“La verdadera transgresora es el alma necesitada de espacio y cambio”, dice la directora, que adaptó junto a la protagonista Luisa Kuliok el texto de un rabino brasileño “reformista y karateca” para conseguir que la gente “se vaya con algo más”.
Por Hilda Cabrera
Imagen: Guadalupe Lombardo
En una temporada que promete intensificar estrenos, la actriz, coreógrafa y directora Lía Jelín no se conforma con “llegar al corazón de la gente para que se vaya con algo más a la salida del teatro”. Quiere que El alma inmoral, obra en la que dirige a la actriz Luisa Kuliok, sea una velada de reflexión compartida, sencillamente porque el espectáculo “se detiene en cuestiones importantes y trastrueca aquellos códigos que califican de inmoral al cuerpo y de buenita al alma”. Adhiriendo en parte al autor –el rabino y filósofo brasileño Nilton Bonder–, Jelín considera que “el cuerpo es el que tiene reglas y necesidades que concuerdan con la naturaleza, correctas o incorrectas en relación con lo establecido”. Opina que “la verdadera transgresora es el alma necesitada de espacio y cambio, de nuevos caminos donde expresar aquello con lo que no está de acuerdo”.
En diálogo con Página/12, la directora insiste en que “una ley que sólo cumple con la función de cuidar de sí misma no sirve”. ¿Cuál es aquí la propuesta de Bonder? Para Jelín, una reflexión sobre qué es bueno y qué correcto: “Puede que lo correcto no sea bueno para la persona que cumple con esa corrección, entonces ¿es inmoral no cumplir? No, no es inmoral; es tensar la línea entre lo bueno y lo correcto, imprescindible para que una persona no se sienta infeliz”. La directora ejemplifica esto con la relación marital: “El matrimonio –dice– es el lugar en el cual la traición y la tradición se juntan, porque es muy difícil no traicionar a quien habiendo amado se dejó de amar”. La palabra traición suena demasiado fuerte, tanto para una relación de pareja como de amistad, pero es la que Jelín prefiere: “Cuando en una convivencia, uno da un paso adelante y el otro queda enganchado a lo establecido, el que genera la traición es este último”.
–¿Estas conclusiones parten del texto de Bonder?
–Provienen de los imponderables que se suceden entre un lector y un autor. Algo inasible y muy personal que una, como lectora, traslada a su propio pensamiento y a partir de ahí saca conclusiones. En El alma inmoral, Nilton formula numerosas preguntas, revela sus pensamientos y sobre todo cómo se han trastrocado las cosas.
–¿A qué lo atribuye? ¿A presiones sociales?
–Exactamente, el Sanedrin, que era el consejo de ancianos judíos de la Antigüedad (especie de Corte Suprema de la ley judía que interpretaba y aplicaba la Torá), consideraba que un juicio de pena capital donde todos los miembros están de acuerdo con esa pena es un juicio nulo porque no contempla el disenso.
–¿Propone otra visión de lo prohibido?
–Bonder es un rabino reformista; y tanto él como otros sostienen distintas interpretaciones sobre “el árbol prohibido del jardín de Edén”. Un ejemplo es el incesto después de la bíblica destrucción de las ciudades de Sodoma y Gomorra. Las hijas de Lot creen que después de la catástrofe quedan sólo ellas dos y el padre. Entonces le dan de beber y mantienen relaciones con él para engendrar hijos. La intención es sobrevivir, que el mundo siga andando... Digamos que visto así, estaríamos frente a “un nuevo correcto”. El incesto es malo, sí, pero salvar a la especie es un “nuevo correcto”.
–¿Cómo se transmiten cuestiones como éstas sin caer en el discurso?
–Teatralizando sin bajar línea, planteando dudas, preguntándonos sobre el lugar que ocupamos y qué es correcto y qué es bueno. Tensar esa relación para ir en busca del “camino de oro” que debe transitar el humano para no matar a sus congéneres, a sus hijos...
–¿A qué camino de oro se refiere?
–Al que menciona el filósofo judío Maimónides, que va por el centro, entre posiciones extremas, y el que –según interpretaciones– va de uno a otro extremo. En todo caso Bonder plantea que la prohibición bíblica está para ser transgredida. Si no fuera así no hubiésemos tenido una historia como la de Adán y Eva.
–¿Una historia de supervivencia con el estigma del pecado?
–No es pecado para quienes piensan que el árbol de la ciencia del bien y el mal del jardín de Edén no es un elemento de castigo sino de incitación a la transgresión.
–¿Y qué pasa con el ordenamiento social?
–Hay que transgredir para generar un nuevo orden. Así dicho parece difícil, pero lo quieto, lo que encierra, eso es pecaminoso.
–La transgresión, cuando no es artística, es relacionada con el miedo y la destrucción. La transgresión del que asesina, por ejemplo...
–El que asesina transgrede porque no puede encontrar el camino entre lo bueno y lo correcto. Se lo culpa por “deformación”, por locura... La historia bíblica menciona a Abraham y los mandatos divinos que le ordenan abandonar su tierra para ponerse al frente de su pueblo y llevarlo a un lugar donde pueda crear una sociedad mejor. En medio de eso Abraham recibe otra orden: sacrificar a su único hijo Isaac en el monte de Moriah. Cuando está a punto de sacrificar a Isaac recibe otra orden: no matarlo. Una interpretación es que los mandatos son interiores, y surgen de un lugar entre el yo y el no yo (que no significa inexistencia de la persona sino carencia de un yo perdurable) que le permiten al humano discernir entre lo que debe y no debe hacer.
–¿Eso es admitir la existencia del libre albedrío?
–Eso es entender que afuera no hay nada que no esté ya en nuestro interior. En la puesta que hacemos en el Payró estos pensamientos pasan por el cuerpo. El libro de Bonder no implica una pregunta sobre si Dios existe, porque ésa es una pregunta sin respuesta. Para el que tiene fe, existe más allá de cualquier teoría. Me interesaban mucho más los “misterios” contenidos en El alma.... Por eso pensé que la protagonista debía ser alguien que entrara a escena como si ésta fuese un espacio sideral, donde lo infinito es la música interpretada en vivo. También por eso la obra se inicia con una metáfora. El personaje dice “un caballo que se sabe caballo no es caballo; un mono que se sabe mono no es mono; una cobra que se sabe cobra no es cobra; un ser humano que se sabe humano... y ahí se escucha un sonido de cuerda atemperada... es un ser humano. Un ser humano que no se sabe ser humano es un caballo, un mono, una cobra...”
–¿Conocía esta obra de Bonder?
–No. Nilton es un rabino reformista brasileño karateca. Luisa lo conocía porque había visto a una actriz brasileña que adaptó el texto. Después, la traductora la llamó, le dio la obra y Luisa se comunicó conmigo. Nosotras la adaptamos siguiendo la idea del ritual y de nuestras propias dudas. Se nos planteaba la dificultad de convertir lo cotidiano en sagrado, algo que el autor tiene presente.
–¿Cuál sería un ejemplo de cotidianidad convertido en sagrado?
–La ceremonia del té puede llegar a ser algo sagrado sin intervención divina. Pero lo sagrado, creo, está en el respeto de las acciones de los otros y las propias. Esta es una época de gran desconcierto –como dice Bonder–, pero también con posibilidades de crear un nuevo jardín de Edén, con su árbol de la ciencia del bien y el mal, y su árbol de la vida, con gente que nació para transgredir y otra para obedecer, algo fantástico si se sabe convivir. Pensemos que sin el entramado del argumento transgresor no existiría historia.
–¿Relaciona este estreno en el Payró con su historia artística?
La ficha
“Ninguna puesta en escena sirve si el trabajo del intérprete no es maravilloso y si la obra no modifica al espectador aunque sea por cinco minutos”, sostiene la directora y coreógrafa Lía Jelín, quien después de cinco meses de ensayo de El alma inmoral, adaptada junto a la actriz Luisa Kuliok, cree que la obra cobró más vida al trabajarla desde las dudas personales. Iniciada en la danza, con estudios realizados en la Escuela Martha Graham, de Israel, y con grandes maestros argentinos y residentes extranjeros, como la coreógrafa alemana Dore Hoyer, pionera del expresionismo, Jelín bailó en espectáculos programados en el Argentino de La Plata, el Teatro San Martín y el Colón. Dedicada a la dirección, llevó a escena piezas singulares, como Noveno B, y participó en los shows de Tato Bores. Fue codirectora, junto a Jaime Kogan, del convocante Viet Rock, espectáculo de 1968 ofrecido en el Payró, y puestista de Los locos de la reina; Maní con chocolate y Humor Bovo; Kvetch; Nosotras que nos queremos tanto; Confesiones de mujeres de 30; Shakespeare comprimido; Autógrafos; Monólogos de la vagina; Argentains; Rosa Fontana Peinados; De cirujas, putas y suicidas; Paradero desconocido, de la periodista estadounidense Katherine Kressman Taylor; Canción de cuna para un marido en coma y El día que Nietzsche lloró. Protagonizada por Luisa Kuliok, El alma..., de Nilton Bonder, lleva música original interpretada en escena por el compositor Luciano Dyzenchauz. La traducción es de Mónica Mayer, la escenografía y vestuario de Alejandro Mateo, la iluminación de Jorge Leyba y la asistencia de dirección de Yael Ken. Producción de Yair Dori.
En el teatro Payró, San Martín 766, los viernes y sábados a las 21 y domingo a las 20.30. Entrada: 50 pesos. Reservas: 4312–5922.
Fuente: Página 12
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