La carrera de muralismo se reabrió en Bellas Artes hace cuatro años, luego de que fuera cerrada por la última dictadura militar. Relatos en piedra, mosaico y cerámica
Mientras hacía su tesis, para recibirse de una carrera que ese mismo año -1976- quedaría cerrada, Cristina Terzaghi no imaginaba que, exactamente tres décadas después, su larga lucha por reabrirla rendiría frutos, y ella misma se convertiría en la titular de Muralismo y Arte Público en la Facultad de Bellas Artes de la UNLP.
Desde que comenzó a estudiar, en el ‘71, esta muralista platense asegura que quedó “ligada a la facultad para siempre”, cada vez más comprometida con esta manifestación artística de grandes dimensiones, que va tomando vida frente a los ojos de toda una sociedad y que siempre -y esto es condición sine qua non- cuenta una historia.
Ya sea desordenado, de atrás para adelante, o con metáforas, el relato siempre está allí, combinando dibujos, grabados, pinturas y palabras.
Y de aquella dolorosa declaración de carrera “extinta” con que la última dictadura militar bajó la persiana del arte mural en la facultad, Cristina rescata algo por demás positivo: descubrir el verdadero valor que tiene el arte. “Si no tuviera peso fuerte en la sociedad, el gobierno de facto no se habría preocupado por cerrar no una, sino dos carreras de Bellas Artes”, refiere, con gran satisfacción, en una charla con Hoy. Es que, aparte del arte del mural, en el ‘76 también se cerró Cinematografía, que luego también se reabriría con el nombre de Comunicación Audiovisual.
Y las tres décadas que pasaron en el medio fueron el tiempo necesario para que se geste una nueva concepción del rol del arte en la sociedad. “Las anteriores autoridades académicas no terminaban de convencerse de reabrir la carrera, y yo estaba rodeada de gente que quería que eso sucediera, así que fui juntando adhesiones, hasta que pude dictarla como cátedra libre en 2005. Al año siguiente, por fin, quedó abierta oficialmente”, cuenta Terzaghi, y subraya un dato: la carrera se reinauguró justo treinta años después de su cierre, la misma cantidad de años que se cumplían desde la instauración de la última y más nefasta dictadura militar argentina.
“Estoy muy orgullosa de pertenecer a esta gestión en la facultad, porque el cambio que hubo ahora es el que yo quería en los ‘70: que el arte llegue a todos lados, que deje de ser de élite, o un mero adorno”, señala la artista.
Un repaso por los más de 80 murales en los que ha participado, algunos fuera del país, permite comprobar ese cambio del que habla Cristina. Las problemáticas de los desaparecidos, asesinados y exiliados, y sus familiares; la realidad de los discapacitados; o el día a día de los internos de una cárcel, son algunas de sus temáticas más recurrentes, y que evidencian que, lejos de ser el decorado de una calle, el mural expresa las emociones, miedos, inquietudes y esperanzas de las almas que están allí vertidas.
“Mientras que una pintura sería una instantánea, el mural es la película entera” compara Cristina, advirtiendo que no pretende desmerecer a otras representaciones plásticas. Y el parangón continúa: “Cuando uno pinta o dibuja en su casa, y luego lo expone, lo regala o lo vende, en definitiva no sabe quién o quiénes serán sus destinatarios. En cambio, lo que tiene el mural es que ya hay otro que te mira trabajar, y uno empieza a hacerlo con un gran ojo social que lo observa”.
Como no se vende ni se compra, Cristina define al mural como una “inversión cultural”, y no duda en asegurar que lo mejor que le puede pasar a quien se dedica a este arte, es que el público se adueñe de la obra, y ésta trascienda más allá del artista. En el muro se cuenta un relato que debe tener introducción, nudo y desenlace. Cada uno que lo mire entiende la historia como le parece, y es allí donde reside el enorme poder de la libre interpretación.
Mercedes Benialgo
Fuente: Hoy
Mientras hacía su tesis, para recibirse de una carrera que ese mismo año -1976- quedaría cerrada, Cristina Terzaghi no imaginaba que, exactamente tres décadas después, su larga lucha por reabrirla rendiría frutos, y ella misma se convertiría en la titular de Muralismo y Arte Público en la Facultad de Bellas Artes de la UNLP.
Desde que comenzó a estudiar, en el ‘71, esta muralista platense asegura que quedó “ligada a la facultad para siempre”, cada vez más comprometida con esta manifestación artística de grandes dimensiones, que va tomando vida frente a los ojos de toda una sociedad y que siempre -y esto es condición sine qua non- cuenta una historia.
Ya sea desordenado, de atrás para adelante, o con metáforas, el relato siempre está allí, combinando dibujos, grabados, pinturas y palabras.
Y de aquella dolorosa declaración de carrera “extinta” con que la última dictadura militar bajó la persiana del arte mural en la facultad, Cristina rescata algo por demás positivo: descubrir el verdadero valor que tiene el arte. “Si no tuviera peso fuerte en la sociedad, el gobierno de facto no se habría preocupado por cerrar no una, sino dos carreras de Bellas Artes”, refiere, con gran satisfacción, en una charla con Hoy. Es que, aparte del arte del mural, en el ‘76 también se cerró Cinematografía, que luego también se reabriría con el nombre de Comunicación Audiovisual.
Y las tres décadas que pasaron en el medio fueron el tiempo necesario para que se geste una nueva concepción del rol del arte en la sociedad. “Las anteriores autoridades académicas no terminaban de convencerse de reabrir la carrera, y yo estaba rodeada de gente que quería que eso sucediera, así que fui juntando adhesiones, hasta que pude dictarla como cátedra libre en 2005. Al año siguiente, por fin, quedó abierta oficialmente”, cuenta Terzaghi, y subraya un dato: la carrera se reinauguró justo treinta años después de su cierre, la misma cantidad de años que se cumplían desde la instauración de la última y más nefasta dictadura militar argentina.
“Estoy muy orgullosa de pertenecer a esta gestión en la facultad, porque el cambio que hubo ahora es el que yo quería en los ‘70: que el arte llegue a todos lados, que deje de ser de élite, o un mero adorno”, señala la artista.
Un repaso por los más de 80 murales en los que ha participado, algunos fuera del país, permite comprobar ese cambio del que habla Cristina. Las problemáticas de los desaparecidos, asesinados y exiliados, y sus familiares; la realidad de los discapacitados; o el día a día de los internos de una cárcel, son algunas de sus temáticas más recurrentes, y que evidencian que, lejos de ser el decorado de una calle, el mural expresa las emociones, miedos, inquietudes y esperanzas de las almas que están allí vertidas.
“Mientras que una pintura sería una instantánea, el mural es la película entera” compara Cristina, advirtiendo que no pretende desmerecer a otras representaciones plásticas. Y el parangón continúa: “Cuando uno pinta o dibuja en su casa, y luego lo expone, lo regala o lo vende, en definitiva no sabe quién o quiénes serán sus destinatarios. En cambio, lo que tiene el mural es que ya hay otro que te mira trabajar, y uno empieza a hacerlo con un gran ojo social que lo observa”.
Como no se vende ni se compra, Cristina define al mural como una “inversión cultural”, y no duda en asegurar que lo mejor que le puede pasar a quien se dedica a este arte, es que el público se adueñe de la obra, y ésta trascienda más allá del artista. En el muro se cuenta un relato que debe tener introducción, nudo y desenlace. Cada uno que lo mire entiende la historia como le parece, y es allí donde reside el enorme poder de la libre interpretación.
Mercedes Benialgo
Fuente: Hoy
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