El coreógrafo subraya que en su montaje de la pieza de Alberto Ginastera, que será interpretada por el Ballet Estable del Teatro Argentino de La Plata, “aparecen los festejos por ser argentino, pero también nuestra actualidad, una realidad que es dolorosa”.
Por Alina Mazzaferro
El Teatro Argentino de La Plata también festeja el Bicentenario y, como no podía ser de otra manera, además de la ópera Ainadamar, de Osvaldo Golijov (ver aparte), mañana, el viernes y domingo presentará la obra coreográfica Estancia, de Alberto Ginastera, en versión de Carlos Trunsky, interpretada por los integrantes del Ballet Estable de ese coliseo que dirige Rodolfo Lastra. Cuando al creador de Voraz, Saña e Incandescente lo convocaron para ser el responsable del montaje de esta pieza con rasgos tan autóctonos con motivo de los festejos patrios, no pudo más que quedar perplejo: “En principio dudé, porque la verdad es que no es la obra que hubiese elegido –confiesa–. Ni los rasgos folklóricos ni de tango me atraen demasiado y, sobre todo, este despliegue repentino de tanta argentinidad por los festejos del Bicentenario me genera urticaria. De pronto, todo el mundo se acuerda de que es argentino por el fútbol o por toda esta manija que hay por los doscientos años. En seguida me di cuenta de que si esto me generaba tantos problemas en mi interior era porque tenía algo para decir y me puse a trabajar”.
–¿Y cómo abordó esa tarea?
–Me encontré con una obra particular, musicalmente hermosa y en ese sentido es un lujo poder trabajar con esta pieza icónica de la música argentina. Elegí de la partitura original las ocho danzas y descarté los interludios vocales, que están hechos por un barítono que canta versos del Martín Fierro. Esas partes eran demasiado folklóricas, sólo podrían ser interpretadas genuinamente por una compañía de folklore, de otra manera te queda una obra for export. Entonces reemplazamos esos interludios por unos pasajes del Martín Fierro dichos de un modo más austero. Son palabras o frases sueltas que hablan de lo social y que resuenan en la actualidad. Ese tipo de frases que andan circulando todos los días por doquier y uno no sabe nunca de dónde vienen.
–¿Qué es lo que lo incomodaba de las versiones anteriores de Estancia?
–La obra fue escrita en 1941 para ser estrenada en Nueva York con la intención de hablar de una Argentina que era el “granero del mundo”. Para mí, la Argentina nunca terminó siendo tal cosa, porque aunque vendía mucha materia prima también tenía una población con hambre. Hoy pasa lo mismo, por eso me cuesta hablar de ese “granero del mundo”. Estos aspectos me llevaron a plantear esta versión de Estancia en la que aparecen los festejos por ser argentino –esa alegría que también comparto porque yo elijo vivir acá–, pero también nuestra actualidad, una realidad que es dolorosa. Estas contradicciones están presentes en este trabajo. No es una obra feliz, de puro festejo por el Bicentenario, porque no considero que éste sea un momento plenamente feliz para el país, a pesar de que llevemos ya doscientos años. Ofrezco una mirada crítica; de todos modos esto es danza y no un tratado. La coreografía no tiene el poder de la palabra, pero tiene otros poderes.
–¿Cómo fue trabajar con el Ballet del Teatro Argentino de La Plata?
–Es la primera vez que monto algo para esta compañía y fue hermoso. Todo el teatro funciona muy bien, todo marcha sobre ruedas. Armé la obra para dos elencos de treinta y tres bailarines cada uno. Además, hay un tercer elenco de solistas que se alternan. Es una compañía muy buena.
–Usted viene del clásico, pero su lenguaje como coreógrafo es muy contemporáneo. ¿Se permitió algunas licencias coreográficas al trabajar con un ballet de estirpe clásica?
–En mi camino, la danza clásica fue una de mis madres, con lo cual me es fácil adaptarme a una compañía de ballet. Esta es una pieza que tiene fundamentalmente elementos clásicos, algunos contemporáneos y esbozos o citas de folklore, aunque no hay ningún elemento folklórico real, sino una cierta energía de malambo en el final. Mi Estancia es una obra contemporánea aunque la contemporaneidad de esta obra no pasa por el movimiento, sino por su concepción, por el modo en que ha sido ideada.
–La versión más recordada de Estancia en Argentina es la de Oscar Araiz. ¿Tuvo que revisar ésa u otras versiones?
–No, directamente me enfoqué en mi visión de la obra. Estancia fue trabajada por millones de coreógrafos, pocos en Argentina pero muchos afuera. Hay venezolanos e incluso orientales que han montado su Estancia. Hace poco se estrenaron dos o tres versiones en Estados Unidos, una de ellas reemplazó a los gauchos por cowboys. Es decir, esta obra se ha hecho de mil maneras. Las argentinas fueron las de Michel Borowsky (que no sé cómo fue), la de Araiz (que es mi maestro) y algunas otras más. Lo que más se ha hecho fue la Suite de cuatro danzas. Además, todo ballet folklórico montó el malambo final de la obra. La obra completa solamente se hizo en el estreno.
De hecho, Estancia fue compuesta por Ginastera en 1941, tras el encargo de Lincoln Kirstein, un promotor artístico norteamericano, con el objeto de que George Balanchine montara con ella una coreografía. La Segunda Guerra Mundial frustró los planes y Balanchine nunca ideó una coreografía para tal pieza musical. Finalmente, en 1943 se estrenó en Buenos Aires un fragmento de la obra –una suite de cuatro danzas–, y en 1952 pudo verse la primera presentación completa del ballet en el Teatro Colón, con coreografía de Michel Borowsky. Desde entonces Estancia ha dado pie a numerosas versiones, algunas muy recordadas, como la de Araiz de 1966, también en el Colón, con motivo del 150º aniversario de la declaración de la independencia nacional.
Fuente: Página 12
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