La muestra del artista Ernesto Bertoni en el Centro Cultural Recoleta es un fascinante paseo de virtuosismo y originalidad.
BUENOS AIRES.- Uno puede recorrer una galería y ver cantidad de piezas de arte, y luego con el tiempo ya no recordarlas, o no haber rescatado el nombre del artista, o confundirlo con otro. Sin embargo, y mucho más allá de los gustos y las apreciaciones personales, difícilmente pueda olvidarse el nombre del autor cuando éste logra un estilo tan inconfundible.
Es entonces cuando la obra y el autor son una sola cosa, donde ya no es la Marilyn sino el Warhol, el Van Gogh, el Picasso, el Berni.
Pues con Ernesto Bertoni sucede exactamente eso. No sólo porque trabaja en series y sus temas se repiten en una implacable búsqueda de texturas, relieves y juegos de color, sino porque desde su técnica, las formas, el impacto del tamaño de sus pinturas colgantes, la conjunción de imagen y concepto construyen una totalidad única.
Bertoni presenta hasta el 21 de febrero una excitante muestra en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta de la ciudad porteña.
Es excitante porque desde que uno ingresa al pabellón ya no quiere salir. Hombres de traje y mujeres curvilíneas cuelgan desde lo alto, provocando sensaciones espaciales en el visitante. Telas pintadas con gran talento muestran la alienación del hombre de oficina, que abraza al de al lado metiendo la mano en el bolsillo ajeno; tienen rostros pero no se pueden ver; manos entrelazadas, enroscadas asfixiando los cuerpos de la gente de la ciudad; corbatas que son serpientes. Las mujeres lucen escotes pronunciados y transparencias. Es fascinante ver cómo se funden los fondos de alfombra con las pinturas de acrílico, donde un vestido que marca la lencería femenina se pierde con el estampado.
El manejo de Bertoni de los enredos de cuerpos y las formas casi tridimensionales con que retrata a sus personajes es perfecto.
¿Cuál es su estilo? Algunos dicen que es hiperrealista, pero si uno mira bien, el efecto mágico de lo imposible es central en su obra. Ello combinado con un realismo asombroso, en donde predomina una sensación de verdadero, de real, aunque es una realidad juguetona y hasta podría decirse humorística.
Porque estos seres de oficina, de inercia urbana, son una representación clara de la percepción del autor del entorno, de la vida en la gran ciudad.
También el erotismo, las pasiones, el encuentro hombre-mujer, la vida cotidiana están presentes en su obra. Por eso, más allá, los cuerpos se retuercen pero esta vez para encontrarse el uno al otro, para conectar desde lo erótico.
A veces las grandes ideas aparecen por casualidad. Según ha contado el artista, un día se quedó sin telas para pintar y sin dinero para comprar nuevas y tuvo (como buen argentino) que ingeniárselas con lo que tenía a su disposición para poder continuar pintando. Se le ocurrió utilizar un gastado pantalón de un estampado cuadriculado de estilo casimir para realizar un bastidor. Fue entonces que se percató de lo bello que era el estampado como para taparlo, por lo que decidió que el mismo formara parte de su obra. Desde entonces, los casimires y las diversas telas son un motivo que se reiteran constantemente en sus obras y contribuyen fundamentalmente a la originalidad de su estilo.
Otra de sus series se acerca a lo psicológico, al vínculo entre parejas que tratan de entenderse, de comunicarse. Aquí los signos de interrogación sirven de metáforas como los lápices de colores que forman los rostros de los hombres de traje gris.
“Todas las obras de grandes dimensiones están realizadas en tela de tapicería porque para exponerlos necesito que tengan peso propio”, comenta el artista, y vaya que sus obras lo tienen
Fuente: Hoy
BUENOS AIRES.- Uno puede recorrer una galería y ver cantidad de piezas de arte, y luego con el tiempo ya no recordarlas, o no haber rescatado el nombre del artista, o confundirlo con otro. Sin embargo, y mucho más allá de los gustos y las apreciaciones personales, difícilmente pueda olvidarse el nombre del autor cuando éste logra un estilo tan inconfundible.
Es entonces cuando la obra y el autor son una sola cosa, donde ya no es la Marilyn sino el Warhol, el Van Gogh, el Picasso, el Berni.
Pues con Ernesto Bertoni sucede exactamente eso. No sólo porque trabaja en series y sus temas se repiten en una implacable búsqueda de texturas, relieves y juegos de color, sino porque desde su técnica, las formas, el impacto del tamaño de sus pinturas colgantes, la conjunción de imagen y concepto construyen una totalidad única.
Bertoni presenta hasta el 21 de febrero una excitante muestra en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta de la ciudad porteña.
Es excitante porque desde que uno ingresa al pabellón ya no quiere salir. Hombres de traje y mujeres curvilíneas cuelgan desde lo alto, provocando sensaciones espaciales en el visitante. Telas pintadas con gran talento muestran la alienación del hombre de oficina, que abraza al de al lado metiendo la mano en el bolsillo ajeno; tienen rostros pero no se pueden ver; manos entrelazadas, enroscadas asfixiando los cuerpos de la gente de la ciudad; corbatas que son serpientes. Las mujeres lucen escotes pronunciados y transparencias. Es fascinante ver cómo se funden los fondos de alfombra con las pinturas de acrílico, donde un vestido que marca la lencería femenina se pierde con el estampado.
El manejo de Bertoni de los enredos de cuerpos y las formas casi tridimensionales con que retrata a sus personajes es perfecto.
¿Cuál es su estilo? Algunos dicen que es hiperrealista, pero si uno mira bien, el efecto mágico de lo imposible es central en su obra. Ello combinado con un realismo asombroso, en donde predomina una sensación de verdadero, de real, aunque es una realidad juguetona y hasta podría decirse humorística.
Porque estos seres de oficina, de inercia urbana, son una representación clara de la percepción del autor del entorno, de la vida en la gran ciudad.
También el erotismo, las pasiones, el encuentro hombre-mujer, la vida cotidiana están presentes en su obra. Por eso, más allá, los cuerpos se retuercen pero esta vez para encontrarse el uno al otro, para conectar desde lo erótico.
A veces las grandes ideas aparecen por casualidad. Según ha contado el artista, un día se quedó sin telas para pintar y sin dinero para comprar nuevas y tuvo (como buen argentino) que ingeniárselas con lo que tenía a su disposición para poder continuar pintando. Se le ocurrió utilizar un gastado pantalón de un estampado cuadriculado de estilo casimir para realizar un bastidor. Fue entonces que se percató de lo bello que era el estampado como para taparlo, por lo que decidió que el mismo formara parte de su obra. Desde entonces, los casimires y las diversas telas son un motivo que se reiteran constantemente en sus obras y contribuyen fundamentalmente a la originalidad de su estilo.
Otra de sus series se acerca a lo psicológico, al vínculo entre parejas que tratan de entenderse, de comunicarse. Aquí los signos de interrogación sirven de metáforas como los lápices de colores que forman los rostros de los hombres de traje gris.
“Todas las obras de grandes dimensiones están realizadas en tela de tapicería porque para exponerlos necesito que tengan peso propio”, comenta el artista, y vaya que sus obras lo tienen
Fuente: Hoy
1 comentario:
Hola, un saludo grande a Bertoni!
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