LA PLATA.- La última sesión del calendario 2009 del deliberativo local no trató muchos proyectos de importancia, pero sí algunas ordenanzas interesantes. Al borde de “descorchar la sidra” para celebrar la llegada de 2010 los ediles transformaron en ordenanza lo que, a partir de ahora, será la “institucionalización” de los corsos en el Mercado Regional local.
Así, la nueva norma modifica los artículos 1º y 2º de la ordenanza 8.821, que desde noviembre de 1997 faculta al departamento ejecutivo a autorizar la realización de corsos en el Municipio de La Plata y su modalidad, en coordinación con las Juntas Comunales del partido. Un cambio sobre la ordenanza “madre” ya le había otorgado al intendente la facultad de determinar anualmente el circuito donde se realizarán.
Justamente, el año pasado tuvieron lugar todos los fines de semana de febrero en el Mercado Regional. A esa resolución se llegó luego de un proceso de negociaciones entre los organizadores y la Municipalidad. Primero se pensó en la República de los Niños. Luego en la zona delimitada por la avenida 131, la calles 68 y la avenida 72. La mayoría de las propuestas fueron rechazadas por el malestar que generarían en los frentistas el movimiento de gente y, obviamente, la gran cantidad de ruidos que genera esta tradicional celebración. Otra idea que se discutió
-pero finalmente quedó descartada- fue realizarlos al aire libre, como suelen hacerlo muchas localidades del interior de bonaerense y del resto del país. En aquel momento, a través de un acuerdo provisorio, la comuna se hizo cargo de la iluminación y la seguridad.
Los corsos de este año aún no tienen fecha, ni fueron confirmados, pero el texto de la “ordenanza navideña” está hecho a medida del Mercado Regional, ubicado en 520 y 116. Así, plantea que “el circuito -de los corsos- se delimitará en un espacio cerrado de propiedad pública o privada. El uso del espacio para el desarrollo de los corsos no generará erogación dineraria ni en especie por parte del Municipio”. Habida cuenta de la escasa probabilidad de que algún particular ceda, a título no oneroso, un predio cerrado de las dimensiones necesarias para el desfile de murgas y comparsas -tratándose de un espectáculo adecuado a las dimensiones de una ciudad que cuenta con más de 600 mil habitantes- siempre se tratará de un recinto de propiedad pública.
Respecto de la organización, el Municipio refuerza sus facultades de control, particularmente respecto de la seguridad en el interior y el exterior del predio. La nueva norma establece que el departamento ejecutivo “garantizará a través de sus áreas competentes la seguridad física y material en el ámbito del desarrollo del espectáculo, conforme a las normas vigentes, el normal desenvolvimiento de las zonas aledañas en cuanto a circulación peatonal y vehicular”.
Otro dato saliente es que las quejas de los vecinos han surtido efecto, en especial respecto de las consecuencias del espectáculo sobre las viviendas aledañas y los tímpanos de sus habitantes. Así, el último párrafo del texto sancionado por el deliberativo obliga al control anticipado “a través de las áreas competentes” -Control Urbano- del impacto sonoro y vibratorio de las casas próximas al corsódromo platense. Cabe acotar que desde hace unos años la iluminación y la seguridad están a cargo del Municipio. Los organizadores, por su parte, negocian con las comparsas.
Renacimiento de una fiesta popular
Según los historiadores, en la zona del Río de la Plata desde el siglo XVII fueron los esclavos africanos quienes desarrollaron esta celebración al congregarse para festejos en circunstancias especiales.
A comienzos del siglo XX había 19 corsos locales en la ciudad de Buenos Aires. El fenómeno migratorio europeo, muy fuerte entre 1880 y 1930, introdujo nuevas formas. Los inmigrantes, mayoritariamente italianos y españoles, trajeron sus tradiciones para celebrar el Carnaval, lo que se reflejó en nuevos trajes y música. Ya para la década ‘20 del siglo pasado las agrupaciones de Carnaval, antes fundadas sobre fuertes lazos étnicos, fueron mutando. La identidad, como en los clubes de fútbol, empezó a construirse según los nuevos lazos de vecindad en los barrios. Fue allí donde nació una nueva forma de agrupación íntimamente ligada al Carnaval: la murga, que adoptó como instrumento de percusión el bombo con platillo que habían traído los inmigrantes españoles, trajes en levita brillante de raso o satén, un estandarte con su nombre.
Las sucesivos dictaduras militares intentaron controlar los festejos de Carnaval, particularmente luego del derrocamiento de Juan Domingo Perón en 1955. Con el último cuartelazo de 1976, el llamado “Proceso de Reorganización Nacional” hizo desaparecer los feriados de Carnaval por decreto. Hasta ese momento, el lunes y el martes de Carnaval habían sido feriados nacionales. Esta medida, y la práctica sistemática del terrorismo de Estado, influyeron fuertemente en la declinación de esta celebración cuatro veces centenaria. Hubo corsos hasta 1981, pero a las murgas se les complicaba mucho la realización de su espectáculo. El retorno de la democracia en 1983 no trajo consigo una rápida recuperación del espíritu festivo. Recién hacia finales de la década del ‘80, la gente, particularmente en los barrios, volvió a ver en la práctica del Carnaval un hecho social y cultural superador del miedo, sin que ello implique la negación del dolor ni de la memoria.
En 1997 la ciudad de Buenos Aires creó una comisión dedicada a la organización del Carnaval. Si bien este reconocimiento oficial marcó un hito en la crónica de la evolución de los festejos en cuanto a su repercusión en algunos sectores de la sociedad, particularmente la porteña, en la actualidad no están ausentes los reclamos vecinales por las molestias que el desarrollo de esta actividad provoca.
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