TEATRO › LA EXPERIENCIA DE MONTAR CARAVAN, THE JAZZ MUSICAL
En una historia de divas y gangsters de los ‘40, de esas con mucho humo, alcohol, glamour y, sobre todo, la sensualidad del jazz, el cuarteto ultima los detalles a puro entusiasmo por el resultado de un equipo que sacó partido de su heterogeneidad.
Para Diego Romay, El Nacional (la sala de Corrientes 860) está destinado a ser un teatro de musicales. El jazz fue desde sus inicios su “partitura natural”, un género que el productor asocia con la tradición y el legado de su familia al mundo del espectáculo. Por eso, la nueva comedia musical que Diego Romay ha ideado y produjo para este recinto teatral (reconstruido en 2000 por su papá, que desde entonces se dedicó a comprar teatros de la avenida Corrientes) es una historia de divas y gangsters de los años ‘40, de esas con mucho humo, alcohol, glamour y, sobre todo, la sensualidad del jazz. "Caravan, the Jazz Musical" es el nombre de esta historia sin muchas vueltas: otro relato de amor del tipo boy meets girl, pero en el que el argumento es sólo una excusa para poner en escena inolvidables canciones del género y sobre todo mucho baile, al mejor estilo del antiguo musical norteamericano. Caravan, un club nocturno que recuerda al célebre Cotton Club, será visitado primero, en una función especial, por los lectores de Páginað12 mañana (a las 20), para luego abrir sus puertas al público a partir del próximo martes (a las 20.30) y continuar sus funciones regulares de miércoles a sábados a las 21 y los domingos a las 20.
El hijo del zar del espectáculo argentino reconoce que en los últimos años ha reposicionado el concepto de su productora: si por un tiempo su familia se dedicó a invertir su capital en comprar licencias de obras foráneas para montarlas en Buenos Aires –Mi bella dama (2000), Fiebre de sábado por la noche (2001), El violinista en el tejado (2002), Zorba el griego (2003), Aplausos (2004), Victor Victoria (2006)–, a partir de Tanguera (2002) y luego con Nativo (2005) este joven productor decidió que privilegiaría la producción local de musicales originales, con libretos en los que él mismo interviene. “Desde Tanguera, obra a la que se le abrieron las puertas de los mercados internacionales –cuenta–, me encontré que los teatros del mundo están ávidos de propuestas atractivas, sobre todo de non language shows, espectáculos que no requieren del lenguaje para ser comprendidos. Caravan, como Tanguera o Nativo, son espectáculos que se cuentan a través del baile, que es el verdadero protagonista, el medio a través del cual se narran los conflictos y vicisitudes de los personajes.”
Si hasta el momento Diego Romay había ideado musicales de un claro corte nacional -–con tango en Tanguera y folklore en Nativo–, con Caravan se aleja de esta estrategia con la intención de acercarse aún más al concepto del musical norteamericano. Lo curioso es el equipo heterogéneo del que se ha rodeado para llevar a cabo su cometido. Omar Pacheco, el director de Caravan pero también de Tanguera y Nativo, es un hombre que proviene de un quartier teatral antagónico al musical: desde hace años que Pachecho trabaja en su pequeño teatro de Balvanera, La Otra Orilla, con su Grupo Teatro Libre, en lo que algunos teóricos del lenguaje teatral han denominado “teatro sagrado”. En sus obras -–Del otro lado del mar (2005), La cuna vacía (2006)– prima la experimentación y la investigación sobre nuevas formas estéticas; en ellas no hay texto recitado, sino puros cuerpos en escena en búsqueda de nuevos lenguajes, diferentes a la palabra clausurada. Mundo de luces y sombras, reino de la oscuridad y la indeterminación que da lugar a la proliferación de sentidos.
Poco tiene en común el universo de Pacheco con el colorido, el mensaje directo, el histrionismo y la celebración de la comedia musical tradicional. Sin embargo, Romay reconoce haber convocado al director desde un comienzo porque quedó asombrado por “la manera en que él ponía la luz”. “Es un tipo que narra a través de la iluminación –sigue–, la luz es su universo. Cuando fui a ver sus obras quedé impactado porque rozaban lo cinematográfico, las escenas se fundían de manera mágica. Me interesó introducir esa estética en el mundo de la comedia musical, que en general se caracteriza por ser más pueril, festiva, a la manera de los norteamericanos.” Por su parte, Pacheco encontró en el musical otro modo de poner en práctica su “dramaturgia de la iluminación”: “No se trata del trabajo riguroso y detallista que tengo en mis obras, pero le doy al musical la misma impronta que a mi producción independiente. Con la diferencia de que acá hay una parrilla llena de luces móviles y en mi teatro tengo sólo veinticinco tachos”, celebra el director.
Mientras tanto, Romay eligió para la dirección coreográfica a un joven empapado del know how de Broadway: Gustavo Wons, que hace más de diez años vive y trabaja como bailarín en Nueva York. Formado en el taller de danza del Teatro San Martín, Wons enseguida supo que el contemporáneo no era lo suyo y se dedicó a la comedia musical. Después de formar parte del cuerpo de baile de las versiones locales de Yo y mi chica (1989), Calle 42 (1989), Cats (1993) y Molly Brown (1991), obtuvo la beca Fulbright para estudiar un año en Estados Unidos, cuando aquí aún no existían las escuelas de comedia musical. Claro que un año resultó demasiado poco y Wons decidió quedarse en la Gran Manzana para seguir aprendiendo y conseguir trabajo. Como todos dicen, el entrenamiento más veloz y efectivo en el género son los tours por otras ciudades, donde los artistas suelen prepararse antes de llegar a los teatros de la calle Broadway. Wons salió de gira con varios espectáculos hasta que finalmente regresó a Manhattan, donde se quedó dos años para ser parte de El violinista en el tejado. Sin embargo, esto aún le dejaba sabor a poco: quería ser coreógrafo y fue por eso que regresó a la Argentina, aunque no definitivamente, pero sí para encargarse de sus primeros trabajos: Victor Victoria (donde asistió a Gustavo Zajac, 2006), Sweet Charity (2006), Eva. El Gran Musical Argentino (2008) y otras obras de Nacha Guevara.
Finalmente, Caravan será su oportunidad para mostrar su formación en el país del norte y desplegar un estilo propio, el cual -–según él mismo dice– tiene mucha influencia del gran Bob Fosse. “Quise poner toda la impronta del estilo americano, del jazz y del swing”, anticipa. “Esta obra es un desafío, una gran responsabilidad, porque es similar a un ballet: el argumento se cuenta a partir de la danza. El texto es el que escribe el propio cuerpo. No hay diálogos hablados, hay canciones y coreografías.” Wons y Pacheco son las claves de la concepción que tiene Diego Romay del género: la combinación del saber y la disciplina de los maestros del musical -–los norteamericanos– con una mirada proveniente de un ámbito donde los tiempos son los de la experimentación y no los del dinero. Una puesta coreográfica al mejor estilo americano y una puesta dramático–lumínica que se disputan su lugar al interior de la obra. “Hay un choque permanente entre Wons y Pacheco, pero en el buen sentido, un choque que enriquece al musical”, concluye el productor.
En medio de esta lucha, las verdaderas protagonistas serán las canciones, memorables joyas del jazz: “Caravan” y “It Don’t Mean a Thing (if it ain’t got that swing)”, de Duke Ellington, y también “My Funny Valentine”, “I Wanna Be a Rockette”, “Who Can I Turn To”, “Get Happy”, “For Once In My Life”, “Just In Time” y “The Best Is Yet To Come”. Las mismas serán interpretadas por Sandra Guida (Chicago, Jazz Swing Tap, Guida Concert), Rodolfo Valss (La bella y la bestia, Chicago, Eva), Nicolás Armegol (Cabaret), Ivana Rossi (Mina... che cosa sei, Ella, El mago de Oz), Ruben Roberts (El hombre de la mancha, Drácula) y Gustavo Monje (Sweet Charity, Aladin). Eduardo Szvetelmann dirige la orquesta en vivo y es también el compositor de los pasajes musicales originales de la obra. Claudio Pirotta se ocupó de las letras de las canciones y Fernando Villanueva de la supervisión musical general. El equipo se completa con Rodrigo Lavdcchia en diseño de sonido, Fabián Luca en vestuario, Rene Diviu en escenografía, Jason Kantrowitz en iluminación y un elenco de veinte bailarines.
Fuente: Página 12
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