Agosto. Condado Osage, de Tracy Letts. Adaptación: Mercedes Morán. Dirección: Claudio Tolcachir. Elenco: Norma Aleandro, Mercedes Morán, Andrea Pietra, Lucrecia Capello, Horacio Roca, Antonio Ugo, Eugenia Guerty, Gabo Correa, Fabián Arenillas, Julieta Zylberberg, Esteban Meloni, Mónica Lairana y Juan Manuel Tenuta. Escenografía: René Diviú. Vestuario: Gabriela Pietranera. Luces: Omar Possemato. Sonido: Gastón Briski. Producción general: Daniel Grinbank. Sala: Lola Membrives. Funciones: los miércoles, jueves y viernes, a las 21; los sábados, a las 21.30; los domingos, a las 19.30. Duración: 185 minutos.
Nuestra opinión: excelente
En Oklahoma el calor en agosto asfixia a los personajes que se verán convocados a la casa familiar porque el padre (Juan Manuel Tenuta) ha desaparecido. Todo el primer acto presenta a los personajes -hijas, esposos y nieta-, que vendrán a contener a Violeta, la madre, o simplemente a cumplir con la obligación que el rol familiar otorga.
Como gran parte del buen teatro norteamericano, este texto se apoya en la familia disfuncional, pero para desplegar otros temas que la sostienen desde la profundidad. Hay todo una proclama en torno a los conflictos generacionales, que es, tal vez, uno de los puntos más significativos. En Agosto se representan tres generaciones y no se mira con piedad a ninguna. Se despliega una mirada muy crítica hacia los abuelos que declaman un mundo de valores que ellos mismos no pudieron encarnar; los padres, que sumergidos en sus propias crisis no pueden establecer vínculos solidarios, y los jóvenes, que limitan con la idiotez. La TV, las drogas y un sistema cultural de odios serán los pilares de esa "gran nación".
Y establecemos la línea familia-nación porque forma parte de la tradición teatral norteamericana, pero también porque la tensión "blancos" y "pueblos originarios" está trabajada con la presencia de una india que es contratada por Ramón para que cuide de su esposa una vez que él haya muerto. Y, además, porque la palabra "Osage" es la traducción a nuestra grafía del nombre del pueblo que hoy vive en Oklahoma, en la Reserva Osage. Y la dulzura con la que esta joven se para ante la decrepitud y la muerte contrasta con el modo en el que lo hace la cultura occidental, atravesada por mezquindades que poco tienen que ver con rituales funerarios de acompañamiento y de compasión.
La versión localClaudio Tolcachir ha demostrado que, además de dirigir en pequeños espacios, puede manejar con solvencia estos grandes escenarios con cantidad de actores y despliegue escénico. Si se tiene la suerte de ver la obra desde las primeras filas, se observará que la dirección de actores es similar a la que realiza en su salita de Boedo, Timbre 4, puesto que la composición de los personajes no está producida sólo por el histrionismo, sino también por pequeños gestos, que son el gran valuarte de esta versión, que además cuenta con el aporte magistral de Mercedes Morán, que les dio dinamismo a los parlamentos.
Pero donde verdaderamente sobresale este espectáculo es en el duelo actoral que escena tras escena se lleva a cabo. Cada uno en su rol juega para sumar y darle al espectador momentos de comicidad y de emoción. Norma Aleandro y Lucrecia Capello (las hermanas Violeta y Mati) tendrán a su cargo el armado de dos personajes muy conflictivos en sus enfermedades, perversiones y secretos, y lo hacen con maestría. Morán deberá guiar la obra en el último acto, pareciéndose mucho a su madre, sin que por ello pierda la fragilidad en la que se encuentra tras su divorcio de Miguel (Horacio Roca). Sus hermanas Eli y Carolina (Andrea Pietra y Eugenia Guerty) han sido construidas desde posiciones opuestas, y se deposita en el personaje de Guerty gran parte de la comicidad de una de las escenas más complicadas del texto, como es la cena postentierro. Allí repartirá discursos de autoayuda y new age para mostrarle al mundo cuán feliz es ahora con su futuro marido Marcelo (Fabián Arenillas), un empresario inescrupuloso y depravado en lo sexual. En uno de sus mejores trabajos, hay que mencionar a Antonio Ugo, que en el rol de Carlos compone a un hombre que oscila entre el patetismo y la dulzura.
Habría mucho más para decir acerca del impacto que produce Agosto , responsabilidad absoluta de su director y de un grupo de actores conscientes de que están interpretando un gran texto y de que tienen bajo sus pies una propuesta que merece ser el éxito de la temporada porque allí hay talento. Y no porque su marquesina sea una sumatoria de trayectorias -que lo es-, sino porque cada uno se para en ese escenario para tirar de un carro sin buscar el brillo personal.
Federico IrazábalFuente: La Nación
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