lunes, 10 de mayo de 2010

El amor, atravesado por las miserias

CINE. CARANCHO, DE PABLO TRAPERO, UN FILM CRUDO QUE NO DA RESPIRO NI HACE CONCESIONES

Con las actuaciones del actor ícono del cine argentino, Ricardo Darín, y de Martina Guzman (Leonera), la historia se centra en un abogado al acecho de víctimas de accidentes de tránsito. Una mirada escéptica sobre las instituciones.

Si hay un actor que identifica hoy al cine argentino es Ricardo Darín, y ahí están sus films. En los últimos años es el actor que más presencia ha tenido en la pantalla y su campo profesional se ha extendido a otros países como España y Chile, entre otros. A la hora de empezar un rodaje, el nombre de Darín comienza a ocupar lugares destacados en medios periodísticos y hoy es el actor ícono con quien la mayor parte de los directores desean filmar. En pocos días se estrena El baile de la victoria, sobre libro de Antonio Skarmeta y bajo la dirección de Fernando Trueba. En el film que se ha dado a conocer este semana, su personaje, de apellido Sosa, marca un puente con el que compuso en el controvertido (para quien escribe esta nota) y taquillero film de Fabián Bielinsky, Nueve reinas.

Darín compone una vez más a un personaje corrupto, ahora atento a organizar la próxima emboscada respecto de los accidentes de tránsito, buscando a los necesitados y sellando pactos ominosos con hombres de la policía y de las aseguradoras. Sin escrúpulo alguno (cómplice por su silencio como lo era sobre el final del sobrevalorado y multipremiado film de Campanella El secreto de sus ojos), se lanza como un ave de rapiña sobre la próxima víctima, a quien no duda en fracturarle -literalmente, fracturarle- una de sus piernas.

En la línea de un golpeante realismo, con un impacto que deja sin aliento, el film de Pablo Trapero no hace concesiones a situaciones complacientes y de fácil resolución amorosa. En Carancho, film que nos vuelve a presentar a Martina Guzmán, la esposa del realizador, tras su actuación en Leonera, no hay respiro. En un clima asfixiante, del ámbito bonaerense, el barro se puede tocar con las manos y la sangre nos alcanza.

Podemos reconocer en el último film de Trapero, de quien particularmente este crítico elige El bonaerense, una adscripción al llamado policial negro; pero no por ello cercano a La señal sobre proyecto involuntariamente interrumpido de Eduardo Mignogna y concluido por el propio Darín. Aquí es cine negro en estado puro, basado en una nota que funciona a manera de crónica y de epígrafe, en relación con los negociados que algunos accidentes de tránsito desencadenan.

El personaje que compone Darín está al acecho. Un día se cruzará con una joven doctora que actúa en casos de emergencia. No será sólo ese día sino que el reencuentro en situación similar se producirá días después. Y pese a sospechas y rechazos se abrirá entre ellos una historia de amor. Personajes desesperados, solitarios, marcados por una orfandad, son los que transitan este film que nos lleva a recorrer en opacos y cerrados planos guardias médicas y seccionales de policía. Y tras una fachada de ayuda y socorro para víctimas de accidentes de tránsito, Sosa manipula operaciones espúreas que nos hacen sentir el peso, el golpe directo, una vez más, de conductas mafiosas.

A diferencia de El secreto de sus ojos, el film de Trapero no está modelado sobre el programa de un guión standard que especula con situaciones que garantizan el aplauso: ni estadios de fútbol, ni genitales en plano detalle, ni regodeo en situaciones morbosas. Y pese a su lacerante corte, que sentimos con el filo del mismo acero, el efecto de shock viene de un clima asfixiante y opresor del acercamiento a una realidad que nos espanta.

Su cine es un cine físico, en el que el contacto con el cuerpo golpeado, herido o mutilado deviene pura acción dramática. Y ese lugar, lindante con lo irreversible de un mundo trágico, lo lleva a Trapero a poner entre comillas la propia posibilidad de la justicia. Si en El secreto de sus ojos el personaje de Darìn no recurre a la Justicia, tras haber presenciado sí un acto de justicia por mano propia, cerrando literalmente las puertas a lo que acaba de presenciar, es porque su director dio un salto por encima de ello, con miras a resolver de manera conciliadora una historia de amor. Mientras que en el film de Trapero, lo que se percibe -y lo que nos lleva a reflexionar- es que hay una mirada escéptica sobre la acción de la ley, sobre la credibilidad de la justicia.

Pero lo que realmente hoy debe inquietarnos es cómo aún en dos films que presentan una propuesta ideológica y narrativa tan diferentes se descree del funcionamiento de las instituciones; sin que en ninguno de los dos se presente algún tipo de situación que abra un espacio de posibilidades en el campo de la ley, en relación con lo que un espacio democrático ofrece y permite y por ende debe garantizar.

Carancho. 8 (ocho) puntos.

Argentina, 2010.

Dirección: Pablo Trapero

Guión: Pablo Trapero, Martin Mauregui, Alejandro Fadel y Santiago Mitre.

Fotografía: Julián Apezteguía.

Intérpretes: Ricardo Darín, Martina Guzmán, José Luis Arias, Fabio Ronzano, Carlos Weber, José Espeche.

Duración: 107 minutos.

Fuente: Página 12

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