Es la candidata favorita de Scioli y los Kirchner. Cómo la sedujeron para batirse en el distrito más caliente del país. Y cuáles son los secretos que la convierten en una mujer de 40 a los 68 años. Celuloterapia y meditación.
Por Luz Laici y Florencia Canale
Corrían los últimos años sesenta y Clotilde Acosta ya era Nacha Guevara, arrogante, sincera, determinante: “Las protestas musicales no sirven para nada. (...) El desacuerdo debe manifestarse a través de medios directos”, aseguraba. Un perfil que construiría a lo largo de una carrera artística marcada por el exilio y un compromiso político que supo diluirse en plena era menemista. Claro que, ahora, volvió recargada. Con su personaje de Evita, en el musical, Nacha caminó la provincia junto al gobernador Daniel Scioli y el auspicio del banco local. El público la aplaudió de pie aunque las ganancias no abultaron las arcas bonaerenses. La apuesta del cautivado ex motonauta dio sus frutos en otro campo: convirtió a Guevara, mimetizada con la abanderada de los humildes, en la candidata ideal. El matrimonio K, que la vio sobre tablas en el Teatro Argentino, hizo la conversión de fans en potenciales electores y aceptó el convite. “Sé vos misma”, le dijo Cristina Fernández, la primera vez que la vio en la Casa Rosada. Nacha ya se había adueñado del estilo Evita.
Los aires de cambio, aunque leves, llegaron con el primer acto de campaña. En la Casa del Teatro, donde la Presidenta entregó un subsidio de 350 mil pesos, Guevara se vistió de Amélie, la protagonista de aquel famoso film francés que deslumbró al público argentino tiempo atrás, pero con melena rubia. Es que ninguna mujer del espectáculo supo –y sabe aún hoy– tanto de moda, glamour y estilo como Nacha. Con boina lila y rizos de oro, vestido escocés y sandalias sujetas en varias vueltas con cintas al tobillo, la candidata a diputada acompañó a Cristina en un acto oficial, en Capital. Y con el pecho repleto de congoja y ojos desbordados de lágrimas, Acosta se paró al costado, para no quitarle protagonismo –algo que conoce hace muchos años en los escenarios locales– a la mandataria.
Su inexperiencia en cuestiones proselitistas no resultó inconveniente: como una de las artistas más pigmaliónicas de esta parte del globo, Nacha sabe ser la primera cultora de todas sus transformaciones. Hoy el desafío es grande: “Quiero saber si sirvo para servir, que es uno de los anhelos más altos del ser humano”, confesó en una de sus últimas entrevistas. La Presidenta demostró que Guevara empezó con el pie derecho: “Antes de fin de año, volveré para darles una ayuda similar, como me pidió Nacha”, prometió ante viejos actores y actrices que, como pares de la candidata que pasó de patito feo a bomba sexy, no tuvieron la suerte de conocer el secreto de su eterna juventud.
“Además es mujer”, asegura el publicista K, Fernando Braga Menéndez. Y continua: “Nacha le otorga estilo y color a la lista de campaña. Pero, sobre todo, una personalidad inteligente, rebelde y luchadora que, instantáneamente, se traduce en progresismo. Su perfil de izquierda es lo que resalta y hay que rescatar”. Inevitable el flashback a las épocas del Instituto Di Tella y el momento en que, a fuerza de trabajo y voluntad, Guevara se instaló en la escena nacional. En aquel entonces, Susana Naidich –la célebre maestra de los destacados cantantes del país– fue la encargada de educarle la voz y la muchacha de estridencias se transformó en una profesional. Como una versión argentinizada de Serge Gainsbourg y Jane Birkin, Nacha y su pareja Alberto Favero –con quien tuvo su tercer hijo, Juan– combinaron amor y arte. Y le agregaron condimento: el coraje político y la rebeldía suficiente como para analizar la realidad desde los escenarios. Sin embargo, las amenazas de la Triple A –un comunicado oficial la condenó a muerte por “sus actividades disociadoras a favor del marxismo en el medio artístico”– y hasta la explosión de una bomba en el ensayo general de la obra Las mil y una Nachas, los condenaron al exilio (ver recuadro) y juntos se dispusieron a conquistar el continente.
“Nacha tiene una historia de compromiso. Pero Scioli estaba encaprichado en tener el musical en la provincia y después se enamoró de la caracterización de Eva”, confiesa un colaborador cercano al gobernador. No fue para menos: a Buenos Aires, Eva, el gran musical argentino le costó casi dos millones de pesos. Si bien la gobernación no recuperó la inversión –el multihalagado espectáculo estuvo auspiciado por el Banco Provincia–, los sindicatos contentaron a sus afiliados con miles de entradas de regalo. Y cuando el ex motonauta supo de las candidaturas testimoniales, no hubo quien lo parara: exigió incorporar a Nacha a la arena electoral. El “Operativo Seducción” ya estaba en marcha, sin posibilidad de retorno. Guevara le debía mucho a un gobernador que la había mimado demasiado: “Soy amiga de Scioli desde hace tiempo y sin él el proyecto de Eva en teatro hubiera sido imposible. Conversamos mucho su propuesta. (...) Después fui a cenar a Olivos y les planteé a Cristina y a Néstor todas las razones por las que no quería aceptar. Les dije que mi libertad es irrenunciable, que soy desobediente, rebelde, inconformista y no acepto órdenes. Esperaba que me dijeran ‘muchas gracias, esa es la puerta de salida’, pero me dijeron que me querían así”. El pacto había sido sellado de antemano.
Quienes la conocen de los escenarios, agregan al dato de su militancia dos particularidades: es irascible y presta al enojo veloz, cualidades que los más sagaces aseguran le servirán en su nueva batalla. Una anécdota describe ese perfil oculto detrás de la mirada jovial. En 1971, la cantante se presentó en el café-concert La Cebolla, de Mar del Plata, junto con Les Luthiers. Los humoristas extendieron su número más allá de los cálculos y como Nacha no pudo realizar su show completo descargó su bronca ante el público. Marcos Mundstock la acusó de “celos profesionales” y la cruzó detrás de bambalinas. El caso terminó en litigio: un juez marplatense la encontró culpable de pegarle y causarle una herida cortante al luthier y la condenó a dos meses de prisión en suspenso. Desde entonces, alrededor de su figura se construyó el mito de artista hiperexigente y profesional detallista a ultranza. Contestataria fue siempre. Nacha nunca evitó respuestas duras a la hora de las entrevistas y la fama se la ganó bien ganada.
Y entonces apareció la primera Eva. En 1986, la candidata presentó el musical de Pedro Orgambide y música de Favero, construyendo una vez más su physic du rol predilecto. Veintidós años después, Nacha saltó del Maipo a La Plata. Como dijo meses atrás, “Eva trasciende lo político (...) era una salvaje, sin domesticar, por los pasillos de la política”. La misma advertencia que supo hacerles a los K y que, en el ambiente artístico, definirían como “Síndrome Evita” o “Soriano”, en referencia al protagónico que tuvo el actor en la película Asesinato en el Senado, donde interpretó a Lisandro de la Torre. El psicoanalista y escritor César Hazaki explica que “Pepe Soriano quedó a tal punto perturbado y se había identificado de tal forma que creía que De la Torre era él. Tuvo que recurrir a una intervención profesional para poder zafar de ese cuadro. En el caso de Nacha, las cosas parecen ser distintas. Ella tiene rasgos narcisistas y megalomaníacos que la llevan a tomar rasgos del personaje de Eva, incluso más allá de la obra que escenifica, pero de un modo que le sienta bien. El personaje no la gobierna de tal modo que no pueda manejar su propia vida”.
Siempre dispuesto a los exabruptos, el titular de la Sociedad Rural, Hugo Biolcati, expresó: “Cuando quieran hacer asumir a Eva, se van a dar cuenta de que está muerta y que es Nacha disfrazada”. El publicista Braga Menéndez replica que “se trata de un infantilismo inventado para molestar, una bestialidad de parte de Biolcati”. Más concreto, el consultor Ricardo Rouvier expresa: “Nacha estaba demasiado encorsetada en la imagen de Evita pero ella logró romperla al confesar que admiraba más a Alfredo Palacios. Hasta ese momento, en términos electorales no le había aportado ni quitado nada al oficialismo. Ahora, en cambio, atrajo la atención de los bonaerenses porque generó expectativas por fuera de ese personaje”. La definición de la candidata no estuvo librada al azar. En plena competencia en el distrito más caliente del país, el kirchnerismo necesita que Guevara atraiga el voto de quienes la admiran por ser una artista popular. “En cierto modo, en su único discurso como candidata Nacha habló de modo agradable y autobiográfico. El caudal a explotar es su popularidad. En ese sentido, tampoco va a hablar mucho, para eso están (Néstor) Kirchner y Scioli. Ella tiene su historia como artista”, comenta Rouvier. Algo es cierto: poco afecta a las entrevistas, desde que se sumergió en la política, Guevara aseguró el último martes que “me prometí que no voy a contestar ni escuchar nada que no sea constructivo. No me van a encontrar nunca en la discusión con otro de lo que otro dice, no lo hice en mi vida y no voy a empezar ahora. Soy muy grande para hacer ese cambio”.
En el físico, sin embargo, los años –que ya le suman 68– no parecen pasarle. Desde su regreso a la Argentina, la chica de ojos enormes y cara afilada hizo sus primeros palotes en la carrera de la estética. Además de la fémina adicta al ethos, devino en una combinatoria perfecta de la filosofía kantiana. Con algún retoque en la nariz y lanzada al ruedo de las solteras –tras el estreno de Eva, se separó de Favero–, Nacha conoció al playboy Adolfo Donati en la casa de Franco Macri y desde entonces la otrora cuasi Pasionaria periférica se deconstruyó para convertirse en el icono glam por antonomasia y cerró filas en la tendencia señora-efebo que empezó a marcar rumbo en el mundo del showbiz. Ya en los noventa –y con novio nuevo, el rocker Micky Ronsini– Nacha estrenó pechos, cara retocada y un estilo renovado. Hacia el final de la era, y asociada a Víctor Bo en ATC, condujo un programa new age, Me gusta ser mujer, donde enseñó a las mujeres a engrosar sus labios frente al espejo por medio de afirmaciones, dio clases de gimnasia, entregó algunos de sus secretos mejor guardados y convocó a la devolución de abrigos de piel en cámara. Pocos kirchneristas, seguramente, quieran recordar que Guevara mostró a Susana Valente, esposa de Eduardo Menem –y amiga personal, juntas compartieron seminarios dictados por Deepak Chopra–, despojándose de sus tapados de pieles diversas.
Hoy, arropada por los K, Nacha desempolvó su perfil más combativo con críticas a “una oposición que no propone” y apoyo a “un gobierno que nos sacó de un pozo que nunca creímos poder salir”. Sus propuestas, como su encanto, son un enigma. Sólo, afirmó, tiene una certeza: “El enmascarado no se rinde”. Ella tampoco.
Corrían los últimos años sesenta y Clotilde Acosta ya era Nacha Guevara, arrogante, sincera, determinante: “Las protestas musicales no sirven para nada. (...) El desacuerdo debe manifestarse a través de medios directos”, aseguraba. Un perfil que construiría a lo largo de una carrera artística marcada por el exilio y un compromiso político que supo diluirse en plena era menemista. Claro que, ahora, volvió recargada. Con su personaje de Evita, en el musical, Nacha caminó la provincia junto al gobernador Daniel Scioli y el auspicio del banco local. El público la aplaudió de pie aunque las ganancias no abultaron las arcas bonaerenses. La apuesta del cautivado ex motonauta dio sus frutos en otro campo: convirtió a Guevara, mimetizada con la abanderada de los humildes, en la candidata ideal. El matrimonio K, que la vio sobre tablas en el Teatro Argentino, hizo la conversión de fans en potenciales electores y aceptó el convite. “Sé vos misma”, le dijo Cristina Fernández, la primera vez que la vio en la Casa Rosada. Nacha ya se había adueñado del estilo Evita.
Los aires de cambio, aunque leves, llegaron con el primer acto de campaña. En la Casa del Teatro, donde la Presidenta entregó un subsidio de 350 mil pesos, Guevara se vistió de Amélie, la protagonista de aquel famoso film francés que deslumbró al público argentino tiempo atrás, pero con melena rubia. Es que ninguna mujer del espectáculo supo –y sabe aún hoy– tanto de moda, glamour y estilo como Nacha. Con boina lila y rizos de oro, vestido escocés y sandalias sujetas en varias vueltas con cintas al tobillo, la candidata a diputada acompañó a Cristina en un acto oficial, en Capital. Y con el pecho repleto de congoja y ojos desbordados de lágrimas, Acosta se paró al costado, para no quitarle protagonismo –algo que conoce hace muchos años en los escenarios locales– a la mandataria.
Su inexperiencia en cuestiones proselitistas no resultó inconveniente: como una de las artistas más pigmaliónicas de esta parte del globo, Nacha sabe ser la primera cultora de todas sus transformaciones. Hoy el desafío es grande: “Quiero saber si sirvo para servir, que es uno de los anhelos más altos del ser humano”, confesó en una de sus últimas entrevistas. La Presidenta demostró que Guevara empezó con el pie derecho: “Antes de fin de año, volveré para darles una ayuda similar, como me pidió Nacha”, prometió ante viejos actores y actrices que, como pares de la candidata que pasó de patito feo a bomba sexy, no tuvieron la suerte de conocer el secreto de su eterna juventud.
“Además es mujer”, asegura el publicista K, Fernando Braga Menéndez. Y continua: “Nacha le otorga estilo y color a la lista de campaña. Pero, sobre todo, una personalidad inteligente, rebelde y luchadora que, instantáneamente, se traduce en progresismo. Su perfil de izquierda es lo que resalta y hay que rescatar”. Inevitable el flashback a las épocas del Instituto Di Tella y el momento en que, a fuerza de trabajo y voluntad, Guevara se instaló en la escena nacional. En aquel entonces, Susana Naidich –la célebre maestra de los destacados cantantes del país– fue la encargada de educarle la voz y la muchacha de estridencias se transformó en una profesional. Como una versión argentinizada de Serge Gainsbourg y Jane Birkin, Nacha y su pareja Alberto Favero –con quien tuvo su tercer hijo, Juan– combinaron amor y arte. Y le agregaron condimento: el coraje político y la rebeldía suficiente como para analizar la realidad desde los escenarios. Sin embargo, las amenazas de la Triple A –un comunicado oficial la condenó a muerte por “sus actividades disociadoras a favor del marxismo en el medio artístico”– y hasta la explosión de una bomba en el ensayo general de la obra Las mil y una Nachas, los condenaron al exilio (ver recuadro) y juntos se dispusieron a conquistar el continente.
“Nacha tiene una historia de compromiso. Pero Scioli estaba encaprichado en tener el musical en la provincia y después se enamoró de la caracterización de Eva”, confiesa un colaborador cercano al gobernador. No fue para menos: a Buenos Aires, Eva, el gran musical argentino le costó casi dos millones de pesos. Si bien la gobernación no recuperó la inversión –el multihalagado espectáculo estuvo auspiciado por el Banco Provincia–, los sindicatos contentaron a sus afiliados con miles de entradas de regalo. Y cuando el ex motonauta supo de las candidaturas testimoniales, no hubo quien lo parara: exigió incorporar a Nacha a la arena electoral. El “Operativo Seducción” ya estaba en marcha, sin posibilidad de retorno. Guevara le debía mucho a un gobernador que la había mimado demasiado: “Soy amiga de Scioli desde hace tiempo y sin él el proyecto de Eva en teatro hubiera sido imposible. Conversamos mucho su propuesta. (...) Después fui a cenar a Olivos y les planteé a Cristina y a Néstor todas las razones por las que no quería aceptar. Les dije que mi libertad es irrenunciable, que soy desobediente, rebelde, inconformista y no acepto órdenes. Esperaba que me dijeran ‘muchas gracias, esa es la puerta de salida’, pero me dijeron que me querían así”. El pacto había sido sellado de antemano.
Quienes la conocen de los escenarios, agregan al dato de su militancia dos particularidades: es irascible y presta al enojo veloz, cualidades que los más sagaces aseguran le servirán en su nueva batalla. Una anécdota describe ese perfil oculto detrás de la mirada jovial. En 1971, la cantante se presentó en el café-concert La Cebolla, de Mar del Plata, junto con Les Luthiers. Los humoristas extendieron su número más allá de los cálculos y como Nacha no pudo realizar su show completo descargó su bronca ante el público. Marcos Mundstock la acusó de “celos profesionales” y la cruzó detrás de bambalinas. El caso terminó en litigio: un juez marplatense la encontró culpable de pegarle y causarle una herida cortante al luthier y la condenó a dos meses de prisión en suspenso. Desde entonces, alrededor de su figura se construyó el mito de artista hiperexigente y profesional detallista a ultranza. Contestataria fue siempre. Nacha nunca evitó respuestas duras a la hora de las entrevistas y la fama se la ganó bien ganada.
Y entonces apareció la primera Eva. En 1986, la candidata presentó el musical de Pedro Orgambide y música de Favero, construyendo una vez más su physic du rol predilecto. Veintidós años después, Nacha saltó del Maipo a La Plata. Como dijo meses atrás, “Eva trasciende lo político (...) era una salvaje, sin domesticar, por los pasillos de la política”. La misma advertencia que supo hacerles a los K y que, en el ambiente artístico, definirían como “Síndrome Evita” o “Soriano”, en referencia al protagónico que tuvo el actor en la película Asesinato en el Senado, donde interpretó a Lisandro de la Torre. El psicoanalista y escritor César Hazaki explica que “Pepe Soriano quedó a tal punto perturbado y se había identificado de tal forma que creía que De la Torre era él. Tuvo que recurrir a una intervención profesional para poder zafar de ese cuadro. En el caso de Nacha, las cosas parecen ser distintas. Ella tiene rasgos narcisistas y megalomaníacos que la llevan a tomar rasgos del personaje de Eva, incluso más allá de la obra que escenifica, pero de un modo que le sienta bien. El personaje no la gobierna de tal modo que no pueda manejar su propia vida”.
Siempre dispuesto a los exabruptos, el titular de la Sociedad Rural, Hugo Biolcati, expresó: “Cuando quieran hacer asumir a Eva, se van a dar cuenta de que está muerta y que es Nacha disfrazada”. El publicista Braga Menéndez replica que “se trata de un infantilismo inventado para molestar, una bestialidad de parte de Biolcati”. Más concreto, el consultor Ricardo Rouvier expresa: “Nacha estaba demasiado encorsetada en la imagen de Evita pero ella logró romperla al confesar que admiraba más a Alfredo Palacios. Hasta ese momento, en términos electorales no le había aportado ni quitado nada al oficialismo. Ahora, en cambio, atrajo la atención de los bonaerenses porque generó expectativas por fuera de ese personaje”. La definición de la candidata no estuvo librada al azar. En plena competencia en el distrito más caliente del país, el kirchnerismo necesita que Guevara atraiga el voto de quienes la admiran por ser una artista popular. “En cierto modo, en su único discurso como candidata Nacha habló de modo agradable y autobiográfico. El caudal a explotar es su popularidad. En ese sentido, tampoco va a hablar mucho, para eso están (Néstor) Kirchner y Scioli. Ella tiene su historia como artista”, comenta Rouvier. Algo es cierto: poco afecta a las entrevistas, desde que se sumergió en la política, Guevara aseguró el último martes que “me prometí que no voy a contestar ni escuchar nada que no sea constructivo. No me van a encontrar nunca en la discusión con otro de lo que otro dice, no lo hice en mi vida y no voy a empezar ahora. Soy muy grande para hacer ese cambio”.
En el físico, sin embargo, los años –que ya le suman 68– no parecen pasarle. Desde su regreso a la Argentina, la chica de ojos enormes y cara afilada hizo sus primeros palotes en la carrera de la estética. Además de la fémina adicta al ethos, devino en una combinatoria perfecta de la filosofía kantiana. Con algún retoque en la nariz y lanzada al ruedo de las solteras –tras el estreno de Eva, se separó de Favero–, Nacha conoció al playboy Adolfo Donati en la casa de Franco Macri y desde entonces la otrora cuasi Pasionaria periférica se deconstruyó para convertirse en el icono glam por antonomasia y cerró filas en la tendencia señora-efebo que empezó a marcar rumbo en el mundo del showbiz. Ya en los noventa –y con novio nuevo, el rocker Micky Ronsini– Nacha estrenó pechos, cara retocada y un estilo renovado. Hacia el final de la era, y asociada a Víctor Bo en ATC, condujo un programa new age, Me gusta ser mujer, donde enseñó a las mujeres a engrosar sus labios frente al espejo por medio de afirmaciones, dio clases de gimnasia, entregó algunos de sus secretos mejor guardados y convocó a la devolución de abrigos de piel en cámara. Pocos kirchneristas, seguramente, quieran recordar que Guevara mostró a Susana Valente, esposa de Eduardo Menem –y amiga personal, juntas compartieron seminarios dictados por Deepak Chopra–, despojándose de sus tapados de pieles diversas.
Hoy, arropada por los K, Nacha desempolvó su perfil más combativo con críticas a “una oposición que no propone” y apoyo a “un gobierno que nos sacó de un pozo que nunca creímos poder salir”. Sus propuestas, como su encanto, son un enigma. Sólo, afirmó, tiene una certeza: “El enmascarado no se rinde”. Ella tampoco.
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