domingo, 9 de mayo de 2010

El Quijote, cinco años después de los cuatro siglos

Pasaron cuatrocientos cinco años de aquel enero de 1605 en el cual apareció la primera edición de Don Quijote.

Por Miguel Russo

En esos cuatrocientos cinco años ocurrió de todo: hubo guerras, vencedores y vencidos; se fundaron países y se destruyeron países; los imperios fueron cambiando de manos, pero poco; hubo revoluciones triunfantes y revoluciones abortadas; se tomó La Bastilla yJustificar a ambos lados se perdió La Bastilla; el hombre llegó a la Luna y está a punto de destrozar el planeta por indiferencia y negociados. De todo. Pero si algo –alguien– atravesó todos esos años, fue una especie de enloquecido y brillante señor que un día, como quien no quiere la cosa, se decidió a modificar la estupidez humana. Una quijotada, no hay duda. Y no en vano la palabrita deriva de su nombre, Quijote.

Todavía hay quienes dicen –y lo utilizan como argumento– que es sólo un personaje de ficción. Una invención del escritor Miguel de Cervantes. Pero, en realidad, no parecen estar muy equivocados los turistas japoneses que año tras año recorren la Mancha (infaltable cámara fotográfica en ristre y caras sonrientes), sacan instantáneas de los pocos molinos de viento que aún quedan en la Criptana y preguntan, escondiendo la sonrisa, poniéndose muy serios, dónde está la casa donde descansó Don Quijote.

Es que el famoso caballero andante sigue vivo. Aún cabalga en busca de entuertos que desfacer, aún intenta modificar la estupidez y aún va dejando –allí por donde pisa, allí por donde se lo lee– un poquito mejor al mundo. Quizás la frase más afortunada para definir sus aventuras y comprender su actualidad la esgrimió el mismo Cervantes al pensar cómo llegaría su novela al público: "Los niños la manosean, los jóvenes la leen, los adultos la entienden y los viejos la celebran".

Cervantes y Quijote, Quijote y Cervantes, ¿cómo separar uno de otro, cómo creer que no fueron el mismo? Lejos de los análisis críticos y cerca, muy cerca de los lectores –los lectores que en realidad lo leyeron y los lectores que escucharon sus aventuras–, el escritor mexicano Carlos Fuentes da en la tecla de esa unidad de dos al afirmar que “Cervantes, como Don Quijote, es un hombre capturado entre dos mundos: el viejo y el nuevo”.

PINTA TU ALDEA Y PINTARÁS EL MUNDO. Cervantes lo sabía. Y Don Quijote es un espléndido guía turístico con el que conocer España, la España del siglo XVII, demolida por el avance industrial británico y arrumbada en el rincón al que se iban destinando los trabajos manuales. Don Quijote conoce y muestra todas las clases sociales y las profesiones que habitan su tiempo. Ninguna se le resiste: prostitutas y puesteros, curas y boticarios, salteadores de caminos y nobles, agricultores de escasa tierra y ganaderos de tres ovejas. Y como en una suerte de temerario abordaje de la máquina del tiempo, esos mismos personajes pueden verse hoy, ayer, hace cien años o doscientos treinta. Son los mismos, con las mismas virtudes y defectos, con los mismos sueños y frustraciones, con el mismo afán de dinero, salud y un poco, un poquito aunque sea, de afecto.

Como dijo el escritor español Manuel Vicent: "Alonso Quijano vive todavía. Es un solterón vestido de gris con caspa en las hombreras, votante del Partido Conservador y beato de misa de doce los domingos, suscrito al Abc y a una revista taurina, con una renta mediana de tierras para labranza que ha invertido en bonos del Tesoro". Y agrega: "Pero resulta que ese Alonso Quijano de hoy, un día se cansa". O como pintó otro español cervantino, José Sacristán, a su sociedad: "Somos unos Quijotes que, al haber entrado en la Unión Europea y sus negociados espurios, nos callamos porque tenemos, todavía, la boca llena". Y en las dos afirmaciones se deja entrever que poco falta para que esos Quijotes se levanten, tomen sus escasas armas y resuelvan de una vez la razón de todos los conflictos.

Es que el tema del Quijote es la libertad. El Quijote es un canto a la libertad. Como señala Mario Vargas Llosa: "Conviene detenerse un momento a reflexionar sobre la famosísima frase de don Quijote a Sancho Panza: 'La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres'. Detrás de la frase, y del personaje de ficción que la pronuncia, asoma la silueta del propio Miguel de Cervantes, que sabía muy bien de lo que hablaba. Los cinco años que pasó cautivo de los moros en Argel, y las tres veces que estuvo en la cárcel en España por deudas y acusaciones de malos manejos cuando era inspector de contribuciones en Andalucía para la Armada, debían de haber agudizado en él, como en pocos, un apetito de libertad y un horror a la falta de ella, que impregna de autenticidad y fuerza a aquella frase y da un particular sesgo libertario a la historia del Ingenioso Hidalgo".

ANTE EL LIBRO. "La verdad estética de Don Quijote –señaló el crítico Harold Bloom– es que, al igual que Dante Alighieri o Shakespeare, hace que el lector se enfrente de manera directa a la grandeza. Si tenemos dificultades para comprender la búsqueda de Don Quijote, sus motivos y lo que desea, es porque nos enfrentamos a un espejo que nos produce reverencia incluso mientras cedemos al placer. Cervantes siempre está más adelante que nosotros –simples y disfrutadores lectores– nunca podemos darle alcance.

Fundador de la novela moderna, El Quijote utiliza todos y cada uno de los matices, guiños, astucias, recursos y trampas que se harán uso y costumbre desde su aparición hasta nuestros días. Cervantes le habla al lector, lo transforma casi en un personaje más y, fundamental, lo hace cómplice de la narración. Cervantes, en un endiablado juego de ficción, realidad y vuelta a la ficción para volver a empezar, hace que sus personajes, ya en la segunda parte de la novela, sean lectores de la primera. Cervantes sienta las bases para lo que mucho tiempo después se conocería como "palimpsesto": esa extraña y fructífera acción narrativa de escribir un texto sobre otro texto ya escrito. Para ello inventa un escritor, el historiador árabe Cide Hamete Benengeli, que muchos años antes que él, redactó las aventuras de un cristiano llamado Alonso Quijano. Claro: el mismísimo Quijote. Y Cervantes sublime mentiroso, hace que copia o traduce o reformula esas historias.

"Aunque no lo sepan –señala Vargas Llosa, alguien que, a pesar de su manera de pensar la política, sin dudas conoce bastante de literatura–, los novelistas contemporáneos que juegan con la forma, distorsionan el tiempo, barajan y enredan los puntos de vista y experimentan con el lenguaje, son todos deudores de Cervantes."

Y a pesar de la multiplicidad de estudios que se realizaron sobre la obra cumbre de Cervantes, El Quijote parece dispuesto de tal manera que evoluciona día tras día, dejando atrás cada uno de esos análisis. Cada año, con cada suceso, por mínimo que parezca, las aventuras del Hidalgo Caballero dejan un punto de vista diferente. Cambian las estéticas, cambian los valores que privilegia cada cultura y El Quijote sigue señalando un rumbo nuevo. Una de las actitudes más destacadas que señalan la genialidad de Cervantes está en la solución del problema crucial de todo novelista: ¿quién va a contar esta historia? "La respuesta que Cervantes dio a esta pregunta –sigue Vargas Llosa– inauguró una sutileza y complejidad en el género que todavía sigue enriqueciendo a los novelistas modernos". Al mismo tiempo, logra que cada nueva obra cumbre deba, de manera irremediable, ser leída a la luz de la suya. Es decir: ¿cómo leer el Ulises, de Joyce; Madame Bovary, de Flaubert; En busca del tiempo perdido, de Proust; Rayuela, de Cortázar; Cien años de soledad, de García Márquez, o los cuentos de Borges sin la luz del Quijote?

En definitiva, como señala Christiane Zschirnt (filóloga e historiadora del arte, autora del soberbio compendio Libros. Todo lo que hay que leer): "Lo que resulta extraordinario de Don Quijote es que la literatura se convirtió en adulta con esta novela. Hasta entonces, nunca se había formulado la pregunta ¿ficción o realidad? Hasta el siglo XIX continuó la angustiosa duda acerca de si los lectores eran capaces de mantener la separación. El problema se centró en las novelas de amor, lo que resulta muy cercano, ya que es preciso haber leído sobre el amor antes de poder contrastar nuestras expectativas con la realidad. Por esta razón, en los siglos XVIII y XIX se objetaba que las mujeres jóvenes accedieran a la lectura de esas novelas. Se temía que pudieran confundir su sentido de la realidad. Esto hoy suena absurdo, pero, a cambio, nos enfrentamos al problema de si los espectadores de cine y televisión son capaces de distinguir entre las películas o las telenovelas y la vida real". ¿Qué tiene que ver con ello el Quijote? Bueno: todo.

PERSONAJE. Héroe de mil andanzas, perdedor magistral, vigente como pocos, Don Quijote es la puerta de entrada y salida de los últimos cuatrocientos cinco años. Por él se llega a la verdad, por él se sale a las novedades. Por él se aprende y de él se sacan las más maravillosas conclusiones sobre el real sentido de la vida.

Y si pasaron cuatro siglos y cinco años desde aquella primera edición española de 1605 –los primeros libros, aparecidos en enero de ese año tenían una falla que fue remediada en la del 9 de mayo–, y si pasaron toda las cosas que pasaron en ese tiempo, y el Quijote sigue despertando la curiosidad de grandes y chicos, políticos y empleados, amas de casa y publicistas, unos/as y otros/as, no cabe duda que es porque en él se conjugan los mejores anhelos y las peores miserias de cada ser humano (lector o no lector). Cada ser humano que es un Quijote en miniatura, pero Quijote al fin, de cada día. Una lección que brindó, no podía ser de otra manera, Cervantes con su obra. Una obra que, a pesar del halo de inmortalidad intelectual, o quizá debido a ello, es tan simple y accesible como una buena historia. Esas que se les leen a los chicos antes de dormir.

O como señala un gran escritor argentino, Héctor Tizón: "La peor actitud que se puede tener antes de abordar El Quijote es el temor reverencial. El Quijote no fue escrito para un público de eruditos, sino para los millones de lectores que el libro viene teniendo desde que se editó hasta ahora: la gente común".

Fuente: Diagonales

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