domingo, 23 de mayo de 2010

Carlos Perciavalle dirige y coprotagoniza esta obra de Diana Raznovich, que no perdió vigencia.

EN POSE PERCIAVALLE, JULIÁN LA BRUNA Y GUILLERMO GILL: SOLOS SOBRE EL ESCENARIO.

CRITICA: "JARDIN DE OTOÑO"

Solteronas, y con mucho apuro...

Por: Rafael Granado.Especial para Clarín

Clima de café-concert, con el público ubicado en mesas redondas en vez de butacas. El tono perfecto para Carlos Perciavalle, uno de los cultores iniciales de ese entrañable género teatral que cautivó a la gente a partir de finales de la década del '60. Claro que ahora, sobre el escenario, va a meterse en el personaje de una obra que cuenta una historia, y no hará monólogos o sketches.

Se trata de Jardín de otoño, de la autora argentina Diana Raznovich, que en un principio fue Marcelo, el mecánico (1978), con un elenco que integraron entonces Rosa Rosen, Irma Córdoba y Claudio Levrino. Con algunos arreglos y la modificación del título volvió a la escena porteña en 1983, y desde entonces siguió su ruta a través de diferentes puestas.

La historia describe a dos mujeres mayores y solteronas, Rosalía y Griselda, que conviven desde hace veinte años, y cuyas horas grises se abren un poco cuando ven su telenovela preferida, que retrata las peripecias de Marcelo, un muchacho pintón, que trabaja en un taller mecánico.

Ambas protagonistas se pelean, se reconcilian, y solamente sienten que las invade un aire fresco al ver a su héroe, del que se han enamorado. Un día deciden secuestrarlo, y cuando lo tienen en su casa, le exigen que represente para ellas su prototipo de la tele. Además, lo acosan sin darle tregua, empujadas por su obsesiva pasión.

Sin haber perdido nada de vigencia, la línea argumental de Jardín de otoño recorre el camino de las frustraciones, del desencanto, de fugaces esperanzas. Asimismo, los escurridizos límites de ficción y realidad, y la influencia de una TV que puede perturbar ¿y tomar de rehenes? a los espectadores, se alzan como significativos aspectos narrativos.

Y si bien este panorama resulta de por sí interesante, la pieza amplía sus reflexiones (no exentas de humor) al aparecer el galán y desmontar el conflicto entre la fama soñada y la posibilidad de que la popularidad alcanzada se convierta en una carga. A la vez, el costado frágil del actor asoma en sus instantes de miedo, en su llanto cuando intenta desprenderse de sus fanáticas secuestradoras.

El montaje escénico, responsabilidad del mismo Perciavalle, se ajusta a las atmósferas requeridas, con ritmo dinámico. En su labor interpretativa, en cambio, como Rosalía desborda con frecuencia, cayendo en el grito: es conveniente que baje los decibeles. En contraposición, sus gestos de angustia y las sonrisas que lo reaniman, que transmite sin palabras, son elocuentes, valiosos.

Guillermo Gill anima a Griselda con recursos expresivos medidos, en una composición pareja. Por su lado, Julián La Bruna le otorga al ídolo atrapado los matices exactos de supuesto coraje e insoslayables temores.

Próximo el desenlace, una frase de Rosalía resume con fidelidad el espíritu de esta obra, después de besar al ídolo: "Ahora tengo recuerdos". Por un segundo, su soledad se ha diluido, es libre.«

La ficha

Jardín de otoño

com Autor Diana Raznovich Direccion Carlos Perciavalle Elenco Carlos Perciavalle, Guillermo Gill, Julián La Bruna sala Teatro Moliére (Balcarce 678)

Buena

Fuente: Clarín

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