BUENOS AIRES.- La nave , de El Choque Urbano. Elenco: Sebastián Iglesias, Ignacio Masneri, Lucas Rivarola, María Paz Cogorno, Fabricio Ortolan, Carla Kseiri, María Zoppi, Jeremías Segall de Rosa, Santiago Ablin, Sebastián Ablin y Mariano Domínguez. Coreografía: Analía González y Luciano Rosso. Escenografía: Jonathan Monge, Jorge Bernal y Pedro Cáceres. Luces: Juan García Dorato. Vestuario: Alejandra Robotti. Sonido: Pablo Vaccarezza. Producción ejecutiva: Carolina Cigliutti. Composición y dirección musical: Santiago Ablin. Dirección: Manuel Ablin. En la Ciudad Cultural Konex. Duración: 80 minutos.
Nuestra opinión: muy buena
De aquellos primeros espectáculos de El Choque hasta ahora, el grupo evolucionó a pasos agigantados. La nave, que sube a escena actualmente en la Ciudad Cultural Konex, fue estrenada hace dos años y su excelencia indica por qué continúa en cartel y a sala llena. Sí, claro, tiene y tenía como referentes a Stomp , pero ahora el factor teatral es mucho más potente, protagónico, y se advierten leves influencias de The Blue Man Group y hasta del Cirque du Soleil. Pero qué hay de malo en estar influenciado por grupos pioneros. Lo que puede afirmarse es que El Choque Urbano también es el grupo pionero en la Argentina de un tipo de espectáculo teatral que se nutre de la música, la danza, el humor y de la percusión con elementos no convencionales.
La nave transcurre entre las brumas de lo onírico, de la fantasía, donde los cuerpos son emisores, pero también receptores y elementos. Ese viaje lleno de poesía tiene su recorrido en el deseo y su destino en lo incierto, con un metafórico concepto de comunidad. Los personajes parecen como salidos de alguna historia de gnomos imbuidos de una estética a lo Mad Max . Se comunican a través de fonemas y de un contacto físico permanente que trasciende lo meramente teatral. La mayor virtud de El Choque es que encontró dramaticidad en todos los lenguajes de los que se nutre: en sus coreografías, su música, su destreza física y hasta en su percusión. Y sus intérpretes son los artífices de esta dramaturgia física.
Tal vez, la percusión no convencional sea el mayor atractivo para el público joven que llena de vitalidad el Konex. Pero no es sólo barullo con cierta armonía. No se hace nada porque sí, sino en función de esa dramaturgia y, sobre todo, de lo musical. Además de hacer música con sus propios cuerpos, estos luthiers del estruendo han creado auténticos instrumentos a partir de trastos y de objetos varios. Son baterías, tambores, unas especies de txalapartas de tubos plásticos y hasta planchas de aluminio. El cuadro en el que hacen música con papeles es bellísimo.
Estos once intérpretes transpiran en escena haciendo todo lo artísticamente posible en el marco de esta propuesta. Y esa exigencia es múltiple, agotadora. Pero cada uno de ellos (uno logra identificar a cada uno, tanto en momentos más individuales como en los grupales) puede ejecutar lo que sea, bailar como sea y llevar a cabo su propia proeza.
Entre estos impecables trabajos, cabe destacar a Sebastián Iglesias y a Lucas Rivarola, talentosísimos, histriónicos y hábiles en el contacto con el público. Pero El Choque Urbano tiene muy clara la idea de grupo, y bajo ese concepto crea momentos de intensidad y de energía, casi cercanos al espíritu de un recital de rock.
Pablo Gorlero
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