen la superficialidad de un relato social astillado y decadente. En ese sentido, Ana María Picchio y Lito Cruz transmiten esa consistencia: mantenerse a salvo como sea mientras afuera se socavan los cimientos del imperio.

Todos eran mis hijos

Dramaturgia Arthur Miller Direccion Claudio Tolcachir Elenco Lito Cruz Ana María Picchio, Esteban Meloni, Vanesa Gonzalez, Federico D'Elia, Carlos Bermejo, Adriana Ferrer, Diego Gentile y Marina Bellati Escenografía Mariana Tirantte

Muy buena
Fuente: Clarín

No hay comentarios: