domingo, 17 de mayo de 2009

Edipo Rey, una versión literariamente hermosa

Un elenco que sorprende
La puesta de Gonzalo Villanueva, en el Teatro del Abasto


Edipo Rey,
de Sófocles, traducción de Fernando Brieva Salvatierra. Adaptación: Melina Perelman y Gonzalo Villanueva. Elenco: Gonzalo Villanueva, Sergio Oviedo, Alicia Mezza, Alejandro Hodara, Sebastián Méndez, Federico Luján, Nicolás Sanmarco, Juan José Barocelli, Juan Sayes y Eva Matarazzo. Música: Félix Cristiani. Vestuario: Humberto Costa. Luces: Viviana Foschi y G. Villanueva. Movimientos corales: Vera García. Puesta en escena: Gonzalo Villanueva. Montaje y dirección de actores: Viviana Foschi. En el Teatro del Abasto, Humahuaca 3549. Los lunes, a las 21. Duración: 60 minutos.

Nuestra opinión: muy buena

Gracias al doctor Freud, que lo hizo protagonista de su teoría psicoanalítica más difundida, Edipo, el legendario rey de Tebas, se incorporó, a través de la tragedia de Sófocles (una de las siete que perduran del autor, sobre un total de ciento treinta), al elenco estable de arquetipos de la civilización occidental. Al margen de la interpretación freudiana, sin embargo, la historia de Edipo, contada en dos etapas (la segunda es Edipo en Colono ) por el dramaturgo griego, mantiene una vigencia comparable a la de su secuela más notoria, Antígona . Porque el tema fundamental de las tres obras es compañero inseparable de la andanza humana, desde las cavernas hasta hoy: la consecuencia funesta del poder ejercido ciegamente, sin atender a los mensajes ominosos de la realidad.

Así, ya será tarde cuando Edipo por fin entienda lo que el adivino ciego, Tiresias, y su cuñado, Creonte, le advierten: el rey mismo es culpable de la desolación que hostiga a su pueblo. Es el castigo por los crímenes que cometió sin conocer sus alcances: matar a su padre, Layo, y acostarse con su madre, Yocasta.

Convincente

Los griegos llamaban destino, o fatalidad, al implacable mecanismo de reparación, que los dioses -Apolo, en este caso- ejecutan sin piedad. Esta versión, literariamente muy hermosa, opta por dar al espectáculo un sello casi litúrgico, de ceremonia sagrada. Y lo consigue, entre otros rasgos valiosos, mediante una esencial austeridad, reflejada en el ámbito despojado y las ropas sombrías, con excepción de la reluciente vestimenta de Yocasta, como conviene a una reina semibárbara, y de la áurea máscara de un Apolo imponente.

A los actores se les solicita también una contención que no impide, en los momentos culminantes de la revelación, la convulsión y el grito frente al horror. Yocasta (una eficaz Alicia Mezza) se ahorca y con los alfileres de oro de su manto, Edipo se perfora los ojos. De heroico vencedor de la esfinge, declina a harapo sanguinolento: Gonzalo Villanueva asume dignamente el papel, sin más alardes histriónicos que los necesarios. Sergio Oviedo otorga serena templanza (y su magnífica voz) a un Creonte ecuánime, lejos de la habitual caracterización de villano. Puesto que nunca sabremos cómo se comportaba el coro en las puestas originales de las tragedias griegas, cada director contemporáneo propone su versión: esta, con algo de solemne danza ritual, es convincente. Para tomar en cuenta, un rasgo que no es común hoy en nuestros escenarios: a todos los actores se les entiende perfectamente.

Ernesto Schoo

Fuente: La Nación

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