lunes, 25 de enero de 2010

Woolf, la angustia existencial, el arte y el suicidio

Biografías tumultuosas

A 128 años del nacimiento de la escritora e intelectual Virginia Woolf, que terminó suicidándose en el mar, la melancolía y los trastornos psíquicos vuelven a colarse en el imaginario social de varios artistas consagrados.

En muchos casos el arte no sana. En otros, sí, resocializa, comunica, abre canales. Pero hay varios ejemplos de artistas recubiertos de un vendaval de penas que no lograron aliviar su angustia ni aun desarrollando una prolífica tarea creativa. En esos casos, el arte fue sólo una vía de escape... hacia la muerte.

Las pocas estadísticas existentes al respecto, no oficiales, son elocuentes en cuanto a los numerosos y planeados decesos de artistas consagrados. Entre tantos otros que sufrían trastorno bipolar, optaron por el suicidio el escritor Ernst Hemingway, Sylvia Plath, Alejandra Pizzarnik, el pintor Vincent Van Gogh. Dos casos paradigmáticos, similares, pero en puntos opuestos del mapa, fueron los de la escritora argentina Alfonsina Storni y la estadounidense Virginia Woolf. Ambas optaron por acabar con su vida ingresando al mar para no volver nunca, bañadas también en la locura, escritura y muerte. Fueron mujeres rechazadas por la sociedad en la que vivieron y que nunca encontraron un lugar desde el cual expresarse, volcando sus confesiones hacia la literatura, escribiendo los más íntimos relatos.

Escribir entre la vida y la muerte

La escritora e intelectual inglesa Virginia Woolf nació un 25 de enero de 1882 y el 28 de marzo de 1941, a sus 59 años, llenó los bolsillos de su abrigo con piedras y se sumergió en las aguas del río Ouse.

Al igual que Storni, Woolf se abrió campo en los círculos intelectuales de su época. Fue miembro activo del grupo de Bloomsbury, que tenía como miembros al filósofo Ludwing Wittgenstein y al economista J. M. Keynes, y junto con su esposo fundó la importante editorial Hogarth Press, primera en editar la obra completa de Sigmund Freud y de T. S. Elliot.

En sus ensayos feministas denunció la manera por la cual las labores domésticas no permitían que la mujer accediera a su interioridad para poder escribir. Fue en la exploración de su intenso mundo interior donde se dispararon sus crisis nerviosas más agudas: tal como confesó, al momento de escribir Woolf bordeaba su propia enfermedad para crear personajes llenos de matices y, sobre todo, verosímiles.

¿Cómo comenzó su marcada vocación? La novelista y crítica británica cuya técnica del monólogo interior y estilo poético se consideran entre las contribuciones más importantes a la novela moderna, nació en Londres y estudió en su casa. Virginia Stephen creció rodeada de un ambiente literario y cultísimo. Su padre poseía una amplia biblioteca y cuando ella cumplió los dieciséis años por fin pudo entrar sola en aquel recinto consagrado a la lectura y dedicarse a explorar todo lo que deseara, lo que supondría un verdadero lujo para una chica de la época victoriana y también una situación que le sería ampliamente provechosa para su futura condición de escritora. Y empezó a leer un ejemplar tras otro.

Después de la muerte de su padre en 1905, habitó con su hermana Vanessa -pintora que se casaría con el crítico Clive Bell- y sus dos hermanos en una casa del barrio londinense de Bloomsbury que se convirtió en lugar de reunión de librepensadores y antiguos compañeros de universidad de su hermano mayor. En el grupo, conocido como Grupo de Bloomsbury, participó -además de Bell y otros intelectuales londinenses- el escritor Leonard Woolf, con quien se casó Virginia en 1912.

A partir de allí, su vida estuvo dedicada por completo a la literatura. Experimentó con nuevas formas que llegarían a englobar la auténtica realidad de la existencia, y quiso bucear en los pensamientos de sus personajes para hacerlos retroceder y progresar hasta que el lector tuviese la verdadera impresión de saberlo todo, sin que realmente ningún narrador hubiera tenido que explicar nada.

Woolf abriría caminos antes no explorados en la manera de narrar, en la manera de verse a uno mismo. Tuvo una percepción privilegiada de la realidad, una percepción descarnada y genial de todo cuanto la rodeaba. Y gracias a ella, ahora el mundo para muchos de nosotros es diferente.
Su correspondencia y sus diarios, publicados póstumamente, son valiosos tanto para los escritores en ciernes como para los lectores de su obra. Como escribiendo de antemano su destino, en su diario íntimo dejó escrita la frase: “Cada vez que me sumerjo en la corriente de mis pensamientos, me siento expulsada de ella”. Al final, fue esa enorme vocación literaria y la impotencia de no poder dominar su mente las que la hicieron optar por el suicidio.

Psicosis

Sus mayores crisis de delirio, en las que perdía casi por completo la conciencia de la realidad y del mundo exterior, solían coincidir con los momentos en los que estaba terminando de escribir alguna de sus novelas. Pero no por ello iba a dejar de escribir sino que, al contrario, filtraba sus propias experiencias hasta convertirlas en literatura mediante las experiencias de sus personajes, como sucedió en el caso de Septimus Warren-Smith, personaje de La señora Dalloway.

Fuente: Hoy

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