Hedwig and the angry inch, de John Cameron Mitchell y Stephen Trask. Con Germán Tripel, Florencia Otero, Valeria Rosé Cholvis, Rigo Quesada, Santiago Greco y Osvaldo Tabilo. Vestuario: Sol Canievsky. Iluminación: Sandro Pujía. Sonido: Rodrigo Lavecchia. Coaching actoral: "Mosquito" Sancinetto. Dirección musical: Gaby Goldman. Dirección: Martín Alomar y Angeles Pourteau. En The Roxy.
Nuestra opinión: regular
Hedwig, la maravillosa criatura creada por John Cameron Mitchell, es una reventada (si se me permite el término). Una mujer (en realidad, un hombre convertido en mujer) que se ha fumado todo el punk, que se ha tomado todo el glam rock y que se ha acostado con unos, con otros y con todos en noches de furia. Por eso, cuesta creer que, en la versión local, esté todo el tiempo acomodándose la pollera porque ella, seguramente, nunca repararía en esas cosas.
Con su banda, Hedwig va de un sucucho de mala muerte a otro contando su desbocada y poética historia de (des)amor. Por eso mismo, cuesta creer que tenga tiempo (y disciplina) para ir al gimnasio a tornar sus biceps y sus triceps. En la versión cinematográfica, su compañero (en realidad, como ella, otro exponente de lo transgénero) recién al final uno se da cuenta que es ella. Acá, no. Por eso, cuesta tanto creer a ese desdibujadísimo personaje a cargo de Florencia Otero.
Germán Tripel, y esto sí hay que reconocerlo, la pelea (como la misma Hedwig). Hasta supo salir airoso de la cantidad de problemas técnicos que tuvo la función del domingo pasado. También ponen lo suyo la banda comandada por Gaby Goldman. Pero esos gestos quedan cortos, quedan como el molesto centímetro de su cuerpo producto de una mala operación de cambio de sexo que tan furiosa pone a Hedwig.
En realidad, ¿por qué haber pensando en Germán Tripel para componer a personaje tan complejo que requiere de un actor/bailarín/cantante capaz de ponerse las mejores pelucas, subirse a unos tremendo tacos, saltar desaforadamente por el aire y llenar de vida (y de ternura) a esta diosa freak?
Entonces, la cosa no cierra, se pone monótona y la magia inicial se va desvaneciendo.
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