viernes, 7 de mayo de 2010

El Malba homenajea a Carlos Gallardo

Destiempos XV

La Forastera

Homenaje al artista, con la presentación de un conjunto de obras inéditas de su producción más reciente. Se exhiben cuatro series de fotografías que realizó entre los años 2007 y 2008.

Por Cristina Civale

Un homenaje merecido al artista multifacético Carlos Gallardo (Buenos Aires, 1944 – 2008) tiene lugar en el Malba por estos días. Gallardo falleció inesperadamente en un accidente automovilístico mientras preparaba estos ensayos que hoy podemos recorrer gracias a la decisión del Eduardo Constantini, director del Malba, y al aporte del compañero de su vida, el coreógrafo Mauricio Wainrot, que fue quien aportó el acervo con el que se diseña la muestra fotográfica curada por la crítica Mercedes Casanegra.

Pero en el inicio, no todo fue fotografía. Así es, en la década del 80, Gallardo empezó a trabajar en el campo del diseño y realizó inolvidables afiches para el Teatro General San Martín. Más tarde, a pesar del enorme reconocimiento que tuvo como diseñador gráfico, abandonó esta actividad para dedicarse a la pintura. El desarrollo de su producción estuvo atravesado por los distintos países en los que vivió: Canadá, México, Bélgica, Chile y, por supuesto, Argentina. Esta itinerancia a la que se sumaba la lejanía de la “patria”, constituyeron uno de los factores que lo impulsaron a reflexionar sobre los recuerdos y la historia.

Sus obras reconstruyen el pasado y permiten que aflore una suerte de inventario de conocimientos en donde se cruzan tanto referencias estéticas, como también planteos provenientes de la arqueología, la historia y la psicología.

Gallardo construyó sus trabajos a partir de soportes y objetos muy originales. Desde un viejo buzón, calendarios, cartas y fotos antiguas hasta postales, cajas y máquinas abandonadas. El empleo de estos objetos –que implicaron una carga afectiva y metafórica ya que fueron rescatados en los distintos lugares donde residió-, y el impulso inevitable de crear una obra visual narrativa, le permitieron puntualizar, casi obsesionarse, con algunos interrogantes filosóficos básicos.

Para el artista, tanto sus cuadros-objeto como sus instalaciones constituyeron un modo de interrogarse sobre las constantes existenciales: el ser, el tiempo, la memoria y la despersonalización del hombre contemporáneo. Las problemáticas que aparecieron con mayor intensidad en su obra fueron el tiempo y el poder, y las dos surgieron de los choques ruidosos entre memoria e identidad individual y colectiva.

En el museo se presenta un conjunto de obras inéditas de su producción más reciente a través de cuatro series de fotografías que el artista realizó entre los años 2007 y 2008: Theatrum mundi, Vestigio (Errancias), Erratum y (Destiempos).

Todas ellas tienen un eje común, implican una reflexión sobre el tiempo y la memoria, esos temas vuelven una y otra vez en toda su obra que abarca un amplio arco: desde producciones gráficas, escenografías, vestuarios, videos y fotografías.

Lo que puede apreciarse en el Malba comprende una serie de cuatro ensayos fotográficos más un video sin fin con gran parte del resto de su producción no fotográfica.

“Estas series poseen un clima de raíz existencial –afirma Casanegra-, esa idea de que los seres humanos fuimos lanzados a la existencia. No es a la belleza del mundo a lo que remite la obra de Carlos Gallardo, sino a la fugacidad de lo que está detrás de las imágenes en apariencia estáticas. Esa sensación de hermetismo, de dificultad de interrogar las escenas”.

La obra de Carlos Gallardo como artista visual pasó por muchas etapas y el empleo de la fotografía se fue incorporando de manera paulatina, hasta volverse autónomo, como en las cuatro series de esta exposición, que dan cuenta de varias modalidades propias de su trabajo.

“El artista vivió muchos años fuera de su país, y ésta es una de las razones por las cuales se sentía un errante y tantas obras suyas pueden tener ese carácter de lo errabundo”, explica la curadora. En palabras del propio Gallardo: “El archivista que soy se ha convertido en un basurero que recoge por las calles del mundo todo vestigio de memoria…”.

Las series Vestigio (Errancias), Theatrum mundi y Erratum se ubican en el mismo escenario: el viejo puerto de Amberes, un lugar que el artista visitaba frecuentemente por su proximidad con la sede del Ballet Real de Flandes, donde trabajó durante largo años junto a Wainrot.

Según Casanegra, en las escenas del puerto de Amberes, “el tiempo y el espacio fueron apresados en la materia estática, perenne. No es la belleza lo primordial; hay fugacidad acumulada, contundencia. Paradójicamente, esa economía de medios expresiva se hace abismal, se vuelve casi metafísica”.

En Vestigio (Errancias) —obras de gran formato—, su mirada desnuda en primeros planos ciertos elementos del puerto que se vuelven monumentales por la proximidad atrevida de su cámara que hurga, y denotan el semiabandono o la nostalgia de una actividad que fue.

En Theatrum mundi, se pueden apreciar imperceptibles intervenciones a través de la distribución en cada fotografía de pequeños muñecos de forma humana en diversas actitudes de la vida cotidiana. Estas obra sí se convierten en sutiles collages que les cambian el signo a las imágenes. El hombre está allí y rompe con sus colores el vacío de un paisaje monocromo.

En Erratum, Gallardo armó series de tres, cuatro y hasta cinco fotografías a las cuales les superpuso versos del artista Hugo Mujica. Los versos marcan una secuencia narrativa ya que Gallardo eligió cada frase para constatar y confirmar una cierta analogía de la palabra con la imagen fotográfica. Por fin, la serie (Destiempos) plantea otra estrategia de trabajo. En ella Gallardo construyó las escenas teatralmente pero en una escala diferente. Empleó cajas de baquelita con los meses y días del año impresos con viejos sellos que él mismo encontró entre los restos del antiguo Correo Central de Buenos Aires y a esto le sumó de engranajes de relojería. “En estas cuatro series, se hace oportuna la afirmación de que Carlos Gallardo buscaba en la memoria colectiva —diseminada en paisajes y objetos— respuestas al sentido del tiempo”, concluye la curadora. Una búsqueda que comenzó desde que el hombre se paró en dos patas y que todavía continúa, probablemente sin encontrar una respuesta satisfactoria.

Fuente: Asterisco

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