Crítica Sinfónica Nacional. Otra vez en Belgrano, con una gran actuación.
Por: Federico Monjeau
Tal vez por simple automatismo, tal vez por no haber leído con la debida atención la gacetilla, lo cierto es que el cronista llegó al Auditorio de Belgrano a la hora acostumbrada, más o menos 20.15, pensando que todavía faltaban quince minutos para el concierto de
En fin, este comentario no puede dar cuenta de la primera obra del programa, la Passacaglia de Rodolfo Arizaga, de la que sólo se oyeron los últimos compases, pero sí de la obra de fondo: la Sexta sinfonía de Mahler, un desafío a gran escala (que, sin hacer aquí de la necesidad virtud, es como un programa completo: la Sexta tiene tal densidad que ya se la toca como única obra en todas partes).
La presente versión fue envolvente desde los primeros compases del Allegro, que Calderón tomó con
Hacía tiempo que no se oía una cuerda tan trabajada y tan pareja, pero la Sinfónica destacó en todos los frentes, e incluso el bruckneriano coral de metales de la coda se oyó con exquisita morbidez. Lamentablemente los cencerros ("los últimos sonidos terrenales que oye el espíritu que parte", decía Mahler) se perdieron un poco dada la precariedad de la caja acústica, que sólo cubrió la parte trasera del escenario y dejó los laterales desprotegidos. Pese a todo, el Auditorio de Belgrano es prácticamente la "casa" de la Sinfónica y, a juzgar por lo que se oyó en esta apertura, el retorno al hogar después de dos años de deambular por cualquier lado a los músicos les sentó de maravilla.
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