Por Moira Soto
“Las amaba a todas, a las pelirrojas por su olor, a las rubias platinadas por su artificio, a las viudas porque estaban disponibles y a las casadas por no estarlo... Las quiso a su manera y tuvo razón en quererlas a todas: cada una de ellas tenía algo que no tenían las otras, algo único e irreemplazable.” Así discurría Geneviève, la última amante de Bertrand, el protagonista del film El hombre que amaba a las mujeres (1977), personal recreación del mito de Don Juan realizada por François Truffaut. Una de las tantas variaciones –cientos, miles, incluido el mismísimo conde Drácula– en torno del seductor serial surgido de viejas leyendas medievales y de romances populares, al que Tirso de Molina –no por azar, fraile– dio forma definitiva en El burlador de Sevilla (1630), comedia religiosa sobre las desenfrenadas aventuras galantes de un joven noble español que, entre la gracia y la condena eterna, elige osadamente lo segundo. Mito sin fronteras, Don Juan se propagó a través de los siglos en versiones literarias, teatrales, cinematográficas, musicales... Entre las cuales, claro, el grandioso melodrama giocoso Don Giovanni de Mozart, con libreto de Da Ponte que con incitantes hallazgos ha llevado a escena Daniel Suárez Marzal en el Teatro Argentino de La Plata.
Devoto del supergenio de Salzburgo, este puestista de incesante actividad (está a punto de estrenar La gran magia, de Eduardo De Filippo, en el Alvear) supo cantar en otra etapa profesional esta ópera, y como director escénico la encara por cuarta vez. “No alcanza una vida entera para entender este Don Giovanni, descubrirle nuevos sentidos. Tan consumada y perfecta, tan completa y atemporal es la obra. Me vuelve a sorprender en cada ocasión, siempre intentando alcanzar semejantes alturas. En este caso, me incliné por tratar de narrar el conflicto con la mayor claridad posible, respetando de forma muy estricta el original en lo musical, tratando de no decorar. Creo que el hecho de tener un elenco muy joven da la posibilidad de comunicarle a esta versión unas verdades que le son propias, un plus importante: Fernando Radó, el intérprete del protagonista, tiene 24 años, una edad cercana a la del personaje. También trabajé con un escenógrafo muy joven, Nicolás Boni, mientras que el iluminador Miguel Garrido viene del cine. Con el vestuario de Mini Zuccheri, el propósito fue componer un todo fuertemente contemporáneo. Y a los que aman el rococó les vamos a dar algún bombón de ese estilo para endulzarles el trago...”
El director no ve con buenos ojos una versión historicista, opina que más bien conviene entregarse a las pasiones en danza, tratando de descifrar esa búsqueda de un absoluto que Don Juan no logra satisfacer, esa decisión de morir ante que ceder: “Todos los que han analizado esta ópera coinciden en que Mozart le ha acordado las más bellas melodías al protagonista, en una suerte de exaltación que tiene que ver con su propia identificación con el personaje, el concepto estético por encima del ético y del religioso. Creo que el epílogo tremendo que tuvo que escribir después para Viena, donde la ‘buena gente’ dice su moraleja condenatoria, le sobra a la ópera por los cuatro costados, pero decidimos no sacarlo para evitar chiflidos conservadores, pero dejando claro los acentos humorísticos”.
Respecto de los personajes femeninos, Suárez Marzal opina convencido que, aunque podría parecerlo a primera vista, “no son precisamente víctimas de los hombres. Exhiben rasgos bien personales, conductas muy definidas. Doña Elvira estira la cuerda hasta el final, sin perder nunca su objetivo. Por su lado, Doña Ana nos permite algunas dudas sobre su presunta fidelidad a Octavio, no sabemos hasta dónde está ligada sentimentalmente a Don Giovanni. Y en cuanto a Zerlina, la comprendemos bien en la atracción que sobre ella ejerce el irresistible seductor, sobre todo si lo comparamos con el zafio de Masetto, su novio formal. Como ya lo comenté alguna vez en Las 12, en ocasión de una de mis puestas de Così fan tutte, a mí siempre me ha parecido que desde el barroco para acá, en el teatro lírico y en el clásico, las mujeres son mucho más fuertes que los hombres. Más potentes, toman las grandes decisiones, tejen las tramas más interesantes”.
Con un elenco en general rendidor, en el que fulgura Carla Filipcic Holm (que ya había hecho este rol para Juventud Lyrica) como esa Elvira gendarme que no ceja en su persecución, DSM ha plasmado un Don Giovanni cuasi posmoderno en su ironía y escepticismo, con toques de libertino del XVIII, aplicando en la puesta pícaros recursos del mariveaudage en una escenografía funcional que evoca la idea de Sevilla, con glamoroso vestuario, manejando con destreza los intercambios de roles, la usurpación de identidad, los disfraces, el travesti touch, los juegos del deseo y del amor.
Fuente: Página 12
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